
El esloveno recupera el amarillo y deja a Vingegaard a más de tres minutos de distancia
17 jul 2025 . Actualizado a las 20:43 h.Que si la caída le pasará factura, que si el Visma le preparará una emboscada con Jorgenson y Yates, que si su equipo flojea sin Almeida, que si a Vingegaard le va bien el calor, que si la canícula le afecta mucho. La panoplia de argumentos se va a la papelera en unos segundos. Todos, uno tras otro, y después de hacer una bola de papel con ellos y lanzarlos como en un tiro libre, los periodistas abren el diccionario para buscar nuevos adjetivos que califiquen a un fenómeno de otro planeta pero que nació en este. Basta remitirse a los minutos previos a la salida, cuando le acercan un micrófono y bromea: «No me preocupan las heridas, solo las piernas». Tampoco los rivales, ni la supuesta flojera de su equipo, ni el calor, ni la deshidratación, ni la motivación de Vingegaard. Solo sus piernas, que son de acero, indestructibles y que son el motor de un espíritu indomable.
En Hautacam, allá donde hace 25 años venció el malogrado Javier Otxoa bajo la tormenta, perseguido por Lance Armstrong, el ciclista que nunca existió, Tadej Pogacar, 26 años, logró su vigésima victoria en julio en Francia, con otra exhibición espectacular que deja el Tour para los restos. «La primera vez que entrené aquí me encantó la subida, pero luego me ganó Vingegaard y todos me lo recordaban». Ya se ha tomado la revancha. Solo los buitres que observan desde los riscos más elevados del parque natural de los Pirineos, que planean después a 1.947 metros por encima del Lago Azul, vuelan más alto que el campeón esloveno, líder de nuevo, en Hautacam, allá donde perdió su primer duelo ante Vingegaard. «Al llegar a la subida final supe que sería una historia diferente a la última vez», once kilómetros de ascensión en solitario. En 35 minutos y 21 segundos completó Tadej Pogacar su nueva obra de arte, que golpea en la moral de Jonas Vingegaard, el aspirante, aunque lo sea cada vez menos, salvo desfallecimiento del líder o resurrección milagrosa, porque el danés sería el mejor corredor de este Tour sin discusión si Pogacar no estuviera corriéndolo también, y al que la caída no le pasó factura: «Después de un accidente nunca se sabe cómo reaccionará el cuerpo, pero no fue grave. Me sentí bien».
Ni el Visma respondió como se esperaba, porque ya en el Soulour, el primer puerto de primera categoría del Tour, Sepp Kuss desnudó las miserias de sus compañeros cuando descolgó con su ritmo a Jorgenson y Yates, lo que le obligó a bajar el pistón y a destapar su juego, y en los kilómetros que restaban apenas pudieron ayudar a Vingegaard. «Teníamos una estrategia y vimos a Matteo Jorgenson desistir», cuenta su director. «No fue lo que esperábamos. Jonas no estaba en su mejor momento, sigue siendo el mejor de los demás, pero felicitamos a Tadej y al UAE, porque demostraron quién era el más fuerte». La tormenta perfecta Ni una visita a la cercana Lourdes parece poder propiciar ese milagro que necesita Vingegaard, porque desde que los ciclistas atravesaron Argelès-Gazost para coger el desvío hacia la montaña, se desató la tormenta perfecta bajo el calor asfixiante, con el equipo de Pogacar imprimiendo un ritmo infernal. Hizo un amago Adam Yates, pero volvió Narváez, serio y formal, y destapó la caja de los fuegos artificiales con un arreón descomunal que solo Pogacar y Vingegaard siguieron, ante la resignación del resto de los mortales, que supieron enseguida que aquella no era su guerra.
Ni siquiera fue Tadej el que descolgó a su rival danés, sino que lo consiguió Narváez, que con el trabajo realizado se echó a un lado. La brecha que abrió para su jefe ya no la pudo cerrar Vingegaard. Seguían los demás en sus luchas particulares por una posición: Lipowitz con el prometedor Onley, Vauquelin consigo mismo, Armirail para no estropear su pequeña exhibición por las carreteras cercanas a casa... Y mientras, Pogacar circulaba majestuoso hacia la cima, sin necesidad de echarse encima litros y más litros de agua, como el destronado Healy, o como Vingegaard o Evenepoel; con claridad suficiente como para avisar al motorista de la televisión de que tenía un cartón pegado a la rueda trasera. No se altera el campeón, que en la víspera le dio las gracias al mecánico de Shimano que le colocó la cadena tras la caída. «Lo hizo mientras le empujaba, fue muy amable». Un chico educado y agradable con la voracidad de un tiburón. Cuando llegó, levantó las manos hacia el cielo para dedicarle la victoria a Samuele Privitera, el joven ciclista italiano fallecido en el Giro del Valle de Aosta. «Sé lo cruel que puede ser este deporte». Más de dos minutos después, derrotado, llegaba Vingegaard, a 3:31 ya en la general, y Lipowitz, que da un zarpazo camino del podio, en el que todavía resiste Evenepoel, tozudo como nadie, que, a su ritmo, consigue salir casi indemne.
¿Todo ha terminado? «El Tour de Francia aún no ha acabado», dice Pogacar. «Ahora llega la contrarreloj y tendremos que ser muy fuertes. El día siguiente es aún más duro. Hay otras etapas complicadas. Tenemos que mantener la calma y seguir a este ritmo». Muchos piensan otra cosa.