«Estamos jodidos». Eso fue lo fue primero que dijo el capitán Hugo Torres, tras finalizar la semifinal de la Copa de Campeones juvenil, en la que el Deportivo cayó goleado (2-6), a la vez que pedía perdón por utilizar una palabra malsonante en su primer discurso ante los medios. La expresión en sí resumía muy bien el sentir general de un equipo que, con el paso de los minutos, aún entró en una mayor depresión cuando esos chavales de 16, 17 y 18 años cogieron sus móviles. «Hay varios chavales hundidos ahora mismo por todo lo que están leyendo en redes», comentaba uno de los adultos de la expedición, horas más tarde.
Porque sí. Hay una parte mezquina de la sociedad a la que le divierte utilizar X, Facebook e Instagram para verter toda la basura que llevan dentro, sin importarle que al otro lado haya chavales en formación como objetivos de sus chanzas y feroces críticas. Todo por un puñado de likes. Sin tener en cuenta que el fútbol juvenil es todavía de formación, en donde es obligado cometer errores en el juego para luego intentar no repetirlos cuando sean profesionales. Fallar, aprender y corregir. Así se evoluciona.
Yo, a mis hijos, de seis y diez años, les enseño que en el fútbol, como en la vida, se van a encontrar a otros que son mejores que ellos en determinado aspecto, situación o momento. Y que ser conscientes de eso es precisamente el motor de su aprendizaje. Así que a los chavales del Dépor les explico lo mismo. Que ignoren las redes. Que el deportivismo es mucho más amplio y que la mayoría comparte su pena, pero también el orgullo de que lograron estar entre los cuatro mejores equipos de España en edad juvenil. El Betis fue mejor, sí. Y justo campeón. Pero también era un equipo más hecho y más veterano que el suyo. Que esto sirva para apretar. Para trabajar en ser mejores. Porque hay vida al otro lado de las pantallas. Y muy bonita.