A Xabi Alonso le toca gestionar la primera tormenta desde su llegada al Real Madrid, con el agravante de que ninguno de los modelos de previsión meteorológica predecía una descarga como la que sufrió el equipo en el Metropolitano. No lo pillará de nuevas la crítica, porque fue jugador antes que entrenador en la casa blanca. Pero a los futbolistas no les llueve de la misma manera.
Después de enlazar el sexto triunfo consecutivo ante el Levante, al técnico tolosarra se le acumulaban los elogios. Y se pedía la internacionalidad de Carreras. No es algo exclusivo del Bernabéu. En el Nou Camp ya estaba abierto el mismo debate con Joan García. Como si fuese fácil mejorar las prestaciones de Cucurella o Unai Simón.
Volviendo a Xabi Alonso, lo que nadie podrá discutir es que su mano en el equipo se nota. Es mucho más solidario sin balón. Vinicius y Mbappé, sin ser perros de presa, también ayudan en la presión y el colectivo trata de recuperar la pelota más arriba. Sin deslumbrar, estaba sacando adelante todas las batallas, incluso dejando alguna duda ahogada por el resultado.
Tras un verano de mucho gasto, y ahí algo de responsabilidad también será suya, el club olvidó o no supo encontrar una solución de garantías para cubrir el agujero dejado por Toni Kroos. Y tampoco le ofreció la renovación a Modric. Hay una apuesta clara por el talento de Guller, que lo tiene. Pero mandar y mover al equipo desde la sala de máquinas, saber medir los tiempos, no es nada sencillo. Esa pieza sigue faltando. Y se nota.
Ahí va a tener su gran reto el entrenador del Real Madrid. Y el otro gran caballo de batalla será el de manejar el sudoku de los egos a la hora de decidir el once inicial cuando las lesiones no le simplifiquen la tarea.
El camino es muy largo y habrá más tormentas. Pero la primera ya está arreciando con una fuerza desmedida.