La junta electoral del Real Madrid ha decidido por unanimidad «proclamar válida» la candidatura encabezada por Florentino Pérez a las elecciones a la presidencia del club blanco. A estas alturas, lo normal es que el empresario no tenga oposición; llegará a la presidencia por aclamación, aunque con demasiados asuntos pendientes para esperar un período plácido.
Con Ramón Calderón y parte de su junta directiva imputados por la Justicia, Florentino Pérez tiene la exigencia de no mirar para otro lado ni esconder el polvo debajo de la alfombra. Hereda una gestión bajo sospecha y salpicada por los escándalos. El nuevo presidente, como ya se comprometió Florentino Pérez el que día que anunció que se presentaba a las elecciones, está obligado a realizar una auditoría del club y a hacer público su resultado.
Si limpiar el pasado es una exigencia, la desastrosa planificación deportiva de los últimos años obliga al Real Madrid a una reestructuración, justo en un momento en el que su deuda alcanza los 562 millones de euros. Difícil e incluso irresponsable el compatibilizar un lastre semejante con la promesa de invertir los casi 300 millones de euros necesarios para cumplir las promesas que se anuncian.