Hubo justicia. En la final y en el torneo. Todo gobernado por una selección que no admite dudas ni las ha generado. Siete de siete: todos los partidos ganados, con un juego excelente y mimbres para el futuro. Derrotando a equipos muy fuertes, armados con futbolistas de diverso tipo. España supo dominar, hacer disfrutar y ganarse el respeto del mundo del fútbol.
En el encuentro definitivo, no arrancó de la mejor manera. El adversario se atragantó y el combinado nacional no encontró la llave para desajustar a Inglaterra, que supo anular las fortalezas de los de Luis de la Fuente: impidió a Rodri llevar la batuta y cerró las bandas. Además, se impuso en los duelos, manteniendo el partido abierto hasta el descanso.
A partir de ahí, el gol revolucionó el encuentro. España salió decidida e incluso cuando se vio por delante aceptó el intercambio de golpes. Fue valiente y atrevida. Tras el empate, no se vino abajo y sostuvo su intención ofensiva, consumada por Oyarzabal.
La selección ha exhibido personalidad y carácter en todo momento. Ha sido el mejor equipo del campeonato, empezando por un entrenador que ha asumido riesgos desde el principio, sin acusar el poco tiempo que lleva al frente. Ha conseguido que sus ideas calasen en un grupo de futbolistas que garantiza años de éxitos. Han destacado Rodri, Nico y Lamine, pero se han exhibido también secundarios como Dani Olmo. Se ha visto menos a los defensas y al portero, especialmente enfocados en labores de construcción. Una buena noticia. Otra más en esta campeona con todo merecimiento.