Ver madurar los melocotones

Eduardo Galán

CULTURA

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11 feb 2023 . Actualizado a las 12:18 h.

Igual que la sociedad pandémica, los Goya del 2022 han vuelto al campo, a lo oportunamente rural, arrastrados por una tendencia presente ya en los últimos palmarés de nuestro cine —O que arde, Verano, 1993—. Este año, Alcarrás, Cerdita, El agua, Suro y la controvertida As bestas se lo van a llevar casi todo. Los melocotones maduros, las turbias piscinas rústicas, el río que nos lleva, la corteza de los alcornoques y la xenofobia casi faulkneriana de la Galicia profunda van a ocupar el espacio de nuestros sueños.

El problema es que, en aras de un realismo mal entendido, en un camino espartano hacia la verdad, nuestra ficción cinematográfica parece ensimismada en una reinvención de la aproximación documental emprendida por jóvenes airados enfadados por enésima vez con «el cine tradicional», buscando un norte existencial en actores no profesionales o casi desconocidos, tiempos detenidos y estética desmañada. Pero lo malo es que ya todo eso lo habían inventado antes los de la escuela documentalista británica, la nouvelle vague francesa, el under norteamericano...

En fin, la España vaciada contra los cines desiertos y también contra nuestro escepticismo de ancianos cinéfilos, congelados delante de la pantalla, mirando crecer la hierba, secar la pintura o madurar los melocotones. «Con la sonrisa de un imbécil, riéndonos hasta la eternidad», como decía aquel americano perdido en París.