Las generaciones Y y Z corren el riesgo de pensar que la selección española de fútbol siempre ha estado en la pomada de los títulos, venciendo y convenciendo. Los primeros ya vivieron la etapa de Luis Aragonés, con la Eurocopa que abrió el camino, y la de Del Bosque, que la continuó con un Mundial y otro entorchado continental. Los segundos eran muy jóvenes cuando llegaron estas conquistas y entroncan más con la singladura actual, la de Luis de la Fuente, que está dando continuidad al palmarés.
Pero antes estamos los boomers, los que pasamos de los 50, los que recordamos cuando las eliminatorias de cuartos de final eran un suplicio y una barrera casi infranqueable. Hubo un tiempo en que el fútbol español se asociaba a la furia y vivía en un debate que resumió César Luis Menotti en una frase: «España tiene que decidir si quiere ser toro o torero». Y le ha ido mejor desde que Luis Aragonés se decantó, claramente, por coger la muleta.
La actual selección tiene por delante el grandísimo desafío de añadir una segunda estrella a su camiseta. No es fácil. Es de Perogrullo recordar el nivel de los rivales, que solo gana uno y que un mal día te puede condenar. En cualquier caso, España está en el buen camino y tiene un modelo que no suscita debates. Los había con la furia. También con el tiquitaca, a pesar de los resultados.
Es bueno, porque importa el qué, pero también el cómo. De la Fuente ha implantado una partitura que no se resiente con el cambio de intérpretes. Ante Georgia no estaban Lamine Yamal, ni Nico Williams, ni Huijsen, ni Carvajal. Rodrigo lleva tiempo fuera. Y el equipo funciona como un reloj. Presiona arriba como muy pocos. Ahí tiene quizás su gran riesgo. Y con el balón en los pies no se entretiene, afila. Muleta y espada. Hay un modelo entre la furia y el tiquitaca, con lo mejor de los dos lados. Fútbol total.