El cómico y cineasta Terry Gilliam recuerda para no dejar títere con cabeza
03 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.Terry Gilliam se ha animado a escribir sus memorias antes de que los redactores de obituarios lo rematen definitivamente. En el pasado septiembre Variety informó de su defunción y él, fiel a su estilo, confirmó la noticia. «Siento estar muerto, especialmente por aquellos que ya han comprado las entradas para las siguientes charlas». Fue la respuesta genial de un hombre con un humor ácido y una mente retorcida. En el libro Gilliamismos. Memorias prepóstumas (Malpaso), el antiguo miembro de los Monty Python y cineasta cuenta las rencillas que suscitaron la separación del grupo cómico y desgrana anécdotas mordaces de la gente del cine, desde Brando a Sofía Loren.
El polifacético artista ha urdido una divertida y descarada autobiografía en la que se despacha a gusto contra todos, incluido él mismo. Gilliam vino al mundo en 1940, en Medicine Lake, (Minnesota). De niño su padre le enseñó a disparar, cazar, desplumar faisanes y destripar al pez luna. En esos páramos helados los críos jugaban en trineo, una actividad que implicaba algunos riesgos. A una edad temprana aprendió que la naturaleza es pródiga en revelaciones maravillosas, no exentas casi siempre de crueldad. El pequeño Terry creció cazando ranas que luego se echaba al coleto y observando cómo los pollos corrían decapitados en la granja de un pariente. Otro que no fuera él hubiera quedado conmocionado. Pero el elemento yanqui de los Monty Python, sin embargo, recurrió a esas experiencias para poblar su desquiciado imaginario. Esa violencia reaparece transmutada en las surrealistas animaciones fotográficas que realizó.
Gilliam ha rodado películas estupendas como Brazil, una inquietante distopía tan hilarante como aterradora, y otras menos afortunadas como Teorema zero, que hace agua. Las memorias toman vuelo cuando el artista habla de Hunter S. Thompson, padre del periodismo gonzo y autor de Miedo y asco en Las Vegas. Cuando Gilliam llevó este libro al cine se ganó el cielo, si es que cree en él. Tanto ebrio como borracho, Thompson tenía sus rarezas. «Te dabas cuenta de que todos los rumores sobre su temible reputación eran una estrategia bastante patética para alejar la certeza de que hacía ya tiempo que no escribía nada bueno». El filme posee el sesgo delirante de su director.
De Brando relata algunas maledicencias. El actor gastaba una lengua afiladísima que empleaba en chismes insidiosos, como decir que Sofía Loren hizo «toda su carrera en posición horizontal».
El hombre que rodó La vida de Brian y que fracasó con su Quijote, que emprenderá de nuevo, recuerda pero no deja títere con cabeza.