Zweig, cuarenta años de cuentos

Héctor J. Porto MADRID / E. LA VOZ

CULTURA

Stefan Zweig (Viena, Imperio austrohúngaro, 1881-Petrópolis, Brasil, 1942).
Stefan Zweig (Viena, Imperio austrohúngaro, 1881-Petrópolis, Brasil, 1942).

El sello Páginas de Espuma edita en un solo tomo toda la narrativa breve del autor vienés

02 mar 2023 . Actualizado a las 22:56 h.

Stefan Zweig (Viena, Imperio austrohúngaro, 1881-Petrópolis, Brasil, 1942) ya es de todos. Cumplidos 80 años de su muerte, y a partir del 1 de enero siguiente, los derechos de explotación de su producción literaria han pasado al dominio público. 2023 es su gran año. Proliferarán las ediciones de una obra hasta ahora asunto prácticamente exclusivo del sello Acantilado, que no solo ha mimado al autor sino que lo ha rescatado del ostracismo y lo ha vuelto a poner de moda. Joseph Roth (cuyos maravillosos escritos también quedaron liberados de derechos de autoría, en el 2020) decía de las prosas de su benefactor amigo —al que tanto admiraba— que estaban construidas siempre de forma consumada, sutil, rotunda, lúcida, inteligente, nítida, medida, elegante... Cierto es que cuando el dipsómano periodista se enfadaba con él las tildaba de «lecturas de tren».

Esa prosa podrá gozarse ahora de un modo desconocido en lo que se refiere a su narrativa breve, que, en su caso, va desde el relato corto hasta la nouvelle. Gracias al esfuerzo editorial de Páginas de Espuma, un solo volumen la reúne, y ordenada cronológicamente, lo que permite contemplar en Cuentos completos la evolución del escritor, en lo estilístico, lo emocional, los temas... La ardua tarea (un año entero de dedicación) realizada por el traductor Alberto Gordo contribuye decisivamente a unificar esta visión panorámica e histórica de los textos.

Y es que entre Sueños olvidados —vio la luz en 1900 en la revista Berliner Illustrirte Zeitung— y Novela de ajedrez —apareció por primera vez en alemán en 1942 en el sello bonaerense Pigmalión— hay 40 años de labor creativa. Es más, el título que cierra el tomo de 1.400 páginas es Wondrak, que Zweig dejó inacabado y en su última parte fue reconstruido sobre unas notas del autor por Knut Beck, su estudioso y editor literario moderno por excelencia, en parte artífice de la rehabilitación definitiva que ha vivido el genio vienés en las últimas décadas.

El libro —que se presentó este lunes en Madrid— es una gran celebración. Así se percibía ya en el gesto de felicidad plena de Juan Casamayor (Madrid, 1968), responsable de Páginas de Espuma. Cabe recordar que hubo un tiempo en que Zweig no era el pesimista que acabó siendo y entendiendo lo que Roth le advertía cuando le rogaba que abandonase la absurda idea de que su valía como escritor hasta entonces incuestionable fuese todavía posible en Alemania. Zweig —cuyos libros fueros prohibidos y proscritos por el nazismo— se suicidó en su exilio brasileño, donde fue hallado tendido en la cama junto a la que fue su secretaria y segunda esposa, Lotte Altmann, abatidos por un mundo que consideraban perdido por el horror del Tercer Reich.

Antes de presenciar aquel infierno, Zweig fue un hombre de esperanza que denostaba a aquellos agoreros que anunciaban que el tiempo del libro había acabado en la era de la técnica y que preconizaban: «El gramófono, el cinematógrafo, la radio son más prácticos y más eficaces a la hora de transmitir la palabra y el pensamiento, y de hecho comienzan a arrinconar al libro, por lo que su misión histórica y cultural no tardará en formar parte del pasado». Y clamaba: «¡Qué estrechez de miras, qué cerrazón mental! ¿Alguien puede pensar seriamente que algún día la técnica conseguirá crear un prodigio que aventaje al libro, con miles de años de historia, o simplemente que lo iguale? Los químicos no han descubierto ningún explosivo tan potente, tan formidable, no han fabricado ninguna chapa de acero, ningún cemento tan duro ni tan resistente como un puñado de hojas impresas y encuadernadas. La luz de una lámpara eléctrica no puede compararse con la que irradia un pequeño volumen de unas pocas páginas, no existe ninguna fuente de energía que pueda compararse con la potencia con que la palabra impresa alimenta el alma. Intemporal, indestructible, inalterable, la quintaesencia de la fuerza en un formato reducido y versátil, el libro no tiene nada que temer por parte de la técnica, pues es él quien garantiza su pervivencia y su desarrollo».

Este elogio que hacía en su ensayo El libro como acceso al mundo —vindicación que parece escrita hoy y que está recogida en Encuentros con libros (Acantilado, 2020)— volvería a repetirlo eufórico Zweig ante este rutilante volumen de los Cuentos completos.

«Todo clásico precisa una traducción contemporánea»

Stefan Zweig ha sido ampliamente traído al castellano, pero nunca había sido tratado de esta manera totalizadora en su narrativa breve, insiste el editor Juan Casamayor, y con la calidad con que trabaja Alberto Gordo, ensalza. «Todo clásico precisa una traducción contemporánea, una actualización», afirma para justificar esta «loca empresa», porque, incide, ofrece una nueva forma de disfrutar sus cuentos y nouvelles y de comprender al autor y su trágico siglo, que queda reflejado en este recorrido (como judío poco ejerciente asimilado a la cultura alemana, humanista y europeísta precursor) por sus inicios de inclinación sionista, el drama de la Gran Guerra y la nostalgia del Imperio habsbúrgico y el Holocausto. El lector hallará aquí a ese escritor exquisito que, pese a ello, triunfó popularmente por «su sentido abnegado de la tradición», detalla Gordo, que recuerda que Zweig desoyó las vanguardias aunque estaba muy pendiente de lo que se hacía, hasta el punto de que fue pionero y ferviente defensor del Ulises de Joyce.