Memoria, humor y literatura dan a Juan Manuel Gil el premio Biblioteca Breve

HÉCTOR J. PORTO REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

El profesor, escritor y poeta Juan Manuel Gil (Almería, 1979)
El profesor, escritor y poeta Juan Manuel Gil (Almería, 1979) Alejandro García | efe

El autor almeriense realiza en su novela «Trigo limpio» un paródico viaje de autoficción a su infancia en un barrio periférico de los años 90

08 feb 2021 . Actualizado a las 20:51 h.

Del millar de manuscritos presentados a concurso en la 63.ª edición del premio Biblioteca Breve, un 20 % abordan asuntos relacionados con la autoficción. Uno de ellos, Trigo limpio, le ha dado el galardón -y sus 30.000 euros- a Juan Manuel Gil (Almería, 1979), de cuya novela el jurado elogia la capacidad de devolver la sonrisa al lector en estos aciagos tiempos de pandemia. Entre los mayores logros de la obra ganadora, está la forma en que «borra las fronteras entre realidad y ficción, y contagia la fascinación por la lectura del autor y sus personajes. Es un verdadero homenaje al poder de la palabra», reseñó la editora y miembro del jurado Elena Ramírez.

Gil viaja a su infancia en un barrio de «la periferia de la periferia», en la Almería de inicios de los 90, movido por Simón, un amigo de la adolescencia que había desaparecido veinticinco años atrás y que ahora regresa invitándolo por correo electrónico a que escriba sobre aquella época, aunque enseguida se arrepiente. «La desaparición tiene un importancia nuclear en mi universo literario -concede Gil- y es un tema muy fecundo». Pese a que Simón recula, el narrador se pone el traje de detective y su indagación lo empuja sin remedio. En la pesquisa descubrirá que ni su amigo ni su infancia son como recordaba, circunstancia a la que alude irónicamente el título.

Raquel Taranilla, vencedora en el certamen del 2020 y miembro del jurado, alabó la verdad que desprende el relato -«más allá de la realidad que contenga»- y el tono de la narración que, dijo, evita la nostalgia y denota que Gil la escribió divirtiéndose y también su pasión por la vida.

La frase que da título a un drama de Calderón, «En esta vida todo es verdad y todo es mentira», llevó al poeta Pere Gimferrer -miembro del jurado- a advertir que el texto de Gil que al comienzo le pareció «una incursión fenoménica en una Almería no sospechada», más o menos conocida, pasó a ser «una interrogación sobre la naturaleza misma de lo relatado, sobre la naturaleza misma de la ficción».

Ramírez ahondó en este aspecto que está presente en la obra de Gil, en la que el narrador, obsesionado por escribir una buena novela, va desgranado una teoría sobre cómo escribirla y la va poniendo en práctica. Y en un momento dado cita a Wallace Stevens: «Uno puede hacer lo que le plazca mientras escribe, sin embargo todo importa». Y, de hecho, la libertad de Gil, dice, es absoluta, para pasar a jugar con el lector sobre las identidades del narrador, el autor y el personaje, confundiéndolas. Para ello, explica, se provee de un humor limpio, gamberro, con el que parodia -«de un modo casi cervantino»- la autoficción y ofrece una visión nada edulcorada de la infancia. «Se ríe de la solemnidad de lo literario con un libro profundamente literario», celebra la editora de Seix Barral.

Gil confirmó que el humor se sitúa en el eje de su creación, pero también «la oralidad, el amor por los libros que están llenos de otros libros y el poder magnífico de la palabra para iluminar las zonas más oscuras». Asimismo, subrayó la importancia de la memoria y la infancia como yacimiento espectacular que explotar para hacer literatura. La pregunta, se interrogó, es si puede él fiarse de su memoria, pero tampoco concedió a esto demasiada relevancia. La ficción, dijo, aunque se aparte de la realidad, de los hechos verídicos, no tiene por qué dejar de ser verdad.

El autor andaluz, que formó parte de la primera promoción de residentes de la Fundación Antonio Gala, insistió en que su objetivo es divertir al lector y que su escritura, como filólogo, está inmersa en la tradición literaria española. Hizo, eso sí, una defensa del humor de la periferia para poner en solfa la validez de esa clasificación que habla de humor fino o inteligente y que parece dar a entender que el resto del humor no lo es tanto.

Marsé, su vocación de divertirse y ser crítico, y John Wayne

Juan Marsé es uno de los nombres de relumbrón que engrosan la nómina del premio Biblioteca Breve. Él se llevó el galardón en 1965 con Últimas tardes con Teresa, una de sus novelas más emblemáticas. El certamen, en su 63.ª edición, quiso rendir homenaje a un escritor que falleció el pasado julio y cuya obra está estrechamente vinculada al sello Seix Barral. Aprovechando que en el jurado estaba Enrique Vila-Matas, este pronunció unas palabras en elogio de su amigo y una de las figuras mayores de la generación del 50. Tanto narrando como aconsejando podía ser fulgurante, aseguró el autor de El mal de Montano para recordar cómo un día en que le contó que debía entregar un artículo sobre sus orígenes como novelista, Marsé sonrió y le replicó: «Si vas a hacer eso, procura divertirte», un consejo que cree que explica el modo en que enfocaba su labor literaria. También relató Vila-Matas una escena en la tertulia que hasta hace poco mantenían todos los domingos en un bar en la confluencia de Diagonal con Tusset a la hora del aperitivo. Se acercó un pintor que triunfa en Nueva York, que interpeló a Vila-Matas sobre cómo veían a sus políticos y autoridades gubernativas ante la que cae en Cataluña. Y, viendo que el interpelado no hallaba respuesta adecuada, Marsé terció erigiéndose en portavoz de la mesa: «Aquí estamos en contra de todo». No añadió más ni falta que hizo, subrayó Vila-Matas con ese rostro serio que parece ocultar una inveterada timidez.

Tranquilo y tajante, rápido como una centella, Marsé era hombre de una sola pieza, prosiguió: «Lo que lo devoraba era el turbio polvo flotando en la estela de sus sueños, sueños sobre los que había montado una obra entera de hombre entero». Vila-Matas contó cómo Manuel Vicent le había dicho una vez que Marsé era, con Rafael Azcona, uno de los hombres enteros que había conocido. «Es una frase casi de John Ford, John Wayne era un hombre entero», subrayó Vila-Matas. «Habitante de un barrio mental muy amplio, mundial, y no el que las almas muertas adjudican al territorio barcelonés en que pasó su infancia... Ese barrio de sus novelas mezcla las antiguas barriadas de la Salud y el Carmel, las del Guinardó y Gracia, es atravesado por la fría luz de Shanghái, que en los últimos tiempos le llevó, mezclándose con la cuestión obsesiva de la identidad y su apogeo en un sector de la sociedad catalana, al descubrimiento de sus ancestros malayos, en Sumatra. Esto cambió algunas de sus costumbres más autóctonas, no así sus convicciones: siguió aplaudiendo a los que apuestan por el chirriante estupor que nos produce la realidad y se decantan por un incondicional respeto a la ficción», concluyó Enrique Vila-Matas su sosegado pero emocionado tributo.