El premio Ribera del Duero recompensa el interés de la cuentista boliviana Liliana Colanzi «por dislocar el tiempo»

Héctor J. Porto MADRID / ENVIADO ESPECIAL

CULTURA

La escritora, periodista y editora boliviana Liliana Colanzi (Santa Cruz de la Sierra, 1981).
La escritora, periodista y editora boliviana Liliana Colanzi (Santa Cruz de la Sierra, 1981). Lourdes Plata

El galardón, que impulsa la editorial Páginas de Espuma, refrenda a la escritora especialista en el relato corto y que ya goza de cierto reconocimiento en Latinoamérica

24 mar 2022 . Actualizado a las 13:21 h.

Pese a que a veces hay quien insiste torpemente en considerarlo un espacio menor, Liliana Colanzi (Bolivia, 1981) confía en un género literario al que se ha entregado seducida porque, dice, crece en una zona de indeterminación, como de tránsito hacia otros lugares, y esa condición lo convierte en algo con capacidades mutantes y con un poder evocador lindante con la poesía. Ese amor por el relato corto y la gran libertad que le procura para la experimentación ha traído su obra —aunque no muy prolífica— a esta orilla del Atlántico, también traducida a idiomas como el inglés, el italiano, el francés, el holandés y el danés. Y ahora ha merecido el Premio Internacional Ribera del Duero, cuyo jurado en esta séptima edición estaba presidido por Rosa Montero e integrado por los escritores Cristian Crusat, Marta Sanz, y Enrique Pascual, presidente de la denominación de origen vitivinícola que patrocina el galardón, y Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma, y que este jueves dio a conocer en Madrid su decisión. Con Ustedes brillan en lo oscuro, Colanzi —que se confesaba alegre y muy sorprendida— se impuso a los demás finalistas: Una grieta en la noche, de Laura Baeza; Pombero, de Marina Closs; Un meteorito flamígero, de Pedro Juan Gutiérrez; y Todo lo que aprendimos de las películas, de María José Navia.

Aunque el éxito precede a su labor —tres libros de cuentos y tres premios—, Colanzi admite que su vínculo con el cuento no es acomodaticio sino más bien contencioso: «Acechar, tener paciencia, saber que saldré trasquilada con frecuencia, esperar a que el cuento me sorprenda, tener la voluntad de sostener el cable cuando pasa la electricidad... No es una relación fácil, de hecho, escribo muy lento, pero sí es un proceso que en tiempos complicados me ha ayudado a conservar cierta salud mental».

Para la autora, no es una prioridad que el cuento quede encerrado en «unos contornos muy precisos», al contrario, busca un texto que cuestione constantemente lo que es un cuento. Es por ello que trata de mirarse en el espejo de autores esquinados como Lydia Davis, Felisberto Hernández, Denis Johnson o Silvina Ocampo, más proclives a dinamitar las fórmulas que a consolidarlas solemne y respetuosamente.

Colanzi afirma sentir la sensación un poco extraña de saber que va a tener un nuevo libro publicado en unas semanas —el próximo 11 de mayo— después de «haber estado rumiando los cuentos durante varios años». Sobre ese libro, avanza que lo alienta «un interés por dislocar el tiempo, por entenderlo más allá de la corta vida humana», y lo dice una narradora con una querencia clara por la ciencia ficción como ámbito de indagación y aventura, propensa a explorar estos mundos de hoy en que la subjetividad está modificada por las lentes de la tecnología digital e internet. Ha llegado el momento de descuidar las obsesiones de cierto realismo con las cuitas de la clase media, sin que por ello, desde un enfoque periférico, se dejen de abordar grandes temas candentes como el cambio climático o el crecimiento exponencial de los fascismos.

«Nos movemos por sedimentos históricos y geológicos que nos definen y que es posible escarbar y remover en la escritura. Si pudiéramos aprehender el tiempo del planeta veríamos que todos somos mutantes», como sucede en la pieza titulada La cueva. «Pero también —ahonda para tratar de explicar algunas claves de su libro, que no olvida su propia realidad y los mimbres sociopolíticos— vivimos en las ruinas de hechos históricos traumáticos que se repiten: por eso en un cuento como Atomito me permite pensar de qué manera el Taqi Onqoy, el movimiento andino de rebelión del siglo XVI, es una potencia del presente. He pasado por la mezcladora elementos anacrónicos y otros del futuro; y hay otros que parecen del futuro pero que en realidad son de nuestro tiempo».

El premio que impulsa Páginas de Espuma ayudará a que su nombre cobre en España la fuerza que ya tiene en Latinoamérica, como ocurrió en los casos de las narradoras argentina Samanta Schweblin y mexicana Guadalupe Nettel, que también ganaron esta distinción, una de las más relevantes del mercado editorial en español, no solo por su importante dotación económica, 25.000 euros: en esta convocatoria se recibieron cerca de mil obras procedentes de 37 países.