Javier Cercas: «Es falso que la buena literatura solo pueda ser minoritaria, de catacumbas»

Héctor J. Porto PALMA / ENVIADO ESPECIAL

CULTURA

Cercas, en las inmediaciones de cabo Formentor. Al fondo, la bahía de Pollença, ciudad mallorquina donde presentó este jueves, y se ambienta parcialmente, su nueva novela de Melchor Marín, «El castillo de Barbazul».
Cercas, en las inmediaciones de cabo Formentor. Al fondo, la bahía de Pollença, ciudad mallorquina donde presentó este jueves, y se ambienta parcialmente, su nueva novela de Melchor Marín, «El castillo de Barbazul». Ivan Giménez

El escritor sitúa al exmosso Melchor Marín en «El castillo de Barbazul», la tercera entrega de la serie, ante su pesquisa más angustiosa. La trilogía queda cerrada, aunque el autor no descarta que haya lugar para un cuarto libro

04 mar 2022 . Actualizado a las 22:36 h.

Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) publica una nueva entrega de las andanzas de Melchor Marín, El castillo de Barbazul (Tusquets), con la que cierra la trilogía. El ya ex mosso d'Esquadra deja la Cataluña más caliente del procés en que ambientaba sus dos primeros casos para enfrentarse a su pesquisa más angustiosa. Pese a haberse refugiado en un discreto empleo de bibliotecario, se verá obligado a ejercer una vez más como detective para tratar de encontrar a su hija Cosette, desaparecida en Pollença durante un viaje de ocio a Mallorca con su amiga Elisa.

Marín se debate entre su papel de padre y su oficio, sabedor de que su desesperación puede invalidar su visión profesional y de que conviene dejar trabajar a la Guardia Civil, pero el temor a que los agentes descuiden la búsqueda lo impulsa a tomar cartas en el asunto. El instinto de policía aflora y la investigación lo introduce en «un laberinto sombrío», un escenario inesperado de violencia, corrupción, abusos de poder y cobardía, explica Cercas, que asegura que Mallorca es un sitio propicio para narrar esta historia, que, por otra parte, podría ocurrir en cualquier otro sitio. «Pinta tu aldea y pintarás el mundo», evocó las palabras de Tolstói. «Una ficción no es exactamente una mentira, pero se le parece bastante», anota para recordar que mentir en latín comparte la acepción de inventar. Aunque, como novelista, matiza, tiene antes que conocer la verdad, por la necesidad de dar verosimilitud. Una tarea previa en la que fue clave la ayuda del artista plástico Biel March, que le desgranó los misterios de Pollença y que este jueves participó en la presentación de la novela. Más allá del rigor documental, asegura, se define como cervantino, guiado por la libertad, como en esa tendencia que tiene a que en las novelas se le cuelen personajes reales (el propio March o incluso Cercas). «Haced lo que os dé la gana, es la gran revolución de la novela que protagonizó Cervantes», insiste.

Veintiún años después de que Cercas diese la campanada con la publicación de Soldados de Salamina, hibridando la ficción con la investigación histórica, con la crónica periodística, el escritor extremeño afincado en Cataluña no tiene ya nada que demostrar. El éxito de la adaptación cinematográfica de Las leyes de la frontera por parte de Daniel Monzón avala esa posición, que lo coloca entre los escritores más reputados del mercado editorial del español, una posición que le confiere libertad absoluta para elegir nuevos derroteros. Quería explorar los otros escritores que hay en él y aceptó los peligros que corría: «Un escritor que no corre riesgos es un escribano», remacha. Quizá por ello, porque trabaja sin ataduras, se entregó a un ámbito considerado bastante lejos de la alta literatura, de consumo popular, la novela negra, y que él defiende apelando a figuras como Dumas, Conan Doyle, Dickens o Cervantes.

«No tengo ni idea de si esto es novela policíaca, me importa un pito. Algunos creen que es un género menor, no saben lo que es la literatura. Solo existen formas menores de utilizar los géneros, solo hay novelas buenas y malas», proclama para lamentar que «el mundillo literario» rechace lo popular y siga reproduciendo ideas creadas hace siglo y medio. Así, deplora «esa tesis de que la buena literatura solo puede ser minoritaria, secreta, de catacumbas. Es una falsedad. El Quijote fue un éxito fenomenal, lo conocían hasta los analfabetos, lo mismo que Shakespeare».

El premio Planeta refrendó el acierto de esta empresa —con la que, dijo, buscaba rejuvenecerse— reconociendo Terra Alta en el año 2019, y con la que el narrador inició la trilogía que integra Independencia y El castillo de Barbazul, volumen que llegó el miércoles 2 de marzo a las librerías.

El protagonista Melchor Marín no es el joven policía de los inicios, el héroe que abatió a los cuatro terroristas yihadistas de Cambrils. Un hecho de su pasado que rescata de la realidad. Tras su última y traumática aventura dejó el cuerpo autonómico y se hizo bibliotecario para dedicar tiempo a su hija Cosette, una adolescente que se rebela tras descubrir que su padre la mantenía engañada sobre las circunstancias de la muerte de la madre.

Es verdad que el final El castillo de Barbazul es bastante abierto, admite Cercas para asumir que podría quedar espacio —no lo afirma— para una cuarta entrega. «Son tres libros distintos pero una sola novela verdadera», sostiene, aunque se puedan leer de modo independiente. «Porque no es una serie; de hecho, —recalca— Melchor ya ni es policía».

Ivan Giménez

«Los grandes secretos de los ricos están a la vista: el dinero procura la impunidad»

Entre los escenarios en que se desarrolla El castillo de Barbazul está cabo Formentor, una de las zonas más exclusivas y discretas del mundo. Javier Cercas habla en su libro de los poderosos que se sitúan fuera de la ley y de sus abusos. También de la tradicional indefensión a que la sociedad aboca a la mujer, que viene de tiempos remotos: «Ya Aristóteles sentenciaba su inferioridad con respecto al hombre». «Los grandes secretos de los ricos están a la vista: el dinero procura la impunidad, significa impunidad», subraya para citar casos archiconocidos como los Weinstein, Epstein, etcétera. «Es más la norma que la excepción», remacha para mencionar un reciente informe policial que concluye que en España se registran dos casos de violencia sexual cada hora. Cuanto mejor funciona la democracia, menos impunidad hay, razona el autor, que señala: «De las agresiones contra las mujeres somos conscientes escandalosamente desde hace muy poco», y queda mucho camino por andar. «Una mitad del mundo le pone el pie en el cuello a la otra mitad, por lo que una mitad no se puede liberar sin la otra mitad», advierte.

Reconoce que hay algo de antisistema en sus historias de Melchor Marín porque formulan la misma pregunta fundamental —«por eso es una novela sola», insiste—: ¿es legítima la venganza cuando la justicia no nos hace justicia? «Soy prosistema, estoy a favor de la democracia, y en la realidad deben respetarse los procedimientos para respetar la justicia, pero en la literatura no ocurre así. La literatura, como el sexo, es una forma de placer y de conocimiento, y ahí debe obligar al lector a cuestionar sus propias certezas, a empatizar con gentes de actitudes e ideologías que no son las suyas. A cambio del placer lo incomodas. Ricardo III es el tipo más canalla de la literatura, pero te pones de su lado; lo mismo sucede con Raskólnikov». La literatura, arguye, debe dinamitar el conservadurismo burgués, eso de que solo hacer dinero es importante. «Si la dejamos en cosa de propaganda y pedagogía deja de ser literatura».