Dos memorables conciertos en Galicia del Cohen crepuscular

Javier becerra / H. J. P. REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

L. Vidal / Á. López-Benito / S. Rouco / D. Portela

En el 2009 en Vigo y en el 2010 en Ourense, el canadiense ofreció un par de actuaciones que rondaron las tres horas de duración

12 nov 2016 . Actualizado a las 10:59 h.

Tocando bajo y suave, cantando ronco y grave. En la partitura, Dance Me to the End of Love. En el oyente, un temblor interno, preñado de agradables emociones entrecruzadas. Ocurre al contemplar cómo se hacen realidad los sonidos escuchados mil y una vez en discos. Fue la primera canción interpretada aquel 13 de agosto del 2009 en el Auditorio de Castrelos, en Vigo. Muchos de los 20.000 espectadores que acudieron a la llamada lo hacían con solemnidad. Se trata de Leonard Cohen, un artista supremo. Seguramente, tocaría esa vez en Galicia y nunca más. Un acontecimiento cultural de primer orden.

Las entradas de pago se esfumaron en día y medio (quedaron libres, penosamente, varias filas reservadas a invitados). Las localidades gratuitas se empezaron a llenar cinco horas antes del concierto. El músico había resucitado recientemente. Su actuación en el Festival de Benicasim del 2008 lo había catapultado como artista universal, abrazando a las nuevas generaciones. Quedaba constatado que, más allá del marchamo de vieja gloria, en su repertorio magistral latía un presente muy vivo.

Lo demostró durante tres largas horas de poesía y finura instrumental. Polvo de magia expandiéndose en el ambiente. El sonido y el silencio jugaron a los claroscuros, mientras se iban sucediendo maravilla tras maravilla. En un momento dado hiló seguidas Tower of Song, Suzanne, Sisters of Mercy y The Partisan. Provocaron el delirio. También jugó con la parquedad de su puesta en escena. Arrodillándose ante el público. Usando el sombrero para recoger sus aplausos. E, incluso, ironizando sobre sí mismo haciendo el payaso de camino al camerino. 

Al final llegó una traca de hasta tres bises. So Long Marianne, First We Take Manhattan o I Tried To Leave You, entre otras, se pasearon por el escenario. Ecos de blues, maneras de jazz, acento folk y caricia mediterránea. Cerraron una actuación que semejaba insuperable y obligaba a tachar otro nombre de la lista de mitos ya vistos.

Repetición mejorada

Un año después, Cohen volvía sorpresivamente a Galicia. Enmarcado dentro de la programación del Xacobeo 2010, su concierto se celebró en el pabellón Paco Paz de Ourense. La generosa constelación de estrellas que brillaron aquel año en Galicia (Muse, Arcade Fire, Pet Shop Boys, Damon Albarn...), la sensación de repetición y el síndrome de «deber cumplido» en Vigo lo arrinconaron un poco. Pero las 3.900 personas que acudieron a verlo certificaron el gigantesco error de esa impresión.

Cohen estuvo aquel día soberbio. La atmósfera creada -espacio cerrado, público que había pagado una entrada, devoción total- provocó algo así como la versión mejorada de la exhibición de Vigo. En esencia, todo resultó prácticamente igual. El tono sobrio, los gestos teatrales y los sonidos instalados en la atemporalidad. En el repertorio se introdujo alguna variación, como Chelsea Hotel #2. También tocó el artista los teclados. Pero poco más. El resto respondió al guion preestablecido.

Existe al menos una docena de momentos cumbre de aquel recital. Uno de ellos se produjo en Take This Waltz. De manera especial, en el mano a mano entre Leonard Cohen y sus coristas, las hermanas Webb. El cantante sosteniendo la belleza entre las manos veía como ellas la convertían en vapor de agua. Mientras, en la grada todos confirmaban que se encontraban ante algo excepcional. Una de las cumbres de la música en vivo en Galicia.

Lorca, Granada, Morente y el flamenco

ALBERTO MANZANO | EFE

Tenía apenas 15 años cuando un día revolviendo una librería de viejo de Montreal se topó con un ejemplar del Diván del Tamarit, que abrió y hojeó. Unos versos del poema Gacela del mercado matutino llamaron poderosamente su atención: «Por el arco de Elvira / voy a verte pasar / para sentir tus muslos / y ponerme a llorar». Un canto a la desazón sexual en que Cohen, supo, «había encontrado un hogar», como relataba mucho después. Ahí empezó un idilio con el vate granadino que lo acompañó toda la vida: hasta puso Lorca de nombre a su primera hija. En 1986 colaboró en un disco colectivo que homenajea el poemario Poeta en Nueva York con su Take this Waltz, que adapta Pequeño vals vienés. Este amor confeso se extendió a Granada y a España (recogió en el 2011 el Príncipe de Asturias) y se multiplicó en la figura flamenca de Enrique Morente, cuya música conoció Cohen cuando visitó la casa de Lorca en Fuente Vaqueros. Hace unos meses participó en el filme sobre el disco del cantaor Omega. Después de todo, un joven gitano (el hispano de Montreal) había enseñado los rudimentos de la guitarra al cantautor canadiense.