
En un momento dado, llega: «Sisterhood above all». Aunque la traducción no capta todos los matices (porque hermandad sirve tanto para ellos como para nosotras), podríamos pensar que Valya, Tula, Kasha, Francesca, Lila, Dorotea, Raquella e incluso Jessica tendrían cabida en la que quizá sea la imagen del año. Una mujer que, tras haber sobrevivido a un infierno, sale del juzgado con la cabeza tan alta como cuando entró. En esa fotografía, son otras mujeres, las que la miran con la emoción en los ojos y en las palmas de las manos. Y de cada mirada sale un gracias silencioso. Un agradecimiento de hermanas.
La que camina se llama Gisèle, no Valya, pero podría ser la reverenda. Porque de algún modo ha sabido, como otras muchas antes, guiar a las demás por un tortuoso camino, empeñada en decir una verdad que, aunque muchos y muchas se empeñen en ocultarlo, tenía que ser dicha de una vez por todas: la vergüenza tiene que cambiar de lado. Ella, a cara descubierta. Ellos, con cualquier elemento que les permitiese ocultar sus caras. No se han formado juntas en un lejano planeta como Wallach IX, no van cubiertas por un velo ni esconden las manos bajo guantes. Pero, como las bene gesserit, saben que hay algo enorme por lo que luchar: la igualdad que parece que no llega. Y que la sororidad está por encima de todo.