
Al declararse la Segunda Guerra Mundial, el artista se recluyó un año en Royan, un pueblo de la costa francesa donde solo podía pintar en cuadernos
31 mar 2025 . Actualizado a las 09:47 h.Picasso tenía 58 años y vivía en París cuando estalló la Segunda Guerra Mundial; sus días se reducían a alternar amantes y a pintar sin parar. Alumbrado ya entonces el simbólico Guernica y su inconfundible Paloma de la paz, prefirió sin embargo ser prudente ante el imparable ascenso del fascismo en Europa y asumir un perfil político bajo, vivir el conflicto a distancia, tanto, que hizo las maletas y seguido por su círculo más cercano se instaló en un pequeña localidad de la costa atlántica francesa. En Royan permaneció callado, pero no quieto, nervioso por el despliegue bélico, así que durante el año que pasó allí dio rienda suelta a su actividad artística registrando todo lo que veían sus ojos —y lo que le ocupaba la cabeza— en lo único que tenía a mano: libretas. Esta suerte de diarios visuales pueden verse hasta finales de abril en la exposición Picasso: los cuadernos de Royan que desde enero acoge el Museo Picasso Málaga.
Fue la limitada disponibilidad de materiales, que escaseaban en plena contienda, lo que obligó al artista malagueño a reformular la naturaleza de su actividad, aparcando el óleo y centrándose en el dibujo. En la librería local Hachette adquiría compulsivamente blocs que solía llevar siempre encima; en ellos, anotaba ideas visuales varias con referencias a obras anteriores o a nuevas creaciones, reflexiones para composiciones futuras, bocetos que con el tiempo llegarían a ser emblemáticos Picassos. Llenó el pintor cuadernos y más cuadernos de secuencias de figuras femeninas, de bocetos de cabezas de cordero y de dramáticos bodegones, pero también de escritos poéticos y estudios formales. «Mirarlos es ver lo que pasaba por su mente», comenta en el Palacio de Buenavista —sede del museo— Marilyn McCully, comisaria junto a su marido, Michael Raeburn, de la primera exhibición de este material en nuestro país.
La integran un total de ocho volúmenes llenos de dibujos a lápiz y tinta, témperas, fotografías y poemas que acreditan cómo el pintor siguió dando rienda suelta a su pulsión creadora en tiempos convulsos, y se completa con hasta cuatro obras más de la misma época que contextualizan estos trazos: Busto de mujer con los brazos cruzados detrás de la cabeza (1939), perteneciente a la colección permanente de la pinacoteca malagueña; Tres cabezas de cordero (1939), prestada por el Centro Nacional de Arte Reina Sofía; Mujer peinándose (1940), procedente del Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York; y Café en Royan (agosto de 1940), cedida por el Musée Picasso de París.
«En toda la obra de mi abuelo se nota la influencia de los lugares donde vivió —observa Bernard Ruiz Picasso—. Este proyecto de recuperación de los cuadernos nació de la voluntad de ver qué ocurría dentro de ella, de enfocar su naturaleza profunda». Precisamente de una conversación entre el nieto del pintor y el matrimonio McCully y Raeburn partió la idea de investigar a fondo en un momento concreto de la vida de Picasso, que luego se concretaría en su crucial estancia en Royan. «Cuando vi por primera vez los cuadernos casi me puse a llorar —recuerda McCully—. Pensé que era lo mas cerca que podíamos estar del artista». En sus páginas, advierte la experta, dialogan ideas. Deshecha paisajes, insiste en el cuerpo de la mujer, proyecta dimensiones de obras futuras. Las libretas funcionan, en definitiva, como geografía artística y reflejo de una identidad, la suya, ya armada, pero en continuo estado de agitación, siempre mutable.
Un estudio portátil

Un buen ejemplo de la evolución del proceder formal de Picasso es la radical reconfiguración de cabeza y cuerpo que tan bien se refleja en este compendio de cartillas. El planteamiento que, por ejemplo, acabó plasmado en el óleo sobre lienzo Busto de mujer con los brazos cruzados detrás de la cabeza puede seguirse a través de las páginas del Cuaderno 202 que el artista estrenó en noviembre del 39. Los ojos aparecen debajo de la nariz, a ambos lados de la cara, uno en círculo y otro en triángulo, y las orejas como delicados lazos. El cabello oscuro sugiere, además, que se inspiró en su entonces compañera Dora Maar.

Antes de abandonar Royan, Pablo Picasso comenzó a esbozar en una gran libreta, ya en papel de alta calidad, su obra Mujer peinándose. A menudo esta obra, que concluyó al irse, se interpreta como respuesta a los horrores de la guerra, contrapartida al Guernica.