Charlton Heston, el héroe del cine que se lo acabó creyendo

i. Cortés MADRID / COLPISA

CULTURA

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Se cumplen cien años del nacimiento de Charlton Heston, rey del «blockbuster» en tecnicolor que enturbió su legado artístico con la defensa de las armas

06 oct 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Es difícil borrar de la memoria su imagen agitando el arma con la que tantas veces subió al estrado como presidente de la Asociación Nacional del Rifle de Estados Unidos. Dejó la presidencia del colectivo en el 2003 y falleció de una neumonía casi cinco años después, el 5 de abril del 2008, pero aquel «¡Solo me la quitarán de mis manos frías y muertas!», en referencia a su Winchester de 1866, acompañaría a Charlton Heston hasta el lecho final. Que sean ese fanatismo y esa intransigencia los que perduren en el recuerdo es una injusticia para un actor que continuó la tradición de los grandes aventureros de la pantalla, iniciada por Douglas Fairbanks y Errol Flynn, y encarnó como nadie al héroe. Tanto que se lo acabó creyendo.

Quizá para entonces Heston, que el pasado miércoles habría cumplido cien años, había olvidado buena parte de sus logros interpretativos. Llevaba años retirado de la profesión, porque padecía desde el 2002 una enfermedad degenerativa similar al alzhéimer, que implicaba la pérdida de memoria y un deterioro paulatino de las funciones vitales. Hijo único, John Charles Carter nació el 4 de octubre de 1923 en Evanston, un suburbio a pocos kilómetros de Chicago. Creció en una zona rural de Míchigan. Allí devoraba todo libro que cayera en sus manos y se imaginaba dando vida a los personajes que pululaban por sus páginas. Antes de cumplir los diez años, sus padres se divorciaron, y el pequeño se quedó con su madre. Años más tarde, Lilla se casaría con Chester Heston, apellido que finalmente el actor acabaría usando como nombre artístico.

Fue en Chicago donde el gusanillo de la interpretación comenzó a calarle hondo. Sus papeles en las funciones teatrales de la escuela eran tan celebrados que en 1942 recibió una beca para estudiar arte dramático. Solo la Segunda Guerra Mundial podía dibujar un paréntesis a una carrera artística para la que ya parecía predestinado. Y así fue. Después de tres años en el frente, Heston y su esposa, la fotógrafa y actriz Lydia Clarke, con la que estaría hasta el fin de sus días, se marcharon a Nueva York, donde comenzaron a trabajar como modelos en una escuela de arte.

Su éxito en Antonio y Cleopatra, una obra de teatro en Broadway, le abrió las puertas primero a la televisión y después a Hollywood. Debutó en la gran pantalla en 1950 con Ciudad en sombras, de William Dieterle, y dos años más tarde se convirtió en el director del circo de El mayor espectáculo del mundo, con la que Cecil B. DeMille ganaría el Óscar a la mejor película. Heston no logró rentabilizar el éxito de la cinta, que se convirtió en la segunda película más taquillera de la historia por detrás de Lo que el viento se llevó, y se encasilló como héroe rudo y fornido en wésterns y películas de serie B, como El secreto de los incas o Cuando ruge la marabunta, en las que su poderosa presencia física lo hacía brillar. Fue de nuevo Cecil B. DeMille quien vio más allá de su fotogenia y descubrió esa combinación de aplomo, sinceridad y modestia con los que encarnó a Moisés en Los diez mandamientos (1956). Después, llegaría su consagración ante la crítica con largometrajes como Horizontes de grandeza (1958) y el que muchos consideran su mejor trabajo, el del honrado policía Miguel Vargas en Sed de mal, de Orson Welles.

Rey indiscutible de las superproducciones en tecnicolor, trabajó a las órdenes de directores como Sam Peckinpah, Laurence Olivier o George Stevens, y se especializó en personajes históricos como Miguel Ángel, el cardenal Richelieu, El Cid, Marco Antonio, Búfalo Bill, Enrique VIII, Juan el Bautista, Tomás Moro o el presidente Jackson.

A partir de los ochenta, su presencia fue menguando en la gran pantalla y en la televisión, con papeles de toda índole y cameos en títulos como Dinastía, Los Colby, Mentiras arriesgadas o Armageddon (1998), donde hacía las veces de narrador. Fue su mandato en la Asociación Nacional del Rifle el que marcó sus últimos años de vida. En el documental Bowling for Columbine, Michael Moore dejaba en evidencia la ideología cada vez más conservadora de un actor que en 1963 había participado en la marcha a Washington por los derechos civiles del 28 de agosto, en la que Martin Luther King pronunció su famoso discurso I Have A Dream.