El Lido abre sus puertas con Penélope Cruz y Marilyn Monroe como figuras icónicas

José Luis Losa VENECIA / E. LA VOZ

CULTURA

La actriz cubanoespañola Ana de Armas como Marilyn en el filme «Blonde», de Andrew Dominik.
La actriz cubanoespañola Ana de Armas como Marilyn en el filme «Blonde», de Andrew Dominik. Netflix

Los cineastas Darren Aronofsky, Alejandro G. Iñárritu, Luca Guadagnino, Noah Baumbach y Jafar Panahi, firmas de peso en la lucha por el León de Oro en un festival que comienza este miércoles

30 ago 2022 . Actualizado a las 21:39 h.

Llegas al Lido, cuando aún tienes en mente el infierno de cine pésimo y caos organizativo con el cual el Festival de Cannes te vapuleó en mayo. Y ya todo lo presientes aquí floreciente y amable. La gestión de esta 79.ª Mostra Internazionale d’Arte Cinematografica della Biennale di Venezia parece igualmente un sindiós. Pero, al menos, confías en que las buenas películas te laman las heridas y te eleven por encima del fango y la incompetencia. Hay razones fundadas para creer que puede ser así. Alberto Barbera (Biella, Piamonte, 1950), director del certamen, ha afianzado en su largo mandato los lazos con Hollywood, al que convenció de que Cannes era uno, dos, cien Vietnams, y de que el Lido supone un desembarco rentable y cariñoso. Aquí están, de nuevo, los títulos a los que ya se les ha puesto cara de Óscar, como Blonde (dirigida por Andrew Dominik), Tàr (Todd Field), White Noise (Noah Baumbach) o The Son (Florian Zeller). Y con ellos, las candidaturas virtuales para sus intérpretes: Ana de Armas, Cate Blanchett, Brendan Fraser, Adam Driver, Greta Gerwig, Timothée Chalamet, Hugh Jackman o Laura Dern.

El nuevo frente de Barbera es conseguir ganar posiciones en el cine de firmas de prestigio, territorio donde Cannes y su longa manus han sido omnipotentes. No le ha ido mal a Venecia este año la pesca en ese caladero otrora inalcanzable porque se verá lo nuevo del iraní Jafar Panahi, del miembro del cartel mexicano de los Óscar Alejandro G. Iñárritu, del italiano Guadagnino, del filipino Lav Diaz, de la británica Joanna Hogg, del ucraniano Sergei Loznitsa y de los norteamericanos Noah Baumbach, Darren Aronofsky o Frederick Wiseman.

Y a eso hay que añadir la imposición de Venecia también en el espacio de las películas-evento. En esta categoría hay que situar con preeminencia el thriller Don’t Worry, Darling, de Olivia Wilde. La nueva película de la directora de Súper empollonas (2019) se ha ganado a pulso esa vibra de expectación no solo por lo que se espera de transgresión, sino por las parece homéricas intrahistorias de guerra que ha generado el rodaje, del cual Wilde expulsó al superyoyas Shia LaBeouf para imponer al cantante y pareja de Wilde: Harry Stiles.

Protagonista por partida doble

Pero hay dos figuras femeninas que sobresalen en proa de la nave que llega al Lido. Una es Penélope Cruz, que viene de ganar aquí el pasado año la Copa Volpi por el filme de Almodóvar Madres paralelas. La actriz podría ser la primera en la historia del certamen en ganar este premio dos años consecutivos si su registro en el drama italiano L’inmensitá seduce al jurado del que forma parte el malvado Rodrigo Sorogoyen. Y, además, Cruz es también protagonista de En los márgenes, debut como director del actor Juan Diego Botto.

La otra gran emanación que flota sobre este festival es la de Marilyn Monroe. Se concelebra aquí el centenario de aquella actriz de poder mesmerizante que enfebreció a JFK y a Arthur Miller, antes de abandonarla ambos a su desgraciada suerte, al borde del precipicio, para luego escribirle el segundo un epitafio teatral muy Poncio Pilato titulado Después de la caída. Y el motivo de su resurrección (miento, nunca murió su viveza frágil e irrepetible) es el estreno de la esperadísima Blonde, adaptación de la formidable novela que la figura de Monroe sugirió a la gran Joyce Carol Oates y que Andrew Dominik ha realizado bajo los auspicios de Netflix. Ese balanceo sobre el alambre, ese tormento platino, lo encarna la hispanocubana Ana de Armas. Qué mayor prueba de fuego, qué órdago a la grande más osado para De Armas que nacer urbi et orbe como estrella o estrellarse poniendo palpitantes y trémulos cuerpo y alma a la actriz que asaltó los cielos.

Hay mucho más en esta Venecia ilusionante. Mención aparte merece el tributo al chamán y cineúrgo Paul Schrader. El calvinista último mohicano del Nuevo Hollywood (esa generación a la que la Mostra sigue con fidelidad férrea: aquí vivimos la ceremonia de los adioses de Peter Bogdanovich o de Michael Cimino) va a estrenar Master Gardener. En este caso, no es una despedida. Viene Schrader, en gloriosa etapa crepuscular, de ofrecer en este festival el pasado año la obra maestra The Card Counter. Y un jurado de jamelgos no le dio ni la hora. Este año sí. Más allá del bien y del mal —como los abismos de impiedad de su cine— rendiremos mil veces pleitesía a Schrader, tan genial y atormentado como Marilyn. Pero menos áureo.