
Para que el Real Madrid pudiera levantar la octava fue necesario llevar varias veces a Toshack a declarar. Hasta que no compareció en el Marca a impartir lecciones de zoología no colmó la paciencia de Lorenzo Sanz. «Es más fácil que un cerdo pase volando por encima del Bernabéu a que yo rectifique», sostuvo un día de noviembre, completando una de las frases más memorables que jamás han acompañado una destitución. La plantilla no soportaba al técnico y el técnico empezaba a interesarse menos por el fútbol y más por el golf, como acaba por sucederle a cuanto galés asoma por la capital. El presidente, ya señalado por su gatillo fácil, optó por ahorrar en futuros finiquitos y entregarle el banquillo a quien ya se había acostumbrado a él. Ocho meses más tarde, Vicente del Bosque, eterno entrenador de reemplazo, no había dicho Pamplona, pero tenía a sus jugadores tan contentos que le metieron tres al Valencia en la final de París. Allí mismo, 18 años antes y enfrentado al Liverpool, se había dejado como centrocampista el gran título continental.
El de Hansi Flick ha sido un caso de tenacidad aún mayor. 21 temporadas transcurrieron entre que perdió la Copa de Europa en Austria, y levantó la Liga de Campeones en Portugal. Como Del Bosque, esperó la oportunidad agazapado, desprovisto ya de las botas de tacos para no hacer ningún ruido; alejado del foco, también después del salto a la titularidad. Reemplazó a Kovac otro día de noviembre, el mes en que los entrenadores interinos empiezan a echarle el ojo a la orejona. Desde entonces, hizo poco más que ganar. Una Bundesliga, una copa alemana, unos cuartos de final al Barça por 8-2... Y otra final, como la que Madjer le birló al Bayern de tacón. Al Bayern de Flick, que entonces decidió sentarse hasta ver al cerdo volar.