Las protestas propalestinas obligan a adelantar el final de la etapa de La Vuelta en Bilbao, que se queda sin ganador

Bruno Vergara, Iván Benito COLPISA

DEPORTES

Reuters

Pidcock lanza un ataque demoledor en Pike Bidea y hace sufrir a Vingegaard en una etapa marcada por las protestas propalestinas que impiden llegar a la meta

03 sep 2025 . Actualizado a las 18:10 h.

A ocho kilómetros de meta, cuando toda la tensión debía estar en la carrera, la agitación estaba en la línea de meta. La Gran Vía estaba tomada por la Ertzaintza. De poco servía lo que ocurría en Pike Bidea, donde se vio la primera debilidad de Jonas Vingegaard. Las cámaras enfocaban los que debían ser los últimos metros de la gran fiesta de Bilbao. La esperada gran jornada de ciclismo quedó empañada. A tres de meta, en el descenso hacia el barrio de San Ignacio, la organización quitó la música. Todos a los autobuses. Sin podio ni ganador. Sin ciclismo.

Los corredores fueron los primeros en sentir la gresca. De salida, verbalizaron su preocupación por su seguridad. En la jornada anterior, Simone Petilli sufrió una caída por una protesta en Navarra. En Bilbao y en toda Bizkaia también se esperaban movilizaciones. Algunos ciclistas optaban por invitar al equipo Israel a abandonar su carrera. Por el bien de todos. La organización no tiene la competencia para hacerlo. No son un equipo invitado, como Caja Rural, Burgos o Q36.5. Son un bloque World Tour, y el reglamento de la UCI refleja que por ello pueden correr en las mejores carreras. Los siete ciclistas del conjunto hebreo tomaron la salida, con lo que se entiende que sus directores optaron por seguir. Patadón para delante en San Mamés. Tangana en la Gran Vía.

El esfuerzo de los ciclistas fue en balde. Arriba y abajo durante cuatro horas para quedarse sin cruzar por el arco de meta. El momento de aclamar al ganador fue una proclama por la libertad de Palestina. «¡Boicot Israel, Palestina Askatu!». No lo decía Juan Mari Guajardo, el speaker del ciclismo en España desde hace casi 30 años que ayer celebraba su cumpleaños. Nunca había visto algo así. Una meta invadida.

Hubo un precedente. En 1978. Hubo incidente serios en Abadiño y San Sebastián. Incertidumbre. La carrera estuvo cerca de cancelarse. La Vuelta se alejó del País Vasco y no volvería hasta el 2011, con un éxito rotundo. Deportivo y social. La ronda ya no ha querido irse. Volvió a Bilbao en el 2016, el 2019 y el 2022. Todo fiestas. Como el Tour. En este 2025 queda desértico. Sin nada que celebrar.

«Están en todo su derecho para protestar, pero que no utilicen el ciclismo para hacerlo», criticaba Carlos Verona, del Lidl-Trek. «Hay mucha gente que paga por esto. Pido sentido común y que dejen al ciclismo tranquilo», reiteraba el madrileño, afincado en Andorra, a la vez que felicitaba a la Vuelta por la decisión. «Cuando te dicen que a falta de 15 de meta que la etapa se termina a falta de 3 kilómetros para el final y que no se puede disputar es una pena, pero la seguridad es lo primero».

Vingegaard, en la misma línea. «La Policía ha hecho un gran trabajo. La primera vez que hemos pasado por la meta habíamos visto cierta agitación. También ha habido algún otro conato en el segundo paso por el Vivero, de bloquear la carrera. Durante toda la etapa hemos estado tranquilos». El danés fue el primero en pasar por la pancarta de tres kilómetros, en dónde se detuvo el reloj. Allí estaba Javier Guillén, el director de la Vuelta, cruzando los brazos de forma airada. Recordando el mensaje. Pidcock parecía que quería seguir hacia delante. Pero la jornada llegaba hasta ahí. Paseo hasta San Mamés, donde estaban los autobuses.

De allí partió todo. Aunque enseguida se tuvo que parar. Un grupo de manifestantes tuvo cinco minutos parado al pelotón durante la salida neutralizada en Enekuri. Varios altos cargos de La Vuelta a bajarse de los coches y charlar con los manifestantes. Finalmente se solucionó. No tardaron en llegar los ataques, la exhibición de Pedersen abriendo el paso, los intentos del UAE por desgastar al Visma o el resurgir de Mikel Landa. Atacó en el primer paso por el Vivero y llegó a Bilbao con ventaja para el primer paso por la meta. El fervor por el ciclista alavés sigue ahí. Landismo o barbarie. Fue lo segundo. Primero porque la espalda le crujió. Tuvo que dejarse atrapar. Después se enteró que su intento solo sirvió para eso. Para devolver la fe a sus devotos.

La carrera ya estaba embarrada. Tras el paso de Landa, llegó el primer lío serio. Las que protestaban en la línea de meta con banderas de Palestina e incluso Irán trataron de tirar las vallas y cortar la carrera. Segundos antes de que pasara el pelotón, algo más de 30 ciclistas. Peligro. La seguridad logró contenerlo. Pero no estaban seguros de que fueran a lograrlo por mucho tiempo. Mientras los peores presagios le llegaban al director de carrera, otros dos manifestantes trataron de frenar la segunda subida al Vivero de los favoritos con una pancarta. Pidcock tuvo que pasar por debajo. Otros por los laterales. Casi por la cuneta. Era el tercer aviso.

Hubo dos ataques poco explosivos de Almeida mientras la organización tomaba la decisión. Los tiempos de la etapa se tomarían a tres kilómetros de meta y se dejaría sin ganador. En Lezama se enteraron los directores. A los ciclistas se lo dijeron en Zamudio. «Hubo algo de confusión», reconoce Carlos Canal, del Movistar. No tardaron en comprenderlo tras recordar el paso por la meta. Los ciclistas saben predecir la carrera. Están con el cuerpo entumecido por las protestas que se suceden desde que pusieron una rueda en España. Claman por su seguridad.

«Fue un poco decepcionante. No quería hacer nada ni atacar, entonces Tom (Pidcock) atacó y tuve que dejarlo ir», dijo Vingegaard. El británico atacó en la curva de la caseta de aguas de Pike Bidea, el epicentro de la fiesta en el Tour. Al contrario que en el 2023, las piernas le quemaron al danés. Le dejó coger ventaja, para atraparle en cuando la rampa suavizó. El inglés apenas llega al 1,70. Es un peso pluma que vuela cuesta arriba. Ya dentro del último kilómetro de la ascensión, volvió a irse solo. Vingegaard le atrapó pocos metros después de la cima, cuando sus pedaladas avanzaban más que las del enjuto británico. Juntos, llegaron con unos diez segundos de ventaja sobre Almeida, Hindley y Pellizzari. Aquello ya no era ciclismo. «Los incidentes dan miedo», dijo Patxi Vila, director del RedBull-Bora.

Hubo un ciclista que fue a la meta. Quería terminar el trabajo. Su gran tarde. Pidcock rodó por la Gran Vía, custodiado por la hilera de ertzainas. «Ponernos en peligro no ayudará a su causa. Pero no quiero decir nada político, me meteré en problemas». Lo que Pidcock quería era que nada de esto hubiera sucedido