
La adaptación del director de escena solivianta a la crítica italiana, que habla de «vacuas provocaciones», pero él da por cumplido el objetivo del festival
16 ago 2025 . Actualizado a las 07:00 h.El Festival Rossini de Pésaro nació en 1980 con la única misión de redescubrir el repertorio del ilustre compositor italiano. Muchos pensaron entonces que no duraría más que un puñado de veranos. ¿En qué biblioteca o desván se exhumaría algo mejor que El barbero de Sevilla o Guillermo Tell? ¿O Semiramide y Tancredi? El entusiasmo calló bocas porque no tardó en convertirse en una cita de proyección internacional, con una programación que no solo abarca producciones operísticas, sino también conciertos líricos, obras religiosas, cantatas, música de cámara...
En esta 46.ª edición, el fichaje de Calixto Bieito (Miranda de Ebro, Burgos, 1963) para abrir fuego se ha agitado como señuelo para atraer nuevos públicos y poner al día las puestas en escena del festival. No en vano se trataba de un doble desafío para el director de escena mirandés y responsable artístico del bilbaíno teatro Arriaga: no solo debutaba en Pésaro, sino que le correspondía inaugurar el propio festival. Y, además, con un título de la complejidad de Zelmira, en las antípodas de la ligereza y el chisporroteo de la ópera bufa.

El montaje se estrenó el pasado 10 de agosto, la última función será el martes 19 y las críticas en Italia han sido demoledoras. Se le reprocha «falta de coherencia», al reducirse todo a «vacuas provocaciones» y se aprecia un talante «cansado y apagado», nada que ver «con el que tenía hace 25 años cuando sacudía el mundo de la ópera».
La trama original de Zelmira se ambienta en la isla de Lesbos, remite a la Antigüedad clásica y es una maraña de relaciones, desvelos y emociones que llevan al extremo a los personajes.
«Yo creo que la historia es muy sencilla. Se aborda la lealtad filial, el amor, la traición... La protagonista es una mujer acusada de cometer delitos que no ha cometido. Eso sí, lo que no hago es seguir una narrativa lineal, sino emocional. Sigo las pautas de Rossini, y los cantantes se han sentido muy cómodos», explica Calixto Bieito, una semana después de haber sido abucheado por un sector del público que no captó su mensaje. «Fueron dos personas y no más, yo estuve allí y puedo decirlo claramente. Me sentí muy arropado. El festival ha cumplido con su objetivo, que era entrar en el debate y en una especie de vanguardia», subraya el director de escena mirandés, que seguramente no ha olvidado la pitada histórica que recibió hace dos años en Nápoles por su visión de Maometto II, también de Rossini.
En aquella ocasión se lo acusó de abrumar a los espectadores con «un revoltijo cacofónico de hallazgos escénicos fútiles y pretenciosos». Ahora tampoco han convencido las pantomimas, ni las relaciones homoeróticas, ni el amamantamiento de un padre por su hija —en alusión al motivo mitológico de la Caritas Romana—, ni la resurrección de un personaje muerto que cobra una relevancia omnipresente.

También se ha cuestionado el uso del escenario del auditorio Scavolini, un antiguo pabellón de baloncesto que permite una panorámica de 360°, porque en los números de conjunto había una separación excesiva entre los cantantes, algunos daban la espalda al público y la acústica se resentía.
Efecto envolvente
El foso de la orquesta, situado en el centro del escenario, es una fórmula que no ha generado tantas protestas. La plataforma luminosa (de 30 metros de largo y 12 de ancho), con agujeros llenos de agua o tierra, da mucho juego y realza el espectáculo. El efecto envolvente es una baza segura, y también fue lo único que gustó en la última producción de Zelmira montada en Pésaro hace 16 años.
Aquella propuesta tenía la impronta de Giorgio Barberio Corsetti y se ofreció en el Vitrifrigo Arena, una instalación polivalente que acoge eventos musicales y deportivos. Pese a la expectación que había despertado, se lo abucheó el día del estreno porque no convencieron ni el espejo gigante que duplicaba la presencia de los personajes, ni los uniformes de camuflaje, ni las metralletas, ni el clero ortodoxo...
No tienen suerte los montajes de Zelmira en Pésaro, pero sí la ejecución musical. Al igual que en el 2009 triunfaron Juan Diego Flórez, Gregory Kunde y Kate Aldrich, bajo la dirección de Roberto Abbado, ahora ha sido el turno de Lawrence Brownlee, Enea Scala y Anastasia Bartoli, a las órdenes de Giacomo Sagripanti. La Orquesta del Teatro Comunale di Bologna, una vez más, ha desatado el entusiasmo de los espectadores.
Zelmira es la ópera con la que Rossini se hizo respetar en Europa. La compuso con el público germano en mente y no solo anticipa el estilo romántico, con un flujo musical continuo, sino que tiene arias tan pirotécnicas que lo mismo llevan al éxtasis que al delirio. Ideal para los melómanos que en Pésaro no solo disfrutan de las playas. Los ingresos de taquilla rondan los 800.000 euros y el volumen de asistencia llega a las 14.000 personas. Es un festival consolidado, con la dirección artística de Juan Diego Flórez y la intendencia de su compatriota, Ernesto Palacio, otro gran tenor peruano. Las voces en Pésaro, la patria chica de Rossini, se cuidan con mimo.