La primera gran sorpresa de esta final llegó en su diseño. No fue un encuentro trabado, como se podría prever en vista de los contendientes y los nervios propios de una cita de tanta altura. Los equipos, lejos de esperar el error, trataron de generarlo. Quizá por ahí se entiende también lo abultado del marcador final. No hubo excesivo respeto por el rival; ningún miedo.
A partir de ahí, las diferencias las marcaron las columnas vertebrales. Y la del Real Madrid es indiscutiblemente más fuerte que la de la Juve. De arriba a abajo. Keylor, orgullo aquí en Costa Rica, vestida de blanco para la ocasión, realizó una parada importantísima sosteniendo el cero a cero. Modric, Casemiro y Kroos se adueñaron del centro del campo. Y Cristiano acabó de marcar las diferencias. Hubo un equipo que aprovechó sus armas, que produjo una vez que pisó el campo del adversario, y otro al que le costó más. La Juventus pasó mucho tiempo en zona rival durante la primera parte, pero apenas disfrutó de ocasiones claras. Una vez que un equipo genera dominio, espera que haya jugadores clave que lo traduzcan, pero de eso adolecieron ayer los italianos y estuvo sobrado el Madrid.
Higuaín no apareció porque apenas se generaron jugadas de área. En el otro lado, Cristiano encontró varias veces la pelota cerca de la red de Buffon. El meta de la Juve poco pudo hacer ante las llegadas. Remates a un palmo y un chut lejano que llega tocado. Solo evitables a través de una sobredosis de reflejos, más propia del meta que ocupaba la portería de enfrente.
Brilló también Isco, prueba del peso y autoridad de Zidane dentro de la institución blanca. Alinearlo por delante de Bale, quien además jugaba en casa, demuestra la trascendencia del técnico que ha conseguido para el Madrid un nuevo título de Champions.