El autor desgranó claves de su obra en entrevistas y artículos en La Voz
17 oct 2020 . Actualizado a las 05:00 h.«No volveré a escribir nada. La ciencia me salvó del cáncer, pero me dejó tan disminuido que en diez años no he escrito nada útil. En mi caso, el escritor murió antes que el hombre». Con esta franqueza explicaba Miguel Delibes, en una entrevista con La Voz en noviembre del 2008, su silencio literario de los últimos años de su vida. Ya cuatro años antes le había confesado al mismo periodista, Enrique Clemente, en estas mismas páginas que de «no sobrevenir un milagro» El hereje, publicada en 1998, sería su novela final. Las obras que habían ido apareciendo desde ese año ya estaban escritas, justificaba Delibes, quien en sus años crepusculares echaba de menos otras actividades al margen de las literarias: «No escribo, no cazo, no monto en bicicleta...».
El escritor, cuyo centenario se conmemora este sábado, dejaba así que el lector se asomase a una intimidad que permitía también saber cuáles consideraba sus mejores libros -Viejas historias de Castilla la Vieja, Los santos inocentes y El hereje-, que calificaba el franquismo como «una etapa triste y oscura» y que, recién arrancada la crisis económica del 2008 -«Un estrepitoso fracaso del capitalismo»- veía a la sociedad «desorientada».
Las páginas de La Voz han sido recogido a lo largo de los años las opiniones y artículos del autor vallisoletano. En julio de 1981, por ejemplo, el escritor confesaba que era uno de los «críticos más feroces» con su propia obra, cuya nota definitoria consideraba la sencillez, sin que esta implicase una renuncia de la profundidad: «A veces, la complejidad de los protagonistas deriva de su elementalidad». Delibes tenía en mente los personajes de Los santos inocentes, cuya publicación llegaría dos meses más tarde. Una novela caracterizada por su crítica social, tareas que se podían asumir desde la literatura con algo más de facilidad que desde una prensa que sufría los rigores de la censura. Vetos de los que también habló en sus entrevistas con La Voz: «Se metió con varios libros míos. Tuve que luchar. Mi novela Aún es de día sufrió más de treinta cortes. Me empeñé en publicarla así, aunque no debí hacerlo. Con el tiempo me fui acostumbrando a torear mediante recursos más o menos hábiles».
Explorar el corazón humano
Más allá de compromisos y los recortes que acarreaban, Delibes veía en la novela una herramienta de gran calado, cuya aspiración era ser «un intento de exploración del corazón humano», como compartió con el auditorio abarrotado del colegio Peleteiro en Santiago en abril de 1990. Allí, según la crónica de José Luis Losa, también aportó otras claves de lo que entendía por el oficio de escribir: «Lo fundamental en un escritor es la fidelidad a sí mismo. Faulkner escribía como lo hacía porque su mente era críptica y confusa. El que tiene la cabeza clara no tiene por qué hacer una literatura embrollada».
Al margen de la escritura, había otras cuestiones que preocupaban a Delibes, la principal de ellas, el medio ambiente. Sobre su afición a la caza, creía que más que condicionar su obra, podría hablarse de la huella que ha dejado. «Ha hecho que mis novelas sean de aire libre, algunas las interpreten cazadores o desarrollen algún drama cinegético», reflexionaba en 1981. Claro que varios lustros después el calentamiento global también merecía su atención. Que alguien niegue los efectos del cambio climático le parecía «estúpido» en el 2008. «El problema no solo está ahí, sino que es grave», remachaba con contundencia.
De la denuncia ecologista al fino análisis del nuevo fútbol
Miguel Delibes ya apareció en las páginas de La Voz en fecha tan temprana como 1965, cuando Miguel González Garcés le dedicó un artículo que terminaba así: «De obra fecunda, densa, realista, castellana, de lenguaje naturalista, para nosotros a veces en demasía, con vigor en la descripción y conocimiento humano este catedrático -periodista-, escritor, cazador, constituye uno de los valores indudables de la novela española».
El propio Delibes dejó un buen número de textos con su propia firma en este diario, especialmente en las décadas de los ochenta y noventa del siglo pasado. Son colaboraciones de carácter periodístico, donde el escritor vierte sus puntos de vista y comparte sus inquietudes, aunque no puede evitar el tono literario que transforma algunas de las piezas en cuentos o retratos costumbristas, como los que traza de personajes populares de Castilla o La Mancha.
Pero si hay una constante, una temática transversal que aporta unidad a todos estos textos, es la preocupación por el entorno, por su degradación medioambiental y cómo esta también acaba por afectar a sus habitantes humanos. Pueblos envejecidos, aparecido en 1984, es elocuente y visionario en su denuncia de un fenómeno que solo ahora se ha empezado a denominar la «España vaciada». También resuena en oídos contemporáneos una pieza como Ríos moribundos, donde recoge los estragos que la contaminación causa en los ecosistemas fluviales. La caza, por supuesto, aparece con frecuencia en sus colaboraciones, pero sus artículos también revelan su fina capacidad de observación, no exenta de cierto humor, como el análisis de 1980 El otro fútbol, donde reflexiona sobre la pérdida de vistosidad a raíz de la reciente Eurocopa.