Diego Vallejo: «Si acabas el Dakar, tienes fuerzas para luchar por lo que sea en la vida»

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El copiloto lucense, único participante gallego en el raid, afronta junto a Óscar Fuertes en el equipo Ssangyong su cuarta presencia

24 dic 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Diego Vallejo Folgueira (Meira, 1973) volverá a correr el Dakar, que en esta ocasión se celebrará íntegramente en Perú (entre los días 6 y 17). Será su cuarta participación. En la última, formando equipo debutante con Óscar Fuertes en un Ssangyong, terminó en la 32.ª posición (segunda en rookies). La satisfacción fue tal que repetirá experiencia, esta vez a bordo de un Rexton DKR de 450 caballos.

-¿Cuando se prueba el Dakar, siente uno la necesidad de continuar?

-Cada vez que acabas, si es que logras hacerlo, cosa difícil, dices que no vuelves. Pero con el tiempo tienes ganas de volver, porque vives unas experiencias increíbles que no vivirías en otro sitio. Realmente es adictivo, sí.

-¿Qué es lo que lo hace diferente?

-Cada vez que oigo su nombre, todavía me emociona. Hay pruebas duras, pero esta lo es más. Transmite muchos valores: lucha, sacrificio, esfuerzo, superación... Si acabas un Dakar, te sientes con fuerzas para luchar por lo que sea en la vida.

-¿Cuál es su objetivo esta edición?

-Para un equipo pequeño como el nuestro, sigue siendo llegar a meta. Dicho esto, Ssangyong nos ha dado un aparato increíble. El Rexton DKR es espectacular, lo mires por donde lo mires. Brutal. Óscar Fuertes y yo, internamente, aunque nadie nos lo pida, queremos luchar por mejorar la clasificación del año pasado, que ya fue muy buena, espectacular, para ser su primer Dakar. De todas formas, esta una prueba pide humildad y no podemos ir de sobrados. Daremos nuestra mejor versión, pero siempre sin perderle la cara a la carrera.

-¿Qué poso le dejó el 2018?

-Muy bueno, espectacular. Repetir por primera vez equipo hace que me sienta mucho más confiado y con menos dudas. El equipo y, sobre todo, el ambiente es inmejorable. Por increíble que parezca, no hubo ni una sola discusión, ni una mala cara, a pesar de momentos de gran tensión. Todos remábamos en la misma dirección. Te puedes imaginar que voy muy contento y con muchas esperanzas.

-Será el único gallego. ¿Es una cuestión de dinero?

-Desde luego. La dificultad de encontrar patrocinios hace casi imposible embarcarse en esta aventura. Y eso que somos bravos, tal como demostró en el último Dakar mi amigo Fran Gómez Pallas, que acabó la edición más dura de todos los tiempos. O José Luis López Rivas, con el que debuté y logramos llegar a meta y así ser el primer equipo 100 % gallego en acabar la prueba en coches. Les echaré mucho de menos. Siempre reconforta compartir carrera con un paisano.

-¿Se ve algún día ganando?

-Ganarlo ya no es cuestión de dinero. Si estás en disposición de hacerlo tienes que estar en un equipo profesional en el que te pagan por competir. Hace un tiempo no me veía ganándolo, pero ahora puedo imaginármelo, aunque no deja de ser un sueño muy lejano.

-¿Recuerda su primer proyecto?

-Un sueño hecho realidad. Yo solía jugar con mi bicicleta en la plaza de Meira, soñando que corría el Dakar. Tengo que reconocer que estaba asustado pero gracias a la gente que me ayudó, logré vencer ese miedo y coger mucha fuerza. Llamé a José Manuel Yáñez, piloto de Navia de Suarna que había ganado muchos autonómicos de 4x4 y le dije: «Me han llamado para hacer el Dakar y de 4x4 solo sé que son 16» [risas]. Él me presentó a Nacho de la Concha, que fue el que me enseñó todo de este mundo. Realmente el éxito de acabar tres de tres es suyo. Me limité a hacer lo que él me dijo.

-¿Se la perdido el respeto?

-No lo creo. El que se lo haya perdido, o bien no ha estado allí, o bien es un inconsciente.

-¿Donde lo sitúa en su trayectoria?

-En lo más alto. Cambia tu vida y la forma de verla. He tenido la suerte de competir en el Mundial de ralis en el mejor equipo, pero nada iguala al Dakar. También digo que tengo una espinita clavada con el Mundial. Conseguí varios podios absolutos, pero me faltó la victoria. ¿Quién sabe si algún día? Y en el Dakar, mi hermano Sergio sería un gran piloto. Tiene todo lo que se requiere, sobre todo, capacidad de sufrimiento y lucha. Pero ir juntos es complicado.

-Su familia estará acostumbrada.

-Es difícil acostumbrarse a esto. Mi madre es la que lo pasa peor, pero también es la mayor fan. De ella aprendí a ser positivo en la vida y me ha sido muy útil tanto en mi vida diaria como en el Dakar.

-¿Qué no volvería a hacer?

-¡Correr la primera vez! [risas]. ¡Ahora estoy enganchado!

-Hay quien dice que el Dakar necesita una reformulación, para ampliar su ámbito geográfico.

-Estoy de acuerdo. Este año se queda descafeinado pasando solo por un país, pierde algo su esencia, aunque volverá a ser muy duro, probablemente más que nunca. Hay muchos rumores, aunque creo que se quedará una o dos ediciones más en Sudamérica.

-Analice el recorrido.

-Al ser más corto parece que será más fácil, pero es engañoso. Será muy duro. Han prometido el 70 % en arena, que es una barbaridad. Tendremos tramos de diez horas de conducción sin parar en condiciones extremas. Sufriremos con la altitud, el frío y el calor.

-¿Cuál será la clave?

-Saber adaptarse y sufrir. No perder la calma. La arena es muy tramposa y más allí que es una zona con muchos movimientos sísmicos que hacen las dunas completamente impredecibles.

-Rescate un momento.

-Hay muchos. Uno de los primeros fue con López Rivas. Nos quedamos atrapados en la arena a los diez kilómetros de la segunda etapa. Y eran 300. Él se bajó como un loco a intentar sacar el coche con la pala. Yo, muy tranquilo y me quedé mirándolo. Me dijo: «¡Ayúdame!». Le contesté que si había quedado con alguien. Desencajado, me dijo que no, claro. Respondí que teníamos todo el día y la noche siguiente para llegar, que como fuésemos con ese estrés, íbamos a palmar. Eso fue clave. Nos ayudó a saber ser pacientes.

-¿Y el más duro?

-Este año. Aunque hay infinitos, este lo recuerdo con especial intensidad. Se nos estropeó el limpiaparabrisas en pleno diluvio con barro a cuatro mil y pico metros de altitud, con tres grados bajo cero. Hicimos cien kilómetros a una media de 20 por hora sin ver nada. Y teóricamente era la etapa más fácil. Otra lección: nunca te confíes.

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