Vega, cantante: «¿Pondrías porno en el súper? ¿Y por qué sí canciones con esas letras tan explícitas?»
CULTURA
«Llevo diciendo "No es no" desde los 23 años», recuerda la artista que actúa en Santiago el próximo 6 de noviembre
28 oct 2025 . Actualizado a las 10:13 h.Hoy se cumple un año de la salida de Ignis (2024), el disco con el que Mercedes Mígel Carpio (Córdoba, 1979), conocida artísticamente como Vega, volvió a la industria tras pensar que, esta vez sí, había llegado el final definitivo de su carrera. No fue así, afortundamente para sus seguidores, que pueden seguir disfrutando de sus conciertos, intensos y emocionales como pocos. El próximo 6 de noviembre estará en Santiago (Capitol, 21.00 horas, 28 euros), llevando esas canciones al escenario estirando su trayectoria.
—Cuando sacó «Ignis» dijo que iban a ser muy pocos conciertos, pero al final han sido unos cuantos más. El próximo en Galicia será en Santiago. ¿Cómo ha llegado a esta situación?
—Honestamente, juro que cuando anuncié los conciertos pensaba dar solo siete. Iban a ser menos porque, si yo te cuento cómo salió ese disco, entiendes por qué dije que solo haría siete fechas.
—¿Qué ocurrió?
—Tres semanas antes de sacar el disco, desapareció la oficina del mánager. No hubo enfado ni nada: simplemente se esfumaron. La agencia de comunicación con la que me habían dejado también se desvinculó. El día del lanzamiento me vi completamente sola. Fui yo quien tuvo que hablar con el distribuidor, el único que me cogía el teléfono, y preguntarle: «Oye, ¿qué nos falta para tener el disco?». Tuve que negociar las pantallas en Callao, toda la promoción, cerrar acuerdos con FNAC para hacer venta cruzada… Todo eso que no debería hacer un artista, lo hice yo sola. Y, claro, las fechas previstas desaparecieron junto con el management. Tuve que buscar huecos a toda velocidad. Encontré siete y dije: «Esto no lo puedo repetir. No juego más con esto». No se me olvidará en la vida el primer concierto, en Granada. Me bajé del escenario llorando, destrozada. No por tristeza, sino por lo bonito que fue. Venía de cambiar a toda la banda, de muchos procesos personales, y pensaba: «No sé si voy a poder volver a subirme a un escenario». Lo disfruté tanto que me dio un bajón emocional, de esos que te hacen pensar: «¿Cómo he podido estar sin esto?». Y, a la vez, me superaba la situación. Al final, nos hemos echado la manta a la cabeza… ¿o era la cabeza a la manta?
—«De otro planeta» sería el «single» perfecto de «Ignis», que no los tiene. ¿Esa canción de amor se la dedica a su hija?
—Juro que la empecé escribiendo pensando en ella cuando tuviera mi edad y yo fuese aún más carca y más abuela de lo que soy. Estar ahí diciéndole que es especial. Porque mi hija es como una versión 3.0 de mi carácter, incluso de cuestionarme cosas. Su último enfado fue porque me preguntó: «Mamá, toda la música que me has puesto… están todos muertos. ¿No voy a poder verlos en concierto?» Y yo: «Imposible. Puedes ver a Paul McCartney, pero lo que son The Beatles. A Bowie, tampoco». En esa canción intento decirle que es especial, que no es rara, que luche por lo que quiere. Y hubo un momento, contestando a lo anterior, en el que se desdibujó todo y pensé: «¿Se la estoy cantando a ella o me la estoy cantando a mí misma?». Pero bueno, creo que lo bonito es que quiero para ella lo mejor, igual que me hubiera gustado tenerlo cuando yo era más joven.
—Hablando de infancia, usted se ha pronunciado en más de una ocasión contra cierta música que, según su opinión, no debería llegar a los niños y que está llegando de forma masiva. Incluso hablaba de regularla por edades.
—Como artista, soy, y lo digo con total honestidad, súper pro libertad de expresión, a tope. Y hay gente que dice: «Antes también había canciones que decían barbaridades». Bueno, y antes se hacían muchas cosas que estaban muy mal, y eso no quiere decir que estén bien hechas. Las mujeres no teníamos derecho a votar, y no por eso era una buena práctica. Lo que se hiciera atrás, atrás está. Hay mensajes en la música que son tremendamente explícitos. Y te preguntas: ¿pondrías porno en una pantalla en un supermercado? ¿Verdad que no? Porque sabes que puede haber niños y no lo vas a poner en las pantallas. ¿Y por qué sí canciones con esas letras tan explícitas? Están ahí y los padres, con esta vida ajetreada, igual pasamos por alto que esa información les está llegando. Un día mi hija me dijo: «Mamá, ¿qué es "pepas, agua pa la seca, to el mundo en pastilla en la discoteca"?». Y yo pensé: «¡Vale, mierda!». Lo peor es que la escuchó el día de Papá Noel en el colegio. ¿No habrá villancicos, que tienen que poner esto? ¿En serio?
—Esa canción que menciona, «Pepas» de Farruko, la escuché en cumpleaños infantiles.
—Claro, y dices tú: «Ostras, ¿y qué le explico?» Entonces, llegué a un acuerdo con ella. Para evitar censura, ya que no puedo controlar lo que pasa, cuando viene con algo del cole que se lo repiten hasta la saciedad, me siento con ella. Las escuchamos y le digo: «Dime qué no entiendes, que te lo traduzco amablemente a un lenguaje adaptado para ti». Y hay canciones que cantan mujeres, donde compañeras como Bad Gyal dicen cosas como «trágatelo todo para que sepa que te quiere» o algo así. Es que ni me paro mucho, porque me entran unas cositas por el cuerpo. Cojo a mi hija, y antes de oírle cantar eso, que me dan ganas de echar la pota en cualquier sitio, no por la música ni por la propuesta de mi compañera, sino porque salga de la boca de una niña de nueve años, le explico: «Esto viene a decir que hagas todo lo que le gusta a otra persona para que, a base de hacerlo una y otra vez, esa persona te acabe queriendo. ¿Qué te parece esto». Y mi hija, que tiene dos dedos de frente y está bien educada, me dice: «O sea, eso es comprar el amor de alguien». Y yo: «Perfecto, lo tienes claro, ¿no? ¿Quieres escuchar esto?». «No, mamá, no quiero escuchar esto». Fuera.
—Al hilo de esto, recuerdo que una vez usted hablaba de la erotización de las estrellas del pop actual. Lo decía frente a los referentes que manejaba de adolescente, cuando en los noventa en el «mainstream» había artistas como Sheryl Crow, Alanis Morissette o Four Non Blondes, iconos que no tienen nada que ver con ello. ¿Ahora da la sensación de que no hay dónde encontrar un referente parecido a gran escala?
—De hecho, te encuentras con que, para las mujeres que estamos en ciertas edades, si el edadismo ya nos iba a dar, pues ahora nos da el triple. Puede parecer una frustración o algo así y no. Porque yo he tenido 23 años, he sido una cara muy bonita y me he rapado la cabeza. No lo digo con ego, lo digo porque era una obviedad que estaba ahí. Podría haber explotado mi cuerpo de otra forma, pero no lo hice porque nunca ha ido con mi forma de ser. Hay veces que me planteo de verdad: ¿estas mujeres quieren esto o saben, en su fuero interno, que eso es lo que les funciona y, como les funciona tan bien, la alternativa nunca llega? Es algo que me encantaría poder contestar, pero no puedo. Creo que habría que preguntárselo a mis compañeras. En entrevistas muchas dicen: «Lo hago porque quiero». Y yo pienso: «Vale, pues cántame tu canción con una camiseta, un jersey, unos vaqueros y un moño normal. O, mejor dicho, sal igual de fea que ellos, con corbata, con kilos de más, todo eso, y canta tu canción. Y dime si llegas al mismo sitio». Entonces, será una decisión totalmente voluntaria. Lo demás es voluntario dentro de las circunstancias.
—La cantante Sés aludía a la trampa de la libre elección. Es decir, el entorno te obliga a tomar un tipo de decisión que parece que estás tomando tú, pero realmente no es así.
—Totalmente de acuerdo con ella. Además, la admiro mucho. Aunque parezca más beligerante que yo en muchas cosas, lleva mucha razón. Es tal cual: no estás eligiendo una libertad total, estás eligiendo una libertad con un ángulo de 45 grados. Entonces, si estás eligiendo libremente aquí, claro… no en 360.
—Cuando empezó, ¿alguna vez le sugirieron mostrarse más sexy?
—Mira, yo he tenido una carrera muy difícil desde el principio. Y lo he dicho alguna vez: es una carrera tremendamente cruenta para los cuerpos que no son normativos, para aquello que se presupone como belleza explotable. Es decir, con lo que puedas sacar rédito. Ahora tengo 46 años, tengo la cara que tengo, las arrugas, las canas, todo… Pero de joven, fui una cara bonita y para mí fue un hándicap. Esa cara me trajo muchísimos problemas, muchísimas confusiones con directivos y gente de la industria que pensaban que una cara bonita era un trofeo. «Si quieres esto, pues vas a pasar por aquí». Y se encontraron con lo más punk del mundo. Porque podía venir de Operación Triunfo, pero tenía una educación muy asentada que me dieron mis padres. Sonrío, por decirlo de alguna forma, cuando digo: «No es no». Llevo diciendo «no es no» desde que tengo 23 años. He asumido las puertas que se cerraban tras cada afirmación de seguridad en mí misma. Decir «por aquí no paso» cerraba radios, cerraba muchísimas puertas. Pero 22 años después sigo aquí, a base de empujar con el hombro cada puerta y decir: «La puerta, la puerta… ¡y me la voy a tirar abajo!».
—¿Tuvo que hacer un camino a su manera?
—Con canciones y queriendo trabajar en lo mío. Entonces, esa hipersexualización que hay encima del escenario creo que es pan para hoy y hambre para mañana. Todos nos hacemos viejos, por suerte. Lo bonito es vivir. Y a todos nos van a salir canas, y vamos a ir quitándonos cosas.
—¿Qué pasaría si hubiera un Me Too en la industria musical española?
—No lo va a haber porque, para que lo hubiera, no bastaría con las mujeres. Esto no se consigue solo con nosotras. Yo soy de esas feministas que hablan del feminismo como comunidad, como algo que se construye junto a los hombres. Si dejas a los hombres fuera de la ecuación, primero, nos escucharemos entre nosotras y, después, para casa. No pasa nada. Y segundo, no menos importante, eso sería hembrismo. Y para mí, el hembrismo es lo mismo que el machismo. Entonces, creo que sí se han logrado muchas cosas, pero hay que hacer un trabajo en el que nuestros compañeros de vida, amigos y familiares sean más conscientes de que, efectivamente, existe una desigualdad y que realmente quieran acompañarnos en ese viaje. Eso supone también asimilar y aceptar que —no digo en casos específicos, porque habrá excepciones, claro—, a nivel general, en esta sociedad hay una serie de privilegios normalizados por parte del género masculino. Renunciar a eso, al final, es un sacrificio. No te encuentras a tanta gente dispuesta a hacer ese sacrificio. En la paternidad, por ejemplo, siempre hablamos de maternidad y, de repente, salió la palabra paternal, y fue como: ¿qué es esto? ¿Qué significa esto? Hay gente que todavía no tiene esa mirada, y eso implica sacrificio. Entonces, si avanzamos en eso, probablemente podría haber un Me Too. Pero en la industria musical es imposible, porque eso requeriría que nuestros compañeros estuvieran de acuerdo, y te digo que son los menos. Y si de palabra hay más, a efectos prácticos no habría un movimiento Me Too. Un movimiento así significa hacer activismo, y dentro del activismo, por ejemplo, sería decir: «Yo no voy a tocar en ningún sitio donde mis compañeras estén cobrando un 75 % menos que yo». Si lo veo, te lo cuento. Pero creo que me voy a morir y no lo voy a ver.
—En ese sentido, recuerdo que en 2018 le llamé porque había un festival, el Noroeste, donde se establecían cuotas paritarias por primera vez. Usted, que tocaba en él, se mostró crítica con las cuotas ya en aquel entonces. ¿Sigue pensando igual?
—Mira, yo he sido socia de todas las asociaciones habidas y por haber de mujeres en la industria musical. Hoy en día no soy socia de ninguna.
—¿Y por qué?
—Porque creo que no se trata solo de hablar, sino de predicar con el ejemplo. Y a veces, cuando estás dentro, te das cuenta de que el ejemplo no solo no cunde, sino que al final parece que queremos crearnos nuestro propio club de fumadores, igual que ellos. Y eso no es igualdad, señoras, eso es replicar el modelo. Cuando se utilizan las cuotas para siete, eso ya no es una cuota. Yo no quiero una cuota. Quizás vengo de una generación donde nos vendieron que la meritocracia, el esfuerzo y el trabajo te iban a llevar lejos. Mentira también. A mí no me sirve de nada que se hagan pancartas con mujeres diciendo «los derechos». Todo muy bonito, pero luego van corriendo y compran abonos de festivales donde no hay una sola mujer en el cartel. Entonces, poner el nombre de Mujeres en la Industria Musical o Asociación de Mujeres por la Igualdad es blanquear algo que no sucede. Es un empoderamiento que, para mí, roza el hembrismo. No es igualdad. Si alguien ha leído a las madres del feminismo, se da cuenta de que el feminismo no excluye. El feminismo es colectivo, incluye. Y si no, que lean un poquito a Simone de Beauvoir y a mucha gente que hay que leer para entender que no es hembrismo.
—Hablaba antes de ese primer concierto de la gira, en el que acabó llorando. Cuando estuvo en A Coruña este año, en el Teatro Colón, la vi llorar en el concierto. Como espectador, por un lado me conmovía mucho, pero al mismo tiempo me incomodaba. ¿Qué le pasa en el escenario cuando se emociona de esa manera?
—Creo que eso, desde que estuve en el Colón, lo vengo trabajando un poquito más. Yo misma me he dado cuenta: no quiero salir todo el rato a romperme. Venía de una situación personal y psicológica difícil, que me estaba costando gestionar encima del escenario. Al final, mis canciones son un reflejo de muchas cosas que vivo. Hay días que son unas, hay días que son otras, pero de repente me rompo. Y me rompo de verdad. No sé simularlo. Yo, para bien o para mal, soy bocachancla. Pero no lo puedo evitar. Es así. Estoy trabajando para que esto no me suceda tan a menudo. Pero hay veces, de verdad, que en un concierto se activa un clic con el público. Me pasó el otro día: subí un story de algo que ocurrió en el concierto de Madrid. Nadie sabe las circunstancias que sucedían cinco minutos antes de salir al escenario. Salí, en el sitio que supuestamente es mi plaza de oro, por decirlo de alguna forma, reventada. Reventada de secarme los ojos de llorar y decir: «No es el momento para esto». Sucedió algo muy triste y estaba realmente afectada. No era algo que me pasara a mí directamente, era a gente de mi equipo. Y, por otro lado, estaba pensando que igual me despedía para siempre. Es que siempre lo pienso. Entonces se me junta todo eso, y llega la canción De otro planeta. Y, en general, en ese concierto fue tan apabullante el volumen al que cantaba el público que mi técnico de sonido tuvo problemas en la sala para ponerme por encima de ellos. Cantaban a tal volumen que fue como una ola que invadió el escenario. Me entró una agitera, como decimos en mi tierra. No podía cantar. Primero me rompí un poquito cantando «tú eres especial, eres de otro planeta», como intentando convencerme de que esto es lo mío. O sea, no puedes tener esa gente cantando eso y no creértelo. Entonces hubo un momento de duda, me callé porque no podía cantar. Y la gente respondió el triple, cantando más fuerte. Ahí se invirtieron los papeles. Era como: ahora ya no puedo cantar porque estoy sobrecogida por lo que estoy oyendo enfrente. Total, que esa canción la canta el público.
—La he visto muchas veces en directo y siempre me fijo en su público. Ves en la cara de ellos como si, en cierto modo, usted estuviera cantando la historia de su vida.
—Siempre me lo dicen: «Me miras por una mirilla».
—Esa sensación es muy especial. Y se nota más todavía en los acústicos. Recuerdo uno en la sala Garufa (A Coruña) en el año 2023. Hoy en día es bastante complicado que la gente esté callada en los conciertos. Hubo un momento, tocando la canción «Mortal», que parecía que estábamos en una catedral, en medio de una misa. Daba la sensación de que había allí 200 o 300 personas en sintonía total, como si su corazón latiera al mismo tiempo que el suyo.
—Es una comunión perfecta. Tengo un público que va creciendo, y aunque el crecimiento sea más lento, el que entra no se va. Y entra a veces es un poco rollo secta, casi. Es como que entran en el veguismo, un mundo donde las emociones siempre están a flor de piel. Pasa eso porque no estoy escribiendo una canción que busque ser el hit ni la mejor canción del mundo. Estoy contando historias de vida que también pueden pasarme a mí, a ti, a cualquiera. Cuando me dicen «me mirabas por una mirilla», yo les digo: «Somos únicos, pero en las vivencias generalistas no somos tan especiales. Todos pasamos por lo mismo. Entonces, si tú la lloras, es que yo la lloré primero». No creo que tenga mayor misterio que eso.
—Hay también una transparencia y una verdad en esas canciones tremenda. En su disco anterior, la canción «Bipolar» hablaba de sus problemas mentales cuando eso no era lo habitual.
—Cuando saqué esa canción subí un vídeo explicando por qué iba a utilizar una palabra tan fuerte como es bipolar, que habla de un trastorno mental. Quise explicar la parte de verdad que podía contar para decir: «Me veo autorizada para poder hablar de esto». Después de escribir esa canción, cuatro psiquiatras distintos me dijeron cosas diferentes. Unos que sí, otros que no. Incluso el último me dijo: «Eso no es bipolaridad. Tú estás hasta aquí arriba y no llegas más, y hay días que explotas como todo el mundo». Yo estaba convencida de que sí lo era. De hecho, tuve medicación durante mucho tiempo. Lo expliqué en un vídeo y luego no volví a hablar del tema. Si te das cuenta, la canción es bipolar, pero en ningún momento dice la palabra «bipolar»; es solo el título. Lo demás habla de algo que, si le quitas esa palabra, sería una canción sobre cosas que nos preocupan: esa falta de autoconfianza, el querer encontrarse a uno mismo. Por eso dice «lograr encontrar un lugar para las dos», que es lo único que te puede llevar a esa sensación de bipolaridad: soy dos personas, o no sé cuál de las dos soy, si la que está triste todo el rato o la que es eufórica. La canción representa muy bien la tristeza y la euforia. Empieza muy tranquila y luego acaba como el demonio de Tasmania ahí arriba, diciendo que no pienso rendirme. Si fuera americana, estaría rompiendo una guitarra eléctrica en algún sitio. Pero para mí fue una necesidad. Dicho eso, dije: «A mí no me volvéis más a esto». ¿Por qué? Porque esto pertenece a mi parcela privada. La canción, hablar de la canción y de cuánto ayuda a mucha gente, eso es maravilloso. Pero ahí queda.
—Ahora parece que se ha «romantizado» y «glamurizado» la salud mental en el pop y que a veces incluso forma parte del discurso promocional. ¿Qué piensa?
—Es verdad que ha habido una evolución en la forma de hablar del tema, hasta el punto de que parece que ahora es casi una obligación hablar de salud mental. Y dices tú: bueno, creo que lo que debería ser obligatorio es que todo el mundo, en la sanidad pública, pudiera tener acceso a la atención cuando la necesite, a los servicios que son necesarios y que, en muchos casos, son urgentes. A veces una demora de seis meses puede ser un problema serio. Luego, hay que decirle a la gente que hay que diferenciar entre tener un mal momento, una tristeza, una pena que todos tenemos, y una depresión. Son cosas completamente distintas. Hoy en día hay mucha gente que habla de sus penas y las confunde con una depresión, pero una depresión es cuando alguien no es capaz ni de hablar de ello. Se toma muy a la ligera y, sobre todo, se ha comercializado mucho.
—¿Por qué escribe canciones?
—Honestamente, me lo he preguntado muchas veces. Escribo canciones porque, en realidad, es mi vía de escape para no amargarle la vida a los que tengo alrededor. Me hace muy feliz. Me das una guitarra y me dejas sola tres días en un sitio y, como tenga Coca-Cola, y tabaco podría subsistir. Porque me encierro en mi mundo. Realmente soy como una adicta a la música.
—Si eso llegase algún día y dejase los escenarios, ¿seguiría haciendo canciones?
—Seguro. Y para mí. No para otro, para mí. Al final son como mi diario. Si te das cuenta, empecé a escribir canciones con 14 años y con el tiempo me di cuenta de que eran canciones. Porque tú abrías las páginas de mi diario y no era un diario en prosa, era un diario donde ya estaba casi rimando todo, con una rima muy especial o con esa forma que tengo de escribir que se ha ido desarrollando con los años. Tampoco escribo ahora como escribía con 23. Pero mi diario de cuando era pequeña ya tenía canciones, en versión de tangos, flamenco, cosas más del sur. Era mi forma de expresarme. También creo que tenía un ambiente muy musical. En mi familia siempre había guitarras por medio. Como dicen, la apreciación desde fuera es casi verdad: todo el mundo canta, todo el mundo baila, todo el mundo toca en Andalucía. Es bastante común. Por eso es tan prolífica, al menos en algunos géneros. No paran de salir artistas, hay muchísimos.
—Dijo que su relación con el «indie» era como esas niñas del colegio con las que quería ser amiga, pero ellas no querían ser amigas suyas. ¿Por qué le atrae ese mundo en el cual, según dice, no la aceptan?
—¿Según digo yo? Según dice, la realidad de todos los sitios donde se prodiga ese tipo de música. Ya no sé si soy exclusivamente yo, o somos las mujeres. Porque sí hay mujeres, pero están dentro de bandas. ¿Solistas? Vamos a hablar claro. Y el indie de verdad, el que yo entiendo por indie, no existe en España. Aquí hay pop rock con sonidos alternativos que pueden estar más cerca del indie. Pero los indies de verdad, por desgracia, no se escuchan. No llegan. Entonces estamos todos en un indie pop rock mainstream, llámalo como quieras. No digo que no se me acepte, sino que en general a las solistas no nos dan bola. Y eso de ver a una mujer con una guitarra… Esto va a sonar feo, pero las formas de una guitarra y el mástil son una cosa muy viril. Y no tiene nada que ver con nosotras. Y parece que ofende. Esa es la sensación que tengo. Y es verdad. Pero yo no quiero estar, no quiero ser amiga de ellas, de ese grupo del cole, porque me parezcan guays. Antiguamente, podía ser un poco así. Cuando contesté aquello, en plan: «Joder, es que son tan guays y no entiendo por qué no quieren hablar conmigo, porque yo no siento que esté haciendo algo muy distinto a lo que hacen ellas». Hoy tengo la certeza de que no solo no lo hago distinto, sino que lo hago igual, y que incluso algunas cosas las hago mejor. Pero ya no quiero ser su amiga. Quiero estar ahí por derecho propio. Ni cuotas ni leches.
—Tampoco encaja en el «mainstream», del cual formó parte. ¿Se ha quedado como en una especie de tierra de nadie?
—Sí, como Mad Max. Me veo sola ante el peligro en un desierto. Por lo menos me considero en una tierra donde estoy intentando jugar una partida. Siempre lo digo: una partida de póker donde las cartas están marcadas, porque estoy jugando contra contrincantes que van a golpe de multinacional y talonario. Y hacerlo desde la independencia es casi… no sé si una locura, o que se me fue la pelota, o que ese afán de «yo puedo y voy a poder» a veces lo antepongo a todo. Y hago cosas que incluso podrían ser muy poco comprensibles para el gran público.
—Vivió en A Coruña muchos años y tiene un vínculo tan fuerte con Galicia en su música, que muchos la consideramos una artista gallega. ¿Cómo se siente respecto a su galleguidad?
—Recientemente, nos hemos ido a vivir a Córdoba por cuestiones familiares. Y creo que lo llevo yo peor que mi marido, que es de A Coruña. O sea, yo me iría a Galicia otra vez. Yo fui muy feliz allí. Ten en cuenta que me vine con 19 años; mi marido llegó más allá de los 30. Entonces, tengo una vida anterior ligada a Galicia. Soy de esa generación que tuvo que transicionar de «La Coruña» a «A Coruña», de «Orense» a «Ourense». Pero también me siento muy cordobesa. Me fui con 19 años, ¿no? Y creo que una vez, en un artículo al principio de mi carrera, alguien dijo: «Es el rock con bata de cola». Y eso me quedó clavado. Creo que representa bien lo que soy, porque en la actitud, en la forma de cantar y en la puesta en escena, no estoy tan lejos del mundo de la copla en cuanto al brillo y la interpretación. Pero en la sonoridad, la música atlántica tuvo una influencia brutal en mí. Desde Budiño, pasando por Guadi, por Xoel López, sobre todo con Deluxe, Iván Ferreiro, Golpes Bajos… Hay tantos que han formado parte de mi imaginario. Yo crecí con Los Piratas. Era fan. Creo que el día que más lloré fue en un concierto en Zaragoza que coincidía con su último concierto. Era mi primer concierto, y no podía dejar de ir. Estuve a punto de dejar plantado el mío porque se separaban, y yo no podía dejar de ver aquello. A ese nivel te lo digo. De tener las maquetas en cintas de casete en la universidad de Los Piratas. Toda esa influencia está en mi parte musical, sumada a los que influyeron en ellos también. Porque no somos tan distintos generacionalmente. Yo también he escuchado a The Smiths, a The La's, a Depeche Mode… todos hemos escuchado eso. Y luego, me encanta cantar en gallego. Me encantaría hacerlo mucho más fluido y hacer entrevistas en gallego, porque creo que es un idioma precioso. Recuerdo en Mirlo blanco que dije «un silo vermello y cruel», porque lo de «rojo» me quedaba feo. Pero no fue voluntario, no fue por poner una palabra en gallego. Es que me sonaba más bonito «vermello» que «rojo». Lo peor de todo es que en Córdoba hablo castrapo también. Y esto es tremendo, porque digo cosas y a veces los padres en la puerta del colegio no me entienden.