Antonio Muñoz Molina: «La memoria y el desamparo son una parte clave de mi patrimonio creativo»

Xesús Fraga
Xesús Fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

El escritor Antonio Muñoz Molina
El escritor Antonio Muñoz Molina EUROPA PRESS

El escritor publica una edición ilustrada de su relato «El miedo de los niños»

09 dic 2020 . Actualizado a las 08:56 h.

Los tísicos, esos hombres sedientos de sangre infantil, son una apariencia espectral y temerosa en la obra de Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956). El escritor regresa a las librerías con una edición ilustrada por María Rosa Aránega de El miedo de los niños (Seix Barral), un relato sobre los temores de la infancia y las amenazas del mundo de los adultos.

-El personaje femenino de su anterior novela, «Tus pasos en la escalera», era una científica que estudiaba la memoria y el miedo.

-Sí, es verdad, se ve que son como inclinaciones que tiene uno, ¿no? Hay cosas que cada vez veo más claras y es que uno tiene inclinaciones de las que tiene que ser consciente para no abusar de ellas, pero que son inevitables. En la literatura hay una parte de compulsión o de impulso que no es consciente o voluntario, porque escribes con lo más fundamental que haya dentro de ti si lo haces con honradez. Hay cosas a las que no puedes dejar de volver, que te atraen de una manera muy poderosa, porque tienen mucho que ver contigo. Es algo que me pasa cada vez más. El miedo, la memoria, el desamparo, son cosas a las que no puedo renunciar, porque constituyen una parte fundamental de mi patrimonio mental y creativo. Yo no había hecho esa conexión, pero por algo será.

-La lectura de la palabra tísicos ya es un viaje en el tiempo...

-Esa palabra es muy potente y tienes que imaginar lo que evocaba en un niño en esa época. El mundo de los niños en el que yo crecí, en un barrio de gente trabajadora, era un mundo de una intensidad narrativa y oral tremenda. Y de pronto, estaba esa historia que a mí, que he escrito mucho sobre eso, me parecía una de las historias centrales. Tiene una fuerza mitológica, es una narración poderosísima: unos hospitales en la sierra donde hay gente de dinero que necesita sangre de niños para sobrevivir.

-Cada época tiene su miedo. De ambientar el cuento más tarde, ya sería otro distinto.

-Igual que si fuese antes. Piensa en el flautista de Hamelín, por ejemplo. En los años 90 escribí un artículo que se llamaba Los mantequeros del Perú. Leí una noticia sobre una zona en la sierra del Perú donde operaba una mafia que secuestraba niños y los mataba para suministrar grasa para empresas de cosméticos americana. Eso fue una de las primeras veces que escribí sobre ese asunto. Me hizo recordar esta historia de los tísicos. Hay arquetipos narrativos que son universales, es una constatación empírica. Ese personaje del adulto amenazador, vampírico, está en todas las culturas del mundo. Y cada época tiene su contexto histórico, en este caso, la posguerra española, que dura muchísimo, porque estos niños, de mi época, esto pasa en los primeros años 60. Supongo que en Galicia también pasaba algo parecido.

-La figura del sacaúntos.

-¡Sacaúntos! Fíjate, literalmente, el sacamantecas de Andalucía. Extraordinario.

-El miedo puede ser tanto una instrucción preventiva como ejercer un control social.

-Claro, todo es muy ambivalente. Esos miedos también son advertencias útiles, hasta cierto punto. Más que el resultado de un adoctrinamiento, hay algo también de transmisión de una experiencia de peligro, porque los niños saben, o tienen que saber, que hay adultos que pueden ser monstruosos. ¿No? Ahí hay una cosa que fue saliendo en el cuento, que es el modo en que la cultura infantil en esa época no intervenían los adultos. La historia de los tísicos no se la contábamos a nuestros padres. Igual que no les contábamos cómo eran nuestros juegos. El mundo infantil y adulto estaban completamente separados, entre otras cosas porque los adultos trabajaban muchísimo. Los juegos infantiles eran completamente autogestionados, no había un pedagogo en el patio de la escuela que te dijese cómo había que jugar. Te enseñaban otros niños. Salíamos a la calle y nos pasábamos ahí una gran parte del tiempo, entre otras cosas porque nuestras casas no eran demasiado confortables. Ahora, cuando voy a mi ciudad, Úbeda, cuando recorro las calles de mi niñez, lo que me asombra es la falta de gente y la ausencia de niños.

-Los tísicos también me recuerdan a un poema de Ramiro Fonte, «Os vampiros», que habla de los universitarios compostelanos de finales del franquismo que vendían su sangre....

-Yo he ido a eso también, en Granada, en esos mismos años. Te daban mil pesetas y un bocadillo.

-Escribe de cómo comerciaban con «o sangue limpo dos nosos soños». Hay una parte del miedo que remite a la inocencia.

-Exactamente. La inocencia, que es tan extraordinaria. La sangre limpia, la inocencia de la mirada sobre el mundo.

«¿Cómo puede durar este mundo de despilfarro?»

Muñoz Molina no necesita remitirse solo a la posguerra para hallar la relación íntima del miedo y las desigualdades. Un binomio que la incertidumbre de la pandemia ha otorgado mayor protagonismo y que el escritor conecta con un modelo de sociedad mundial que considera insostenible. «Creo que un poco de sensibilidad que tuvieras, te dabas cuenta de que este mundo no podía durar. Este mundo de despilfarro y de ruido continuo», reflexiona, antes de recordar un paseo que dio por Madrid en febrero, poco antes del confinamiento: «Había turistas por todas partes, todo estaba lleno de tiendas de baratijas y bares para turistas, no se podía caminar por las aceras. Pensé: y esto cómo se sostiene. Cómo no vas a tener miedo. Por un lado están las teorías conspirativas, y hay muchos miedos de ese tipo, pero hay un miedo objetivo. El cambio climático está relacionado con la desigualdad, el crecimiento de la pobreza. Tengo recortada una foto de Jeff Bezos, el dueño de Amazon, con su novia, delante de una piscina. Ella parece un trofeo y él un mafioso, con expresión petulante, cogiéndola por la cintura. Y en ese reportaje se contaba que su fortuna, entre marzo y septiembre de este año, había aumentado como en 60.000 millones de dólares. Cómo puede durar un mundo así, este contraste tan grande entre los que lo tienen todo y quieren más todavía y los que se quedan sin nada. No puede durar un mundo en el que no existe nada para la gente joven».

Antes de la pandemia, el escritor vivía entre Madrid y Lisboa, tras cerrar su domicilio neoyorquino coincidiendo con la elección de Trump. Pero, ahora que abandonará la Casa Blanca, Muñoz Molina advierte: «Todavía es un peligro. Una de las últimas cosas que van a hacer, el 15 de enero, será la apertura del Parque Nacional de Alaska a la explotación petrolífera. La codicia de la gente que domina el mundo es monstruosa. La zona virgen más grande Estados Unidos. Solo hay animales salvajes. Pues lo último que va a hacer esa administración es autorizar la explotación petrolífera de ese territorio».