Gael García Bernal y Bérénice Bejo dan la cara en la Berlinale por la peor «sci-fi» de este siglo

José Luis Losa BERLÍN

CULTURA

NADJA WOHLLEBEN | REUTERS

Olivier Assayas hiberna en «Hors du temps», autoficción sobre el confinamiento que se ve sin problemas, pero se olvida como ninguna otra obra suya

17 feb 2024 . Actualizado a las 20:01 h.

De todos los autores presentes en esta Berlinale no sobrada a priori de brillos, sin duda la presencia del francés Olivier Assayas era la más firme certeza. Qué decir a estas alturas de uno de los cineastas europeos en activo más trascendentales en el curso de estas tres últimas décadas. Una trayectoria, la de Assayas, que se abrió a otros públicos a raíz del estreno en HBO, hace un par de temporadas, de su prodigiosa Irma Veep, profundización en su largometraje del mismo título y descomunal reflexión de reflexiones sobre el cine dentro del cine. O de la ficción como reflejo de la propia realidad de su creador. De hecho, en buena parte de la filmografía de Assayas hay una relevancia autobiográfica que le ha llevado a hablar del dolor ante la pérdida abrupta de su más querido amigo (Finales de agosto, principios de septiembre), de la muerte de su madre (Las horas del verano), de su irreflexiva juventud como rebelde del 68 (Después de mayo) o de su rol de director de cine unido a otra creadora, a la sazón Mia Hansen-Love, en Dobles vidas.

Hors du temps, la película por la que opta al Oso de Oro, es la autoficción más directa filmada por Assayas. Vincent Macaigne —quizás el actor francés del momento, con una vis cómica o sardónica a mitad de camino entre los registros como intérpretes de Woody Allen y Nanni Moretti— encarna al propio Assayas en este microrrelato de su confinamiento en una casa solariega familiar de la Francia interior, junto a su hermano y a las parejas de ambos. Hay que decir que Macaigne ya venía de ser alter ego tragicómico del director en su seriada Irma Veep, solo que allí con una riqueza de matices tragicómicos, un festín neurótico sin desperdicio ni pudores. En Hors du temps, el menú es frugal. Tanto en su puesta en escena austera como en sus elementos dramáticos tenues hasta casi el punto muerto, podemos decir que estamos ante un dietario del confinamiento que —de no ser por las algo pedantes reflexiones de Vincent Macaine, el Assayas de ficción, con sus citas sobre pintores impresionistas— podría suscribir cualquiera.

Macaigne y su hermano discuten porque uno es germófobo y el otro no. O porque —pese a sus fobias— el primero convierte el chalé en un vodevil de repartidores de Amazon que entran y salen. En realidad, es tan sucinto este tranche de vie del encierro que te preguntas si realmente tiene sentido ahora, a tres años de aquello. Y cuando ya en el 2021, Miguel Gomes filmó una maravilla plena de humor y vitalismo, los Diarios de Otsoga, sobre ese tiempo extraño. Bueno, se ve sin problemas pero se olvida como ninguna otra obra de Olivier Assayas. Y te quedas con que hay en Hors du temps un resabio de egocentrismo, un yoismo que provoca que las dos mujeres que comparten ese autoconfinamiento semejen convidadas de piedra en los días y noches de Covid en la campiña.

Temía mucho a la alemana From Hilde, with Love porque la dirige uno de los tipos más sobrevalorados detrás de una cámara que pueda conocer: Andreas Dresen, siempre tendente a la vacuidad intensa o al populismo. Algo así como la Isabel Coixet germana. Y con esto queda todo dicho. Y sin embargo me encuentro con una película apreciable. Un tratamiento muy sereno de los luchadores antinazis que combatieron al Reich desde dentro. Ha sido un tema muy traspapelado en el cine político alemán, cuya generación de oro de los años 70 —los Fassbinder, Wenders o Schlondorf— se centraron mucho más en el movimiento de lucha armada de la década de plomo, la banda Baader Meinhoff y por ahí. Y cuando llegó en este siglo el momento de hablar de la resistencia ante el nazismo se hizo con películas de martirologio y fanfarrias bastante insoportables como Sophie Scholl o Napola.

From Hilde, With Love —que es de lejos la mejor película de Dresen— narra con buen sentido, a través de un flashback muy eficiente, el melancólico compañerismo idealista, condenado a la aniquilación, de un grupo de jóvenes alemanes que espían para la Unión Soviética. Y en su núcleo dramático está la figura de una mujer que se introduce en la causa por amor. Dresen nos conducirá con ella hacia su punición: la cárcel, la guillotina por traición. Pero no deja que se le derrame por el camino ni un gramo de grasa melodramática. Y cuenta con una actriz extraordinaria, Liv Lisa Fries, a la que recordaba de la serie Babylon Berlin, y cuya sobria intensidad sostiene bien la función.

Un muy cómico retorno a Matrix

La sorpresa de la jornada vino con algo llamado Another End, que dirige —es un decir— el siciliano Piero Messina. El disparate que plantea es el de una sociedad donde una empresa es capaz de recuperar la mente, los recuerdos y afectos —esto es, el alma— de los muertos recientes. Y así, por mediación de otras personas —llamados huéspedes— que cobran por prestar su cuerpo, uno podría recuperar la esencia de cualquiera de sus seres queridos para un par de citas puntuales y una despedida y un luto bien hechos.

Lo de menos es que la ocurrencia sea como una mala copia de clásicos de la ciencia-ficción que van de Soylent Green a Matrix pasando por Días extraños. Lo gravísimo es el desopilante tratamiento de la historia a cargo de su director y guionista. Consigue cimas del despropósito que podrían situar Another End en dura competencia con aquellos engendros serie Z de Ed Wood, como aspirante a la peor película sci-fi de la Historia. ¿Y qué hace en la sección oficial de la Berlinale?

Lucir reparto en la alfombra roja. Gracias a ella desfilarán por aquí Gael García Bernal, en un rol cantinflista, Bérénice Bejo, Olivia Williams o la actriz de moda, Renate Reinsve, lanzada internacionalmente gracias al éxito de La peor persona del mundo y una de las protagonistas de la soberbia A Different Man. Y bueno, Bernal, Bejo o Williams tienen ya un bagaje y pueden permitirse hacer el ridículo en este bodrio monumental que mezcla churras, merinas y otras especies menos confesables. Pero cuidado, Renate Reinsve. Gestiona bien tu escalada porque por prestarse a cosas como Another End uno cae por un precipicio abisal y a veces ya no retorna. Ni como estrella ni como huesped.