Manuel Adrián López Candamio. 26 años. Oleiros. Periodista
21 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.No es fácil recordar exactamente el día. Volvía de trabajar y se cruzó, desconcertado, a su madre en las escaleras del portal. Por su mirada e inexpresión entendió a la perfección qué acababa de ocurrir. Hacía semanas que todos sabían cómo iban a desarrollarse los acontecimientos y era simple cuestión de tiempo que llegara el día.
La montó en el coche, llegaron, se bajó y él fue a aparcar. Al entrar allí y ver a su hermano, roto, sentado en las escaleras con la cabeza gacha y a sus padres abrazados en el más respetuoso de los silencios entendió que todo había terminado ya.
No quería entrar, hacerlo y saber que no estaría allí tumbado, esperándole con una sonrisa al verlo aparecer y dispuesto a presumir de nieto con el compañero de la cama contigua, iba a ser demoledor. Finalmente se atrevió a cruzar el umbral y allí seguía su botella de agua, el libro que él ojeaba cada una de las mañanas que había ido a verlo y que nunca cambiaba de página porque jamás le dejaba leer, la revista de su madre y la tableta de su padre. Toda la habitación estaba exactamente igual que el día anterior. Solo faltaba él. Se acercó a la cama, que aún mantenía su olor, y se puso a hablar. Le habló de su novia, de su trabajo, de lo superior que era Messi comparado con cualquiera de los jugadores de su Real; se enfrascó en un monólogo de un par de minutos en el que se vació sabiendo que estuviese donde estuviese, su abuelo iba a estar escuchándolo y pensando: «Manuel é moito Manuel».
Esa afirmación no hacía otra cosa sino aclarar el profundo amor que se tenían nieto y abuelo. La suya, había sido una relación duradera y feliz. Habían compartido secretos, viajes en coche y aventuras que se quedaban guardadas para ellos, ahora ya sí, para siempre. Con los ojos vidriosos y en la soledad de aquella habitación de hospital, pasó la mano por la cama en la que su abuelo había permanecido las últimas semanas y miró al cielo, prometiéndose que siempre le seguiría contando todas sus andanzas para que entre café y café en su nueva vida, pudiera seguirles contando insólitas hazañas de su nieto a sus compañeros mientras empezaba la historia con un: «Manuel é moito Manuel».