Steven Soderbergh se reinventa otra vez en el mundo feliz de «Divinity»

josé luis losa SITGES / E. LA VOZ

CULTURA

«Divinity» fue rodada en blanco y negro.
«Divinity» fue rodada en blanco y negro.

Kitano denota agotamiento en su intento de retomar el cine de samuráis

11 oct 2023 . Actualizado a las 21:22 h.

Steven Soderbegh es un superviviente nato. Ganar con tu primera película y solo veinticinco años la Palma de Oro en Cannes puede ser un regalo envenenado que coloree de azules tu sangre de vencedor y te lleve a perder pie.

Hay muchas concomitancias entre este asalto a los cielos vitalmente prematuro del director de Sexo, mentiras y cintas de vídeo y el de los prometeos del Nuevo Hollywood, los De Palma, Schrader, Cimino o Bogdanovich, que pasaron de jacobinos golden boys del Nuevo Hollywood a caer semiguillotinados una vez que los grandes estudios se hicieron de nuevo con las riendas del poder en su reacción termidoriana y condenaron a esos semidioses a una eterna travesía del desierto. Filmar o morir.

Soderbergh supo encontrar mejores territorios de resistencia a la espera de tiempos mejores. Así, sus resurrecciones han sido diversas y muy sonoras. Lo hizo en el año 2000, con la superlativa Traffic, con la cual ganó su único Óscar. Tras hacerle ojitos a la industria con Erin Brokovich y Ocean's Eleven, vivió su segundo apogeo con la formidable película-río Che. Luego fue capaz de predecir y adelantarse a la pandemia del covid con Contagio.

Y frente a otra amenaza de extinción de su carrera, se reinventó en la nueva televisión casi antes que ningún otro con dos de los mejores largometrajes dirigidos para consumo directo en casa: Behind the Candelabra y No Sudden Move.

Ahora mismo, en este 56.º Festival de Sitges, acaba de proclama sus ganas de seguir reinventándose con Divinity, una producción nominalmente dirigida por el debutante en ficciones Eddie Alcazar pero en la cual la huella como autor factual de Soderbergh lo abarca casi todo. Divinity, filmada en blanco y negro de bellos en tinieblas, habla también de renacimientos o, mejor, de eternas juventudes. Hay un mad doctor que está a punto de lograr la fórmula para mantener la lozanía perenne de los cuerpos. Y recorren Divinity ecos del soma de Un mundo feliz de Huxley. Y también de aquella formidable película de Richard Fleischer, Soylent Green. En esa lucha para lograr que cuando el destino nos alcance nos pille hermosos y algo malditos, un casi irreconocible Stephen Dorff pone bastantes luces. Y el tramo final de la película, con un recurso gratuito y artificios a la stop motion, deja sombras en una película que se proponía muy carnal.

Otro autor perseverante en su esfuerzo por mantenerse creativo es el japonés Takeshi Kitano. Lo ha logrado en los últimos quince años —aun percibiéndose el cansancio de su pulso— con Outrage, nueva trilogía de los yakuzas, con altibajos. Su intento de ahora mismo de retomar el cine de samuráis en Kubi denota ya agotamiento, tanto del Kitano director, como de él mismo como actor, que no es precisamente Clint Eastwood. Apunta, es verdad, como aggiornamento de este género, conocido como chambara, una introducción de la homosexualidad muy normalizada. Algo que estaba en el origen de esta tradición épica pero que para los clásicos —de Kurosawa a Tomu Uchida— resultó tabú. Hasta esta salida del armario con los sables en posición de espera que ahora se atreve a mostrar Kitano.