La valentía como modo de vida

antón bruquetas REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

Triunfó en un mundo de hombres y jamás bajó los brazos ante la adversidad

14 oct 2013 . Actualizado a las 18:10 h.

A la luz pública, María de Villota (Madrid, 1980) siempre transmitió la reconfortante impresión de que vivió exactamente cómo siempre había querido vivir. Un día, cuando era aún muy joven, se empeñó en triunfar en un mundo, el del automovilismo, donde las mujeres son la excepción y lo logró. Hace un año, tras un terrorífico accidente, se empecinó en sobrevivir a su sueño y de nuevo salió victoriosa. De ella, dicen quienes la conocieron que, pese a su imagen extrovertida, era bastante reservada. Buena prueba de ello, aseguran, es que irrumpió en la Fórmula 1 prácticamente en silencio. Pretendía que el ruido lo hiciesen sus resultados, no la preciosa melena rubia que se desplomaba algodonada cuando el casco dejaba de cubrirle la cabeza.

Paradójicamente, como ocurrió el 3 de julio del 2012 y como volvió a suceder ayer, su figura siempre se agigantó cuanto más se aproximó a la muerte. En esos momentos de dificultad, muchos descubrieron en la madrileña a una luchadora empedernida, a un ejemplo inigualable de superación. Pero lo que la mayoría desconoce es que ella había comenzado su pelea mucho antes. Desde su infancia había convertido la valentía en un modo de vida.

Los comienzos

Al abrigo de su padre

Si hay una persona que definió la trayectoria de la primera española en tocar la élite del motor fue su padre, Emilio de Villota, expiloto de Fórmula 1 en la década de los setenta. Él le enseñó el olor del combustible y la pasión por sentir la velocidad acariciando la cara. Con 16 años, María se lanzó a competir en karting. En la primera prueba firmó el triunfo que confirmaba su talento. A partir de ese momento, la carrera de la madrileña comenzó a dispararse. La Fórmula 3 española, las 24 Horas de Daytona, las Euroseries 3000, la Superleague Fórmula,... Nunca defraudaba en sus actuaciones. Se apoltronó en los primeros puestos de cada clasificación. Escalaba con pasos de gigante.

La fórmula 1

El estreno en el Paul Ricard

El reguero del éxito provocó que en el 2011 su nombre comenzase a sonar ya en el gran circo de los monoplazas. Durante el Gran Premio de Valencia, el patrón de la Fórmula 1, Bernie Ecclestone se acercó a María de Villota y le preguntó: «¿Estás preparada?». La española respiró hondo y terminó lanzando una frase que ha pasado a la historia por el profundo significado que encerraba. «Lo que importa no es lo que piense yo sino lo que dice el crono». Todo un ejercicio de igualdad insuperable.

En agosto de ese mismo año, María de Villota se montaba en un Lotus Renault en el circuito francés Paul Ricard. Sobre el trazado galo, el tiempo, su medida para todas las cosas, le dio la razón. En el 2012 firmaba como piloto probador del equipo ruso Marussia. Otro peldaño más hacia su objetivo: conseguir un volante en la parrilla del 2013. Aconsejada brillantemente por su familia, continuaba su ascenso imparable. El desafío de consolidarse en el trepidante mundo de las carreras estaba cada vez más cerca.

El Accidente

Un sueño hecho añicos

A principios del mes de julio, María de Villota desembarcó en el aeródromo de Duxford para realizar unas pruebas en los componentes aerodinámicos del MR01, su coche. En una de las curvas perdió el control y se empotró contra un camión que se encontraba mal estacionado. Además, el pesado vehículo tenía la rampa de acceso a su interior a medio bajar y fue contra la que golpeó la española a la altura de la cabeza. Las primeras informaciones hablaban de su fallecimiento. Se trasladó rápidamente a un centro hospitalario. Después de varias intervenciones quirúrgicas, en las que los médicos no garantizaban que saldría con vida, De Villota volvió a despertarse. Fue un amanecer amargo. Había perdido un ojo y su sueño de seguir compitiendo al máximo nivel se desvaneció. La luz que había iluminado su cara, de pronto, se tamizó.

La recuperación

Mucho más que correr

Pero después de los primeros momentos, en los que se miraba al espejo y se veía «como un monstruo». María de Villota se convenció de que tenía otra guerra que ganar. Se colocó un parche para tapar el vacío de la ilusión y abrió las ventanas otra vez. Y se dispuso a contar todo lo que le había ocurrido. Cómo había transitado desde el desconsuelo hasta la aceptación y la manera en la que había visto que su universo no solo eran puntos en constante aceleración. Había muchas cosas más para disfrutar. La muerte le sobrevino ayer en primera línea de fuego.