El niño superdotado que se aburre en clase

Jon Rivas COLPISA

DEPORTES

CHRISTOPHE PETIT TESSON | EFE

Tadej Pogacar gana su cuarto Tour con una superioridad aplastante en las etapas decisivas, pero en la última semana necesitaba encontrar nuevos retos para motivarse: lo encontró este domingo en París.

27 jul 2025 . Actualizado a las 21:41 h.

¿Está Tadej Pogacar de verdad hastiado del Tour?, ¿puede ser que alguien que ha ganado cuatro veces la mejor carrera del mundo vaya contando los días para poder volver a casa?

Sube al podio en La Plagne con gesto hosco, abrigado como en un entrenamiento de invierno, tal vez con algún síntoma de resfriado. Cumple el protocolo como un autómata, lanza media sonrisa y desaparece por donde había llegado. El campeón está melancólico. Habla el director del Tour, Christian Prudhomme, y tal vez da en la diana. «Se ha puesto tantos retos, y después ha tenido una superioridad tan clara en esta edición, que al final es un poco como el niño superdotado que se aburre en clase». Así que el patrón comprende en parte la actitud de Pogacar: «Nunca escuchamos a Eddy Merckx decir algo así, que yo recuerde. Me sorprende, pero lo entiendo».

Está agotado mentalmente, con ganas de terminar un Tour que ya tenía ganado casi desde Hautacam, como quien ha finiquitado su tarea en la oficina, pero juega al solitario en el ordenador hasta que llega la hora para poder fichar, así que los días se le hacen eternos. La rutina, levantarse, desayunar, viajar a la salida, escuchar la charla del director en el autobús, después acudir al control de firmas, a saludar desde el podio y responder con desgana a las preguntas de Marc Chavet y su gran coleta rubia. Después la carrera, los protocolos del podio, el control antidopaje, la ducha caliente en el autobús, el viaje al hotel, el masaje, la cena y, por fin, la cama. Pero habrá que preguntarse si es todo eso lo que le incomoda a Pogacar, esa rutina diaria durante tres semanas, o el hecho de no haber podido ser él mismo a partir de su victoria en Hautacam en la que prácticamente dejó sentenciado el Tour.

Si esa forma de correr imprevisible de la que los aficionados disfrutan cada vez que el corredor esloveno sale a la carretera en otras pruebas se ha sacrificado por parte de su equipo en aras de conservar el jersey amarillo que, en circunstancias normales, y desde ese día de los Pirineos, certificado al siguiente en la cronoescalada, parecía que nadie iba a poder arrebatarle. Hasta ese punto, el Tour vio al mismo Pogacar de siempre, el que, como sucedió en el Dauphiné, es capaz de ganar una etapa diseñada para los llegadores en dura pugna con Vingegaard, el único rival que le puede discutir en parte su reinado.

¿Contagió él a la carrera o la carrera le contagió a él? Puede que, simplemente, estuviera agotado como cualquier corredor, pero también que se sintiera frustrado y decepcionado por no haber podido soltarse durante la tercera semana, corriendo contra su propia naturaleza, a nadar y guardar la ropa, es decir, a la defensiva. En 2021, tras ganar el Tour, manifestaba todo lo contrario a lo que se le ha escuchado decir esta vez, cuando ha alcanzado a Chris Froome en el palmarés y está a un escalón del olimpo ciclista en el que habitan Anquetil, Merckx, Hinault e Induráin. «Corro como un niño que disfruta compitiendo», confesaba entonces. «Aprendí a disfrutarlo y cada día hago lo que mis entrenadores de pequeño siempre me decían: que me divirtiera. Para mí, el ciclismo es un juego». Ya no lo es.

Claro que ese segundo Tour que ganó era un reto para él, no por la cifra, sino porque sintió que el año anterior, en el que ganó tras destronar a su compatriota Roglic en la cronoescalada final, minimizaban su triunfo. «Dicen que gané el año pasado porque estaba escondido, al acecho. Así que quiero demostrar que no fue algo aislado. Empiezo cada carrera con esa mentalidad, para demostrar lo que valgo, que no fue una casualidad». 

La primera llegada a la cima de los Pirineos, con los 2:14m con los que Pogacar distanció a Vingegaard, marcó un punto de inflexión porque ya no parecía posible el duelo, ni siquiera en los otros hitos de la carrera como el Mont Ventoux o el col de la Loze, que podía despertar el deseo de revancha del esloveno por las derrotas que le dejaron sin Tour en 2022 y 2023. Hautacam fue como una frontera entre una primera parte del Tour emocionante, hasta la etapa de Toulouse, y una segunda más aburrida, con la general congelada. Puede ser todo fruto de la contención.

Pogacar se divirtió incluso cuando no ganó en la Milán-San Remo o Roubaix, y por supuesto, en las carreras en las que fue el mejor, con su estilo habitual al ataque, pero en su equipo, el UAE, saben que tiene un límite, y es posible que se lo impusieran. El director de rendimiento, Jeroen Swart, en una entrevista en L'Équipe, apuntaba en esa dirección, al asegurar que el rendimiento de Pogacar tal vez ya no pueda ir a más: «No, creo que está en su mejor momento. La pregunta ahora es cuánto tiempo podemos mantenerlo a este nivel, y ya no es cuestión de edad, sino principalmente de motivación», lo cual lleva a ese aburrimiento del que habla el ciclista. «Con él, lo más importante es mantener el entusiasmo. Le encantan las novedades, como correr la París-Roubaix o intentar ganar la Milán-San Remo.

En cierto modo, el Tour es un rompecabezas. Hay que ser bueno en las contrarrelojes, en la montaña, mantenerse sano, no caerse, pero no hay nada nuevo. Por eso quería correr el Giro, y ahora que lo ha hecho, quiere ganar la Roubaix para mantener la motivación y el nivel». Además, escuchando a Swart, está claro que ese espíritu conservador de la última semana del Tour parece algo más impuesto por su equipo, lógicamente en consenso con el campeón. «Una de las principales cualidades de Tadej es su gran capacidad de recuperación, mientras que otros ciclistas ven cómo su rendimiento baja en la tercera semana y prefieren anticiparse no saliendo a toda velocidad. Tadej es capaz de mantener su nivel durante tres semanas.

En los últimos años, lo hemos visto conseguir sus mejores resultados en la tercera semana del Tour». Así que ahora Pogacar se cuestiona si debe correr o no la Vuelta a España, porque deberá sopesar entre los dos platillos de la balanza. En uno, el de la molestia de tener que pasar un mes más fuera de casa, sin poder salir a tomar un café con su pareja, Urska Zigart, a una terraza en Montecarlo; en el otro, ese nuevo reto que podría motivarle de ganar la Vuelta, que fue en 2019 la primera gran carrera en la que participó. Acabó tercero después de ganar dos etapas, en los Machucos y en Gredos. Subió al podio por detrás de su compatriota Primoz Roglic y Alejandro Valverde. De momento, parece que es la primera opción la que parece más factible, aunque cualquiera sabe. «Solo quiero ir a casa para poder hacer otras cosas con mi vida».