Aunque le dieron el Óscar por transformarse en un sorprendente Truman Capote, todavía llamaría a las puertas de la Academia en tres ocasiones más, todas como actor de reparto en personajes inolvidables: el estrafalario agente Gust Avrakotos en La guerra de Charlie Wilson (2007), el carismático padre Brendan Flyn en La duda (2008) y el sectario líder religioso Lancaster Dodd en The Master (2012). Realmente lo que hizo Truman Capote (2005) fue confirmarle cabecera de cartel, pese a estar destinado por su físico y su careto a eterno secundario. Eso fue Philip Seymour Hoffman, un actor de carácter que entroncaba con la mejor casta del cine norteamericano. Bien que lo entendió el gran Sidney Lumet al elegirlo para encabezar su sonada despedida del cine, el brillante thriller de ribetes muy negros Antes que el diablo sepa que has muerto (2007).
Como antes que el cine, su mundo fue el teatro, como actor y director, Hoffman dotaba a sus registros de un carisma que encontraba complicidad en la cámara. Sin los tics del Actor?s Studio, pese a su admirado Paul Newman. Aún sin haber llegado a la cincuentena, superaba con nota la principal prueba para un actor de carácter: sostener un primer plano y transmitir magnetismo al espectador. Incluso en sus villanos alimenticios ponía alma más allá del tópico, como su traficante Owen Davian en Misión imposible III (2006), a las órdenes de J.?J. Abrams. Pero no solo era su rostro, también su físico orondo que le aparentaba más bajo de lo que era.
Formado en los ambientes culturales neoyorquinos, en casi medio centenar de filmes encarnó a adictos, psicópatas, gentes sin escrúpulos, artistas extravagantes y en varias ocasiones a homosexuales, siempre evitando la caricatura. Utilizando su mirada y su sonrisa con fines contrapuestos, trabajó para algunos de los mejores, desde los Coen a Thomas Anderson, pasando por Spike Lee, Minghella, Mamet, Benton, Clooney y muchos otros. Incluso se dirigió a sí mismo en la indie Jack Goes Boating (2010). Todavía le veremos en el thriller A Most Wanted Man (2014) para el fotógrafo Anton Corbijn, cuanto todavía conservamos en la retina su riguroso violinista para El último concierto (2012).