«Baiôa sin fecha de muerte», gran literatura en un viaje al Portugal vaciado
CULTURA

El sello Siruela publicará el 10 de septiembre el debut en la novela de Rui Couceiro, una obra que apareció en su país en el 2022
18 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Si la España vaciada se ha convertido en los últimos años —no solo por el exitoso ensayo de Sergio del Molino— en material de interés narrativo de alto octanaje, el preocupante fenómeno migratorio o demográfico que está en su origen no puede ser ajeno a la otra parte de la península Ibérica: Portugal, por más estrecho que sea su territorio. El próximo 10 de septiembre llega a las librerías de la mano del sello Siruela la traducción castellana de Antonio Jiménez Morato de la primera y prometedora novela de Rui Couceiro (Oporto, 1984), Baiôa sin fecha de muerte (2022), toda una revelación en el país vecino, que mereció además el premio Manuel de Boaventura. Con una decidida vocación de estilo —casi posmoderno, también por el propósito metaliterario, la minuciosidad de los detalles y la ironía que destila—, Couceiro envía a su protagonista y narrador, un profesor, a la aldea de sus abuelos maternos, Gorda-e-Feia —sí, como la terrible canción de Quim Barreiros—, en lo más recóndito del Alentejo y cuyos escenarios recuerdan —el tono se halla en cambio muy alejado— a los parajes extremeños que Luis Landero ponía en juego en aquel volumen de enorme carga autobiográfica El huerto de Emerson. El profesor encuentra en la taberna del pueblo —un lugar arrasado por el olvido y el abandono, completamente apartado de los nuevos ritmos de vida— al viejo Joaquim Baiôa, feliz personaje que desata en el treintañero urbanita un conmovedor caudal de empatía, nostalgia, sabiduría, sabores y comprensión desconocido hasta entonces para un hombre criado en la modernidad y el ajetreo cosmopolita de Lisboa. Quizá alcance por fin la calma, la paz, ante el hermoso esfuerzo de Baiôa —acompañado de otros fabulosos moradores— por rehabilitar las casas de la aldea, enérgica empresa que es más que una agónica metáfora frente a la cuenta atrás que dicta la muerte.