«Cada legua hay para el peregrino una posada, una mesa con pan», decía Álvaro Cunqueiro

Héctor J. Porto REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Detalle de las cubiertas del libro. A la derecha, Cunqueiro posa junto a la imagen de David (rey hebreo por el que desde niño sentía fascinación) de la fachada de la plaza de Praterías de la catedral de Santiago. En la foto, de autoría desconocida, cubre con su mano parte de la representación del demonio.
Detalle de las cubiertas del libro. A la derecha, Cunqueiro posa junto a la imagen de David (rey hebreo por el que desde niño sentía fascinación) de la fachada de la plaza de Praterías de la catedral de Santiago. En la foto, de autoría desconocida, cubre con su mano parte de la representación del demonio. Alvarellos Editora | Fundación Penzol

El sello compostelano Alvarellos rescata del olvido el libro del autor mindoniense «El Camino de Santiago», publicado únicamente en 1965 con un fin promocional de aquel Año Santo

05 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Quién le iba a decir a Álvaro Cunqueiro que tendría una honrosa cuota de paternidad en la propuesta de convertir el Camino de Santiago en eje crucial de un ambicioso programa turístico a largo plazo? Coincidiendo con el Año Santo de 1965 —que fue también el de la clausura del Concilio Vaticano II, iniciado en 1959—, el entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, promovió la convergencia de los intereses del régimen franquista, «preocupado por visibilizar tímidas reformas aperturistas», con los de la Iglesia, representada por el obispo Fernando Quiroga Palacios. El mencionado año jacobeo supuso, en este sentido, un cambio de rumbo hacia «una fórmula que aunaba turismo religioso y cultural», una fórmula que décadas después —y hasta hoy— desmadra el éxito. En el marco de aquella iniciativa sitúa la profesora María Xesús Nogueira (Berres, A Estrada, 1968) el libro olvidado de Cunqueiro El Camino de Santiago —escrito por encargo y publicado únicamente en 1965 con un fin promocional de aquel Año Santo—, que rescata ahora el sello compostelano Alvarellos.

Álvaro Cunqueiro Mora (Mondoñedo, 1911-Vigo, 1981), que —recuerda Nogueira— siempre se había definido como «una persona de profundas convicciones religiosas» y en aquel momento era «un escritor poco sospechoso para el régimen y bien conocido en las letras españolas, parecía también una elección oportuna». Incluso con estas premisas, Cunqueiro es difícil de embridar, y aunque responde a lo que se pide, su texto está lejos de representar una guía práctica al uso porque su inconmensurable bagaje —mezcla harmónica de historia, mitos, leyendas y senda polvorienta— y su asombroso magín conformarán un relato que no se arrodilla ante la expectativa burocrática y las aspiraciones institucionales. Es una muestra más del oficio heterodoxo y libérrimo de un escritor que transitó por diferentes géneros derribando despreocupadamente, como sin esfuerzo ni determinación, de natural, los marcos que fijan las lindes. «Como un ancho y rumoroso río, también su escritura desborda los cauces de la narrativa, la literatura de viajes, el periodismo literario y otras prosas. La experimentación y la desestabilización de los géneros literarios es marca indeleble de la literatura cunqueiriana, en la que los límites entre la realidad y la ficción se afinan hasta casi desvanecerse», ratifica Nogueira.

Su frente terminal de rocas

Advierte la filóloga, eso sí, que todo ello no significa que la obra carezca de estructura, de cohesión. «Muy al contrario, el texto, que sigue la senda recorrida por el peregrino —precisando, cuando es necesario el peregrino de hoy—, sigue la senda del Camino Francés, una “forma perfecta, viva, como la vena de un cuerpo humano”, deteniéndose en sus principales localidades. Cuando “el viaje ha alcanzado su meta” y “el peregrino ha llegado a la Jerusalén de Occidente”, el libro se detiene en una descripción pormenorizada de la ciudad. El camino continúa y “muere en el Poniente extremo, donde la tierra levantaba su frente terminal de rocas, cubiertas de espumas, azotada del viento”, en Fisterra».

Además, no es un territorio nuevo para el genio mindoniense, de quien es proverbial su querencia por el viaje y los viajeros, tantas veces protagonistas en su escritura. En ocasiones, señala Nogueira, utilizó esta pasión para dar a conocer su tierra —como en Vigo, puerta del Atlántico (Ayuntamiento de Vigo, 1957), Lugo (Everest, 1968) y Ollar Galicia (Destino, 1981), entre otros—, pero es que además el asunto jacobeo ocupó sus desvelos en numerosas ocasiones, en artículos y conferencias. En algunas de estas piezas narró su propia peregrinación, desde Pedrafita do Cebreiro hasta Santiago, en 1962, acompañado del fotógrafo Manuel García Castro Magar, que cuatro decenios después fueron reunidas en el libro Por el camino de las peregrinaciones (Alba, 2004).

Cunqueiro se tenía, además, por el último peregrino medieval. Y, dice, «el Camino, verdaderamente se hace en el siglo XI. Sancho el Grande, rey de Navarra, manda abrir una vía desde Roncesvalles a Nájera. La reina doña Mayor manda construir el puente de Puente la Reina, sobre el Arga. Se construyen albergues en Roncesvalles, en Pamplona, en Estella. En el alto Somport abre sus puertas Santa Cristina. Doña Mayor funda igualmente en Frómista, y San Lesmes en Burgos. El Camino se hace más llevadero, y se fijan trece jornadas para hacerlo. Las señala el Calixtino [...] Pero las jornadas, en la realidad de la peregrinación, son muchas más que las calixtinas. Y para aliviarlas, nacen los albergues y hospitales, y se multiplican las fundaciones. Al final del siglo XI, el Camino está abierto. Cada legua hay para el peregrino una posada, una mesa con pan».

«El viaje es para mí una experiencia poética»

Que nadie aguarde de Álvaro Cunqueiro y su El Camino de Santiago un riguroso tratado informativo; él hace de la descripción erudita, de su conocimiento, valiosa materia narrativa. Como sí acaece en estas páginas, rara vez late en una guía el aliento lírico. Y eso que el autor apela en numerosas ocasiones a lo que llama la Guía del peregrino medieval», que no es otra que el libro cuarto del Códice Calixtino (siglo XII; otra vez el medievo). «El viaje, para mí, es una experiencia poética», recuerda el editor Henrique Alvarellos que Cunqueiro gustaba de proclamar. «Siempre, y sin cansancio, caminó Álvaro Cunqueiro —evoca su hijo, César, en el prólogo—. Siendo niño y luego muchacho, los caminos de Mondoñedo y sus parroquias, y los que serían los de la tierra de Miranda. Después, durante toda su vida, los de Galicia. Y como escritor y poeta, los caminos de una geografía soñada, principalmente europea. No hay entre todos ellos una distinción clara, entre los físicamente recorridos y los habitados por su imaginar. Todos, caminos de Mondoñedo, Galicia, Iberia, Francia, Italia… envueltos en luz, iluminados por la fiesta de la imagen que habitó Cunqueiro». «Pero hay un camino —prosigue César Cunqueiro— que es El Camino, el que no precisa de nombre, por él andado y del que escribió largamente. Él lo llama La flor de los caminos: es el Camino de Santiago». Adéntrense, romeros.