Expone obras perecederas, desafiando el concepto mismo de museo, centrado hasta ahora en la conservación
09 dic 2025 . Actualizado a las 05:00 h.La sala se abre a través de una cortina de bioplástico y, de pronto, la tierra toma el control. Han aparecido algunos brotes inesperados de hierba, bien recibidos sobre un manto oscuro. Bruja (Sorgin), de Delcy Morelos, podría ser perfectamente la síntesis de un proyecto que lleva gestándose dos años en el Museo Guggenheim de Bilbao y que ha superado, uno tras otro, los múltiples desafíos que ha supuesto. El primero, la concepción misma de lo que es un museo.
«Es un desafío a este ecosistema, el museístico, que tradicionalmente se asociaba con la conservación, donde se quieren eliminar devenires orgánicos de los materiales», explica Manuel Cirauqui, comisario de Artes de la Tierra, la exposición que ocupa la segunda planta del Guggenheim. La muestra, que cuenta con el patrocinio de Iberdrola —la compañía presta dos creaciones—, podría definirse como pequeños enjambres de obras y artistas que, circunstancialmente, funcionan. No hay una homogeneidad —tampoco era el objetivo— y, de hecho, encontrarla habría sido «una manipulación de las obras».
Lo que sí existe es un pálpito común, una lectura no solo sobre la crisis de la institución museística —empeñada en la idea de posteridad y que aquí se enfrenta a creaciones que literalmente se están descomponiendo en las salas—, sino también acerca del cambio climático, la crisis medioambiental y cómo el planeta asiste a un progresivo estado de ansiedad provocado por la alteración de las condiciones de vida de todos los seres, incluida la misma Tierra.
A través de un centenar de obras de más de 40 artistas en las que la materialidad es caduca, Artes de la Tierra muestra cómo han evolucionado las prácticas artísticas en los últimos 60 años. Así, en Root Sequence, Asad Raza reúne 26 árboles, aquellos que podrán sobrevivir a las condiciones climáticas que posiblemente imperen dentro de 50 o 100 años. Una vez terminada la exposición, este pequeño bosque multiespecie será plantado en la naturaleza.
«Quizá la relación más importante no sea tanto estilística, formal o temática, sino una transformación material», señala Cirauqui. Y eso es precisamente lo que se aprecia en la exposición. Una bandera de los Estados Unidos que ha sido compostada y devorada por los gusanos. Vasijas hechas con arcillas salvajes. Esculturas realizadas con los lodos de la propia ría de Bilbao. Recipientes que, a modo de planetario, cuelgan de las paredes y cuyo material recuerda, en su textura mineral, a la superficie de otros planetas. Cuadros realizados a base de lana de una especie al borde de la extinción que vienen a recordar que no existen las razas. Arpilleras en las que se entremezclan brotes de semillas recogidas por la propia artista. Una investigación sobre cuánto metal pesado pueden absorber los vegetales. El árbol de los deseos de Yoko Ono. Obras que abandonan el deseo de posteridad y que en muchos casos retornarán al ecosistema del que se han nutrido. Volverán a donde nacieron.
«Incorporar estas obras, que venían cargadas de rastros orgánicos o de vida, que estaban hechas con materia orgánica, que tenían una proyección de crecimiento en el tiempo junto con los seres que ellas traían, ha supuesto un enorme desafío», indica el comisario.
Si los museos son espacios en los que las individualidades cobran fuerza, lo que ha venido a hacer Artes de la Tierra es poner de relieve «hasta qué punto es interesante la interdependencia y la colaboración». La mayoría de las obras, apunta el comisario, emergen de la colaboración, y esa forma colectiva de trabajo «se expresa en la reemergencia de una ancestralidad que nunca ha estado ausente». Hay obras que parecen antiguas pero tienen solo unas décadas, y otras de pueblos originarios que llevan mucho tiempo aplicando nuevas prácticas.
«Esta exposición se alinea con los valores de sostenibilidad del museo», explica la directora del Guggenheim, Miren Arzalluz. La exposición ha sido un reto también en este ámbito, ya que ha intentado reducir al máximo posible la huella de carbono. Se han evitado desplazamientos de obras en avión, se han elegido materiales piloto y biomateriales para la exposición, se ha reducido el uso del plástico... Se trata de una «coherencia en el planteamiento», destaca Rafael Orbegozo, asesor de presidencia de Iberdrola. «La producción de esta exposición se ha cuidado mucho para no ser contradictoria con su fondo», señala el responsable de la colección de arte de la compañía. Algo que, al mismo tiempo, demuestra el poder del arte contemporáneo para «ponernos delante de los grandes problemas del mundo, y no solo de los de hoy, también de los de mañana», porque muchas de las obras de esta muestra anticiparon los desafíos que ahora enfrenta el planeta, aunque, en la mayoría de las ocasiones, esta aproximación trae consigo muchas preguntas y pocas respuestas, reconoce Orbegozo.