Enrique Arnaldo magistrado del Tribunal Constitucional y escritor: «El deporte tiene una expresión propia y debería estar respetado por la política»

Iván Antelo REDACCIÓN

DEPORTES

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«A la política le falta deportividad; valores como el fair play, el respeto al adversario, saber ganar y perder, la tolerancia, la moderación...», lamenta

17 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

El deporte en la literatura. Enrique Arnaldo Alcubilla (Madrid, 1957) deja claro en el citado título de su libro cuáles son dos de sus grandes pasiones. La otra es el mundo de las leyes. Jurista, catedrático de Derecho constitucional por la Universidad Rey Juan Carlos, fue presidente del TAD y, desde el 18 de noviembre del 2021, es uno de los doce magistrados del Tribunal Constitucional.

—Deporte y Literatura.

—No son mis únicas pasiones, pero sí son las dos que están más en la superficie. Las más visuales. El deporte me gusta desde niño. Todos nacemos en el recreo del colegio con la pelota. Pero hay un momento en el que la edad te impide seguir dándole al balón y buscas otros más tranquilas como el tenis, el pádel, el golf... Esa es un poco la evolución natural de la persona. Además, mi madre me aficionó a la literatura. Ella no tenía ninguna formación universitaria, pero le gustaba mucho la novela realista española; desde Pardo Bazán, Concha Espina, Pérez Galdós... En el colegio, me hice delegado de la biblioteca y siempre me ha gustado leer los periódicos, además de que la profesión también obliga a leer libros de derecho. Tenía el interés de formarme la cabeza para luego ejercer.

—Como detalla en el libro, deporte y literatura han ido ligados desde los orígenes.

—En la Grecia clásica, los escritores eran testigos de la relevancia que el deporte tenía en la sociedad. ¿Por qué? Porque los Juegos Olímpicos eran una forma de relación de unas ciudades con otras. Había representantes, o héroes, de Esparta, de Atenas... En la vida ordinaria, la clase alta tenía en las termas y en los gimnasios unos centros para ejercitarse. Los deportes, en el origen, estaban más vinculados a las carreras y con la pelea. Son los más primitivos. Y luego se fue sofisticando y aparecen juegos de pelota. Los primeros fueron los del Imperio Azteca y si vamos a México podremos ver campos de juego en donde se jugaba con pelotas que eran de piedra, que no se podían tocar con determinadas partes del cuerpo, y que el resultado para el perdedor podía ser dramático. Más tarde, en el Renacimiento italiano nace el tenis y llega a España. Es un hueco probado que Felipe el Hermoso muere tras un partido de tenis en Burgos, porque bebe agua muy fría que hace que le entren fiebres muy grandes. No era la raqueta que conocemos hoy, era una cuerda, pero servía para echar la pelota de un lado a otro. Esta evolución siguió a nuestros tiempos.

—¿De dónde surge el libro?

—Fue de forma espontánea. Con la lectura, de pronto te das cuenta de algo que estaba oculto. Y es que el deporte estaba muy presente en la literatura, más allá de la deportiva, para explicar lo que sucede. En la parte final del libro hay una referencia a la intelectualidad y el deporte. Cómo era más distantes en el origen y ahora es más respetuosa y entiende que el ejercicio físico no es contrario al de la mente. También hago referencias a la poesía en el deporte y al deporte narrado por Pío Baroja, Unamuno o Jose Luis Garci. Hay una gran altura de escritores y periodistas como Ortego o Segurola. Sin el deporte, la sociedad en la que vivimos sería espantosa. Es diversión, evasión, salud, educación... Son muchas cosas.

—Quizás pueda escribir algo también sobre deporte y política.

—[Risas] A la política le falta deportividad. Valores como el fair play, el respeto al adversario, saber ganar y perder, la tolerancia, la moderación... Tener una competitividad sana. Esos valores faltan en la política. El mundo está muy trastornado.

—El deporte también es política.

—La instrumentalización política del deporte viene de siempre. El exponente máximo fueron los Juegos de Berlín de 1936 cuando Hitler quería utilizarlos como estandarte. Más adelante vimos lo de Los Ángeles y Moscú. La política siempre ha querido utilizar el deporte como estandarte de supremacía. Vimos cómo países del área soviética utilizaron el dopaje para intentar ganar. Ahora, hay una falta de respeto al deportista, que es de un determinado país. El deporte tiene una expresión propia y debería estar respetado por la política. Los deportistas o los cantantes de Israel no son responsables ni deben ser vetados por lo que haga su país. Como tampoco los venezolanos o los iraníes. Yo eso no me lo explico.

—Quizás al deporte también le falten buenos políticos.

—Yo haría una reflexión más general. Yo veo a la ciudadanía muy distante a la hora de querer asumir responsabilidades. Los mejores se retraen a la hora de asumir la dirección de la política y de la política deportiva. España tuvo a uno de los mejores dirigentes de la historia, Juan Antonio Samaranch, una figura irrepetible; pero de la dirigencia deportiva huye la mayor parte de los mortales. Ese problema también se plantea en la política. No solo en el deporte. Te altera la vida. Asumir responsabilidades te hace perder privacidad, la prensa es muy incisiva y se hace muy difícil sobrevivir a tanta presencia mediática.

—Pues es un gran problema.

—Es una reflexión que debe hacer la sociedad. Toda. La supervivencia en este marco tan transparente, estar microscópicamente observado, hace difícil que a alguien le pueda apetecer dar el paso. Siempre decimos que los políticos que nos representan no tienen la categoría adecuada. Es una referencia habitual. Pero yo siempre pregunto: «¿Por qué no dan otros ese paso?». En realidad, todos los que están, también los deportivos, son héroes por haber aceptado estar ahí.