Fallece Raúl Guerra Garrido, el escritor que retrató la fractura social del País Vasco

Alberto Moyano MADRID / COLPISA

CULTURA

Raúl Guerra Garrido
Raúl Guerra Garrido Juan Herrero

Sufrió el acoso «abertzale» por su posicionamiento contra ETA y próximo al Foro de Ermua

02 dic 2022 . Actualizado a las 20:15 h.

El escritor Raúl Guerra Garrido (Madrid, 1935) ha fallecido en San Sebastián, tras las complicaciones derivadas de una reciente caída. Con su muerte, desaparece uno de los autores fundamentales del último medio siglo largo del panorama literario. Guerra Garrido abordó antes que nadie, y en muchas ocasiones mejor que nadie, algunos de los temas que con los años han hecho fortuna: la inmigración en la muy temprana Cacereño; la tóxicas y endogámicas relaciones de algunos asfixiantes pueblos en Todos inocentes, la dura vida del pescador en La mar es mala mujer, las prácticas de la policía franquista en el relato Con tortura y, por supuesto, las consecuencias de la actividad de ETA en Lectura insólita de El Capital y en La carta, aquella novela maldita que tantos disgustos le ocasionó. Porque si algo fue el autor de Castilla en canal es un escritor incómodo para casi todos que retrató la fractura social del País Vasco.

Para diseccionar de arriba abajo esta Euskadi a la que hemos llegado y airear con gran pericia narrativa sus miserias, Guerra Garrido creó el pueblo ficticio de Eibain, igual que Faulkner alumbró Yoknapatawpha a partir de Oxford, Misisipi o García Márquez se sacó de la manga Macondo. Ahí puso a vivir a un puñado de personajes que le sirvieron para levantar tramas inmortales en lo que a este pequeño país respecta. Aunque nacido en Madrid, pronto se trasladó a Cacabelos, en el Bierzo leonés, y posteriormente, en 1960, a San Sebastián. Farmacéutico de formación, Guerra Garrido abrió un establecimiento en el barrio donostiarra de Larratxo, donde la convivencia cotidiana con la comunidad de inmigrantes la proporcionaría materiales para su novela Cacereño (1970). La novela ha demostrado un largo aliento: en cincuenta años ha conocido innumerables reediciones y a día de hoy sigue viva en las librerías. En cuanto a la farmacia, años después sería atacada y quemada por simpatizantes de la izquierda abertzale debido a las posiciones políticas del escritor, próximas al Foro de Ermua.

Antes ya había publicado la novela Ni héroe ni nada y, sobre todo, el relato Con tortura. A alguien no le sentó bien aquel texto porque a la salida de la presentación en la biblioteca de la plaza de la Constitución, el escritor se encontró su vehículo vandalizado.

Relato de un secuestro

Los últimos años de la dictadura le sirvieron para afilar una voz propia que cristalizó en la historia del secuestro de un industrial que narró en Lectura insólita de El Capital (1976) con la que saltó a la primera línea del panorama literario, a lomos del Premio Nadal que se llevó la novela. Con La costumbre de morir (1981) y Escrito en un dólar (1983) exploró las posibilidades de la novela negra como vehículo de denuncia de los desmanes sociales y tras El año del wólfram (finalista del Premio Planeta en 1984) y La mar es mala mujer, puso el dedo en la llaga con La carta (1990), en donde narraba los silencios y zozobras de un industrial que recibe una petición de ETA para que abonara el impuesto revolucionario.

Esta vez el malestar que causó la obra desbordó el ámbito del entorno abertzale para alcanzar también a algunos sectores del nacionalismo. Las presentaciones de la novela se convirtieron en una lista de deserciones de última hora.