La actuación del monegasco en Baréin y su cruel desenlace le granjea los elogios unánimes dentro y fuera del paddock, mientras que su compañero Vettel queda muy señalado
02 abr 2019 . Actualizado a las 13:11 h.Las siguientes palabras que escuchó Charles Leclerc resumen el sentir de todo el mundo cercano a la fórmula 1: «Has pilotado de manera fantástica este fin de semana. Tienes un largo futuro por delante. Sé que ahora mismo apesta, pero tienes mucho por delante y te queda un largo camino». El autor de estas frases fue, ni más ni menos, Lewis Hamilton. El pentacampeón fue el primero en rendirse a la actuación del joven monegasco durante el GP de Baréin, una carrera que tenía en la mano hasta que a diez vueltas del final el motor de su Ferrari le hizo perder 160 CV de golpe.
Charles Leclerc se ha confirmado como la gran sensación del momento. Pocos dudan de que el talento que ya le hizo brillar en Sauber se ha visto perfectamente premiado con un coche Ferrari que, este año parece que sí, puede pelear de tú a tú con Mercedes. Este fin de semana en Sakhir fue el líder indiscutido de la Scuderia, con una magnífica pole y una carrera en la que sólo los hados de la fatalidad le impidieron ganar. La solidaridad con la que todos sintieron la rotura de Leclerc es una buena muestra del cariño que suscita en la fórmula 1.
Hasta el propio Fernando Alonso, desde el muro de McLaren, mostró su cara de tristeza al ver lo sucedido con Leclerc. El bicampeón español sabe bien lo que es romper un motor y que la fiabilidad lastre una actuación magnífica, por lo que seguro que le vinieron a la mente dolorosos abandonos, también de rojo, que le impidieron agrandar aún más la leyenda.
Leclerc es el que compite, pero no va solo en el habitáculo del Ferrari SF90. Con él viaja alguien más, en forma de ángel de la guarda: Jules Bianchi. Charles está cumpliendo el destino que tenía el desaparecido piloto francés, cuya prometedora carrera quedó truncada bajo un camión en el gran premio de Japón. Amigos desde que eran muy pequeños, Bianchi fue para Leclerc una figura a seguir, un hermano mayor que le iba abriendo camino por el automovilismo. «Nunca lo superé. Quizá nunca lo haga. Pero nunca tuve ninguna duda acerca de continuar. Todo lo que siempre he querido ha sido correr», dijo en su momento Leclerc, cuando aún era una gran promesa de la F2 y no había debutado en fórmula 1.
El joven Príncipe de Mónaco, como ya se le ha bautizado, ha necesitado solo dos carreras en Ferrari para poner en serio debate la figura de Sebastian Vettel como líder del equipo italiano. En Australia le tuvieron que frenar con órdenes de equipo, exigidas por parte del piloto alemán para evitar que un recién llegado le sacara los colores. En Baréin, ni siquiera hizo falta: Vettel le duró muy poco como rival.
Vettel, señalado
Aunque no lo hizo públicamente, seguro que Sebastian Vettel resopló de alivio al enterarse del problema en el motor de su compañero. El alemán está llamado a ser el líder y serio candidato de Ferrari al título, siempre que Mercedes lo permita, pero es Leclerc quien está sacando las castañas del fuego para los de Maranello.
La actuación de todo un tetracampeón del mundo de fórmula 1 frente a un recién llegado a la competición está siendo muy discutida. Vettel cuajó un fin de semana muy pobre en Baréin, con errores en cada una de las jornadas del gran premio. Tras una buena salida en la que aprovechó una mala arrancada de Leclerc (la única mácula de su expediente en Sakhir), fue vapuleado por no solo por el propio escudero de Ferrari, sino por la estrategia de Mercedes. Lejos del podio, Vettel sale de la segunda carrera del campeonato en quinta posición, con 22 puntos: cuatro menos que Leclerc.
Desde Italia hay muchos que claman contra la actitud de Vettel. El alemán ya vio cómo Daniel Ricciardo (dos carreras en Renault, dos abandonos) le sacaba los colores en Red Bull, y ahora es un medio novato quien está poniendo en entredicho su labor como jefe de filas. El trompo que cometió tras ser adelantado por Lewis Hamilton, cuando tenía un podio más que a tiro, demuestra el estado de nerviosismo que padece el germano, cuyos argumentos para pedir las órdenes de equipo se están difuminando.