Teenage Fanclub demuestra en Ferrol que sigue teniendo la llave de la grandeza pop

Javier Becerra
Javier Becerra REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Teenage Fanclub durante su concierto en el Auditorio de Ferrol
Teenage Fanclub durante su concierto en el Auditorio de Ferrol CESAR TOIMIL

Los escoceses ofrecieron un notable recital con un sonido denso que recordó a los orígenes del grupo

14 oct 2023 . Actualizado a las 17:34 h.

Teniendo en cuenta el tono apocado de su último trabajo, Nothing Last Forever, y la elección de teatros y auditorios para la gira, cabría pensar que Teenage Fanclub llegaba al Auditorio de Ferrol con una intención clara. Supuestamente, la banda apelaría a un sonido limpio y cristalino que pusiera en primer plano las voces como ese pincel que dibuja con primor sus melodías. Pero pronto quedó claro que las intenciones iban por otro cambio. Los escoceses optaron por subir el canal de un power ligeramente emborronado a ese pop que en los noventa fue evolucionando al trazo finísimo y que logró su excelencia en Grand Prix (1995) y Songs From Northern Britain (1997). Como si los ecos del 30.º aniversario de Bandwagonesque (1991) pervivieran ahí, lo cierto es que el repertorio escogido por la banda para el concierto dio la sensación de haber pasado por el filtro de aquel sonido primigenio alumbrado bajo la etiqueta noise-pop, cuando lo indie era algo joven, novedoso y excitante. Y no lo de ayer, que se podía tomar como una reunión de cuarentones y cincuentones nostálgicos ávidos de comprobar si los de Glasgow aún poseen la llave. La que da acceso a la habitación en la que descansan algunas de las mejores canciones del pop de los noventa.

La tienen. Y en cuanto entra en el hueco de la cerradura y gira, aparece la magia. Cierto es que ya no están todas, desde que Gerard Love abandonó el grupo en el 2018 llevándose consigo un tercio del repertorio. Algunas de ellas -Ain't That Enough, Sparky's Dream, December…- se echan tanto en falta que se hizo necesario un ejercicio de contención previo para no caer en la frustración de lo que pudo haber sido y no será ya nunca más. Pero hay mucho ahí donde escoger. Tanto que, al final del bolo, raro era el que reclamaba su joyita ausente dentro de las muchas presentes que, una vez más, blandieron corazones, provocaron suspiros y generaron esa reconfortante sensación de reencuentro con el hogar musical de cada cual. Esas melodías en suspensión, esos solos de guitarra en los que cada nota tiene sentido y, sobre todo, esos estribillos que inyectan una suave y placenterísima euforia forman parte de la banda sonora sentimental de un público que lo encuentra ahí plasmado en su máxima y mejor expresión posible. Y si no puede ser con el todo, pues que sea con las dos terceras partes. 

Dentro de los aplausos generales precedentes, existían críticas por el sonido de algunos conciertos de la gira. En teoría, estas se atribuían a los recintos pero quizá también se debieran a la formulación sonora elegida que, de entrada, desconcertó un poco en Ferrol. Con la parte rítmica elevada sobre las guitarras y voces, canciones como las iniciales Tired Of Being Alone y About You (haciéndose guiño en el inicio ambas) emergieron como una pasta densa y algo brumosa que, desde luego, no respondía a la pulcritud con la que se escuchó a la banda en otras ocasiones. Un poco más duras de lo esperado, también algo más metálicas, desbarataban la idea preconcebida. Ni los temas nuevos iban a sonar apocados frente a los clásicos, ni estos segundos se revivirían con la finura de antaño. Cuando Norman Blake anunció sonriente que iba a recuperar un tema de Bandwagonesque en realidad estaba dando otra llave a la audiencia. Con la espléndida Alcoholiday -perezosa, con neblina guitarrera y con una hermosura embriagadora- trazaba líneas entre pasado y presente. Ofrecía subliminalmente la guía de escucha de un concierto que, en efecto, iba a remitirnos a aquella estética sonora. Un poco más difuminada, un poco más eléctrica, un poco más densa. Pero igualmente disfrutable. 

Raymond McGinley y Normal Blake durante el concierto
Raymond McGinley y Normal Blake durante el concierto CESAR TOIMIL

Adaptado el oído y abandonadas las expectativas previas en favor de lo que estaba ocurriendo en el escenario, empezó un desfile en el que lógicamente mandaba su presente -cayeron cinco temas del último disco y tres del predecesor, Endless Arcade- pero que emocionó de verdad con su pasado. Por ejemplo, la secuencia trazada con What You Do To Me (deliciosa y exultante), It's a Bad World (roquerizada y vitalista) y I Don't Want Control of You (que, de verdad, parecía salida del 91 con este tratamiento) resultó tan espléndida que en las butacas se podían sentir las mariposas revoloteando en los estómagos. Porque ahí, en ese punto sónico y vibrante que expande el placer sin estridencias, se encuentra la esencia de lo que lleva buscando el fan de Teenage Fanclub cada vez que pone un disco suyo. Plasmado en un escenario, todo se amplifica y convierte ese gozo cotidiano en algo excepcional.

En ese estado, tras escuchar The concept -¡oh sí, The concept!- cerrando el concierto, lo normal es reclamar el bis cuando la banda aún no ha abandonado el escenario. Nada de coger el móvil -por cierto, muy ausentes durante el recital- para consultar whatsapps como suele ser habitual, sino aplaudir a rabiar para poder extender el deleite unos minutos más. Back in the Day y Middle of My Mind, temas de sus últimas cosechas, iniciaron el bis y una emotiva Everything Flows lo cerró, dándole el brochazo de noise-pop original a un concierto que, en cierto modo, remitió a aquellos tiempos gloriosos del desaliño y el pelo largo. Los que una buena parte de los asistentes vivieron e, inevitablemente, recordaron en un concierto desconcertante de inicio, pero fantástico al final.

Al término, los de Glasgow recogieron sus instrumentos y volvieron a guardar los temas en la habitación, girando la llave. Hasta la próxima vez que la abran y provoquen las mismas sensaciones de siempre. Así de fácil. Así de sencillo. Así de delicioso.