Después de trece campañas yendo de la mano y sin turbulencias, con travesías de tranquilidad, otras de más agonía, pero cumpliendo en el primer curso con el objetivo del ascenso y en los doce siguientes con el de la permanencia, el Obradoiro y Moncho Fernández se vieron ante una tesitura que no era nueva para ninguna de las dos partes: seguir juntos o separar sus caminos. Y cualquiera que fuese la opción elegida, lo que cabía esperar era un sincero apretón de manos, sin heridas ni cicatrices.
Por momentos se enturbió el proceso, hasta que llegó la hora de la verdad, la reunión entre el presidente, Raúl López, y el entrenador. Lo tenían fácil. Después de trece años de relación, se conocen sobradamente, solo tenían que dirimir si seguían aplicando la misma fórmula o la daban por agotada. Y han optado por la continuidad, por continuar escribiendo una parte de la historia del club que apunta ya hacia los tres lustros. No son muchos los ejemplos de una entente tan duradera en el deporte profesional. Y la buena acogida de la renovación entre los aficionados invita a pensar que esa era la opción más deseada en Sar, si es que podía haber dudas.
El primer partido de la temporada 23/24 en la Liga Endesa será el 400 en la ACB de Moncho Fernández y de sus ayudantes (a expensas de que también se concrete la renovación) en el banquillo santiagués. Es un umbral que también vale para el consejo de administración encabezado por Raúl López. Y si la Basketball Champions League confirma esta semana la invitación al club para que dispute una fase previa de la competición continental, las dos partes añadirán otro hito a esa singladura que arrancó en el 2010.
Cuando menos, y después de un mes de una incertidumbre extrañamente alargada en el tiempo, el Obradoiro ya puede centrarse en lo que ha venido haciendo siempre a estas alturas, en el nuevo proyecto.