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El británico intenta mantener la calma mientras la sombra de Armstrong planea sobre su forma de correr
21 jul 2013 . Actualizado a las 22:38 h.Sólido e inabordable en la bicicleta, tranquilo y modesto fuera de la carrera: Chris Froome, el ganador del Tour de Francia en su centésima edición, dejó su particular sello en la prueba más importante del ciclismo mundial. Con más de cinco minutos de ventaja sobre su perseguidor más inmediato, el colombiano Nairo Quintana, tan claro fue el dominio del británico, que el escepticismo acerca de su rendimiento se tornó inevitable. Froome deja pasar casi siempre sin comentar las comparaciones con el estadounidense Lance Armstrong, sancionado de por vida por dopaje tras ganar siete veces el Tour de Francia. Al igual que el estadounidense, el británico regresó al ciclismo tras una grave enfermedad.
«Soy humano», enfatiza Chris Froome, de 28 años, que habla del «duro entrenamiento» cuando se le pregunta por las razones de su éxito. Lo cierto es que sobre la bicicleta, pese a sus 186 centímetros de altura, Froome asoma frágil, ya que pesa sólo 67 kilos. En comparación con sus rivales, parece físicamente de una galaxia inferior. El británico se apoderó del maillot amarillo ya en el primer ascenso a los Pirineos y se alejó de sus rivales casi convirtiéndolos en juguetes. Ni siquiera el legendario Mont Ventoux lo hizo dudar, y allí eligió escenario mítico para sentenciar el Tour.
Pero Chris Froome no sólo es un escalador, porque en las dos etapas contrarreloj también fue superior. Sólo se permitió un momento de debilidad en el final de la etapa reina con L'Alpe d'Huez como meta, pero enseguida se repuso e incluso aumentó la diferencia sobre sus rivales.
«El gran desafío fue permanecer fresco en lo mental y motivarme cada mañana para ganar más segundos», reconoció Froome, que intentó disipar sin mucho éxito su imagen de hombre impasible: «Me alegro, pero me alegro en silencio». En tres semanas de Tour de Francia hubo sólo una vez en la que el británico perdió el control. Fue el día después de ganar la etapa del Mont Ventoux, cuando la rueda de prensa fue monopolizada por el tema del dopaje. «Aquí estoy, tras la victoria más grande de mi carrera, y se me acusa de ser un mentiroso y tramposo. No lo soy», dijo. Y abandonó la sala.
Ya más calmado, el nuevo rey del Tour de Francia dijo entender que, con la historia que arrastra el ciclismo, el tema del dopaje sea un asunto de primer orden para los medios: «Entiendo perfectamente que aquel que lleva el maillot amarillo sea examinado, puesto a prueba. Al que está en esa posición se lo mira con microscopio». Chris Froome es el segundo británico en ganar el Tour. El primero, un año atrás, fue Bradley Wiggins, ausente esta vez por lesión.
El camino de Froome hacia la cima no fue sencillo. Hijo de padres británicos, nació en Nairobi e hizo sus primeras experiencias profesionales sobre la bicicleta en Sudáfrica, aunque pocas historias como aquella que lo llevó a consagrarse campeón nacional de Kenia, país del que tuvo la nacionalidad antes de adoptar la británica. La federación keniana no organizaba por entonces un campeonato nacional, y cuando Froome se informó del asunto, le dijeron que si presentaba un maillot lo declararían campeón. El propio ciclista se lo cosió.
«Es un viaje extraordinario: de mi bicicleta de montaña en Kenia a dueño del maillot amarillo», explicó Froome este fin de semana. «Me faltan las palabras». Su debut en el Tour en 2008 lo encontró aún con un pasaporte keniano. Llegó al Arco del Triunfo en el puesto 84. Corredor del Team Sky desde el 2010, en los inicios no cumplió con las expectativas puestas en él.
Había buenas razones para ello, aunque recién en el 2012 las dio a conocer: una esquistosomiasis -enfermedad parasitaria crónica, propia de las zonas tropicales- había debilitado su sistema sanguíneo. El tratamiento fue exitoso y Froome recuperó su nivel, aunque debe examinarse cada seis meses. «La enfermedad sigue en mi organismo», explicó.
Ese regreso tras una enfermedad dio pie a más comparaciones con Armstrong, que tras volver al ciclismo luego de un cáncer de testículos comenzó su serie de siete victorias en el Tour. «No se me puede comparar con Lance», dijo Froome. «Él hizo trampa, yo no». El segundo puesto en la Vuelta a España 2011 situó a Froome por primera vez en el podio de una de las tres grandes rondas del ciclismo mundial. Un año después fue segundo del Tour tras Wiggins, al que superó en la montaña pero respetó tal como establecía el orden jerárquico del equipo.
Pero este año tenía el camino libre, y todo indica que en los próximos años el que marcará el rumbo será él.