Que el oro no pierda su brillo

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

DEPORTES

KIM KYUNG-HOON | REUTERS

Tenía razón Rubalcaba cuando dijo aquello de que en España enterramos muy bien

16 sep 2019 . Actualizado a las 11:08 h.

Tenía razón Rubalcaba cuando dijo aquello de que en España enterramos muy bien. Aunque no hacía falta, lo demostró en la propia tumba. En España enterramos muy bien y festejamos como pocos. Es cierto que aquí todo el mundo lleva dentro un seleccionador de fútbol, pero también una Dolorosa y un Cristo resucitado. Es humano que se nos corte la respiración con la muerte de Blanca Fernández Ochoa y que, sin cambiar de estación, se nos paren los pulsos con Marc Gasol y compañía. Lo que no es normal es que, en ese camino que va de las lágrimas por el triunfo al llanto por la muerte, muchos grandes deportistas solo se crucen con la condescendencia o el olvido. A Sergio Scariolo le preguntaron después de la final de Pekín qué se siente al proclamarse en el mismo año campeón de la NBA y vencedor del Mundial. Y el técnico del combinado nacional, con ojos acuosos y una sonrisa de nostalgia sobrevenida, respondió: «Que esto solo puede empeorar».

Si lo dice Scariolo, que podrían comentar otros que practican disciplinas menos cotizadas en cuanto a repercusión y ganancias. En la alta competición, ese mañana que no existe asoma muy pronto por la puerta. Los laureles, sobre todo cuando no adornan el balón de fútbol, pueden ser muy efímeros. Y no siempre son suficientemente rentables. Económica o psicológicamente. Alguien dijo una vez que en España había el deporte rey, algún príncipe y muchos mendigos. Los que pelean en la élite son esa espuma que sale de intentar montar a punto de nieve a una gran cantidad de chavales. La sociedad, como un niño malcriado, se encapricha de algunos de forma prolongada y de otros en momentos puntuales, como los Juegos olímpicos, ese escaparate en el que puede lucir más una gimnasta que un futbolista. Pero el funcionamiento produce juguetes rotos durante y después del proceso. Ahí hay que preguntarse dónde están las instituciones públicas, los que se hacen las fotos con la medalla cuando los ganadores casi no han bajado del podio, gentes que durante años viven del maná de federaciones. Que no haya medallas de un día. Que el oro nunca pierda su brillo.