Bebió el granizado de Campari que le sirvió su mujer, se despidió de la familia -«muchas gracias a todos»- e, instantes después, plácidamente, sus ojos se cerraron para siempre. Apuró la vida hasta el último segundo de sus 96 años. Como Bruno, el anciano calabrés de La sonrisa etrusca, acunado en su desahucio biológico por la ternura del nieto y el fuego del amor tardío: «En los dormidos labios del viejo se ha posado, como una mariposa, una sonrisa: la idea que aleteaba en su corazón cuando lo envolvió el sueño: ?¡Grande, la vida!?».
En nombre de la vida se rebeló el lúcido economista contra la sociedad de prótesis. Se dedicó a desmontar, una a una, las piezas del «sistema ortopédico general en el que vamos delegando las actividades del vivir»: las fuerzas económicas de nuestro tiempo que perciben el mundo como botín inagotable, el capitalismo salvaje que arrasa pueblos y excava zanjas sociales, la falacia de confundir vivir con consumir, la idolatría de la técnica, el estereotipo del homo oeconomicus, la afirmación clásica del lucro como motor de la vida... Y las fue reemplazando por una constelación, apenas entrevista, que gira en la órbita del ser humano. Consciente de la barbarie, pero sin renunciar jamás a la utopía. Fue así, dijo, «cómo renuncié a falsas seguridades ideológicas e instalé en la calle mi tenderete intelectual».
En nombre de la vida construyó el entrañable escritor su universo narrativo. Con los mismos mimbres de acendrado humanismo con que tejió sus propuestas económicas. Aquello que para el mercader no era sino su precio -«la fragancia de la rosa, el filo de la espada, la magia de la sonata, el paladeo del pan»- ocupa ahora el centro del escenario. La dignidad humana, examinada desde ángulos diversos y conjugada con una percepción subjetiva del tiempo, en el frontispicio de su obra. Ya sea en la sátira de El caballo desnudo, la ambigua identidad sexual de El amante lesbiano, la explosión de ternura de La sonrisa etrusca o el testamento vital de Octubre, octubre, el narrador muestra al economista la diferencia fundamental entre valor y precio sin posibilidad de apelación: «Si no fuera por amor, ¿cómo podría existir nada?».
José Luis Sampedro, lúcido economista y escritor brillante, quiso ser semilla. «Tan pequeña como el grano de arena, pero viva». Su vocación se ha cumplido. Solo cabe aguardar a que germine la simiente.