

















La muerte de Lauren Bacall deja a Hollywood sin uno de los últimos mitos de su edad de oro. Conocida como «la flaca», debutó en el cine de la mano de Humphrey Bogart
14 ago 2014 . Actualizado a las 07:00 h.El magnetismo y la fascinación que desprenden los actores son cualidades que van más allá de la mera belleza convencional. Lo que singulariza a determinados intérpretes es cómo se valen de sus recursos naturales y aprendidos para asumir la máscara del personaje. Y en ese repertorio, Lauren Bacall conquistaba con su mirada y, especialmente, con su voz. Dos cualidades que, si debemos hacer caso a la leyenda, nacieron por casualidad. Cuando se presentó a su primera prueba de cámara, intentó vencer el nerviosismo pegando el mentón al pecho y elevando la mirada. Howard Hawks, que siguió el consejo de su mujer de darle una oportunidad a aquella chica, tampoco soportaba las voces agudas y le pidió que bajase el tono; dos paquetes de tabaco diarios hicieron el resto para conseguir la voz más seductora de Hollywood, una voz que exhalaba sensualidad pero también aplomo.
Entonces, en 1944, Bacall tenía 20 años y conservaba su nombre, Betty Joan Perske. Había nacido en el Bronx, criada en solitario por su madre judía. Modelo en su adolescencia, Nancy Hawks la vio en la portada de Harper's Bazaar y capturó su atención. Cruzó el país de este a oeste para formar parte del elenco de Tener y no tener. La película fue un éxito y demostró que un buen director y un buen reparto podían sacar oro hasta de una mala novela de Hemingway. En buena medida, el impacto del filme se debió a la química entre Bacall y Humphrey Bogart: bastaba verlos encenderse los cigarrillos para que quedase claro que ella no se dejaba achicar por los duros del cine negro. Los diálogos, en su voz, eran antológicos.
Hitos del cine negro
En los años siguientes Bacall protagonizó otros dos hitos del género: El sueño eterno, de nuevo a las órdenes de Hawks, y Cayo Largo, dirigida por John Huston; en ambas volvía a emparejarse con Bogart, con quien se casaría en 1945, cuando el intérprete se divorció de la que era su tercera mujer. El matrimonio se mantendría hasta la muerte del actor por cáncer en 1957, años en los que Bacall ya era una estrella por derecho propio. No había astro con el que no compartiese película: Kirk Douglas, Gary Cooper, John Wayne, Rock Hudson, Tony Curtis, Marilyn Monroe, Doris Day, Paul Newman... Amplió también la gama de sus personajes y de registros, desde la comedia sofisticada de Cómo casarse con un millonario al melodrama más lacrimógeno de Douglas Sirk, Escrito en el viento. Pese a su innegable talento, sobre estos papeles planeaba siempre la sombra de sus primeros trabajos, en los que el blanco y negro enmarcaba sus facciones y su espíritu independiente.
Probablemente tampoco ayudó su siguiente matrimonio, tras una breve relación con Frank Sinatra, con el también actor Jason Robards, cuyo alcoholismo haría que ella pidiese el divorcio después de nueve años. Para entonces, en la década de los sesenta del siglo pasado, Bacall ya contaba sus apariciones en el cine como esporádicas, lejos del estrellato absoluto de sus inicios, aunque con el nombre suficiente para repartos repletos de glorias como el de Asesinato en el Orient Express.
Inconformista, se desarrolló a través de otros medios. Uno que le dio satisfacciones fue el musical: sobre las tablas de Broadway revivió en Aplauso el personaje de Bette Davis, uno de sus ídolos de adolescencia, en Eva al desnudo. En Londres, Harold Pinter la dirigió en una obra de Tennessee Williams.
Tras la travesía del desierto de los ochenta y los noventa emergió como una gran dama que puso sus cualidades al servicio de directores que la transformaron en una actriz de culto: notablemente, Lars von Trier, que le dio dos papeles en Dogville y Manderlay acordes a su fuerte personalidad. El reconocimiento de la industria le llegó con el Óscar honorífico del 2009. En esta época final también fue reclamada para dar vida a personajes en filmes de animación: los años no habían hecho sino aumentar la seducción de su voz.