Oscuros nubarrones para Rubiales

Miguel Juane

DEPORTES

BENITO ORDOÑEZ

05 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

El principal problema de Luis Rubiales quizá no sea el de los distintos frentes judiciales que se le han abierto como consecuencia de su gestión al frente de la RFEF, sino la pésima imagen que ha dejado, junto a su equipo más cercano, en el desempeño de un cargo que, desde siempre, ha estado muy vinculado a la polémica.

En un momento sociopolítico tan crispado como el actual en el que la moderación, la sensatez, la coherencia y hasta la elegancia están en claro desuso, y en no pocas ocasiones son interpretadas como tibieza, bisoñez o hasta cobardía, se está imponiendo tristemente un modelo de agresividad desbocada, vileza, mala educación, desgaste del rival y ataques y reproches sin piedad, hasta la completa extenuación y menoscabo del contrario.

Y en un ambiente de total beligerancia, un hombre con tan escasa formación en educación y en valores, con pocos escrúpulos y con una política de gestión basada en el imperialismo más amedrentador y más cercano a la primaria testosterona (culminado con su ignominioso gesto de agarrarse la entrepierna en el palco, al término de la final del último Mundial femenino), encontró su modelo ideal, su terreno abonado en el que establecer una política presidencialista, de imposición y no de negociación, amparada en el famoso lema de «conmigo o contra mí», del que han bebido tantos y tantos dirigentes deportivos en este país.

Una federación deportiva no puede convertirse en el cortijo de nadie, ya que se trata de una entidad que, aunque de naturaleza jurídico privada, ejerce funciones públicas por delegación, tan relevantes como la expedición de licencias deportivas, la coorganización de la competición profesional y la organización de la amateur, incluida la Copa del Rey, así como la competencia exclusiva en materia de selección nacional.

Y menos aún puede consentirse que su principal responsable, y su entorno más cercano, pueda lucrarse con la actividad llevada a cabo por dicha federación, sin estar sujeto a principios como el de la imprescindible transparencia, el control y supervisión del gasto y el máximo respeto y observancia de toda la regulación de diversa índole que resulte de aplicación a su gestión.

En este contexto, Luis Rubiales ha hecho agua, enfrentándose a todo el que se atrevía a cuestionar su doctrina y sus políticas, desafiando al poder establecido, favoreciendo a su círculo más cercano de amigos y colaboradores, burlándose de las más elementales formas de educación, respeto y decoro, con un absoluto desprecio a la transparencia, a los mecanismos de control y, en resumen, a las normas éticas y jurídicas establecidas.

La actuación de Rubiales debe desembocar en las terribles consecuencias que han acarreado sus malas, continuadas e irreverentes actuaciones. Ha sembrado vientos y, por ello, recoge tempestades, en este caso, con muy oscuros nubarrones.