Los gigantes de Pyongyang

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado ESCRITOR Y PERIODISTA

DEZA

Ed

En Corea del Norte la propaganda es el pan nuestro de cada día, en más de un sentido

27 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

En el centro de Pyongyang, en Corea del Norte, se encuentra Mansudae Art Studio, el mayor taller de escultura del mundo. Tiene el tamaño de unos veintidós campos de fútbol. Más de cuatro mil empleados trabajan allí día y noche en la fabricación de propaganda, desde los pin con la cara de Kim Jong-un que casi todos los norcoreanos llevan en la solapa hasta las estatuas de bronce gigantes que se encuentran por todas partes en el país -hay unas treinta y cuatro mil-. En Corea del Norte la propaganda es el pan nuestro de cada día, en más de un sentido: el año del centenario del Líder Eterno Kim Il-sung se gastó más de un 40 por ciento del presupuesto del Ministerio de Economía en festejos, palacios y monumentos, en su mayor parte estatuas salidas de las forjas de Mansudae.

Me acordaba de eso al oír ayer que se anuncian nuevas sanciones contra el régimen de Pyongyang en castigo por sus experimentos con el átomo. Me pregunto si acabarán afectando a Mansudae y sus gigantes porque, por extraño que parezca, esta del arte propagandístico es, ahora mismo, la mayor exportación de Corea del Norte. En el mundo casi ha desaparecido el socialismo real, pero el realismo socialista sigue todavía en gran demanda. Ya nadie sabe hacer esta clase de estatuas colosales en bronce y cuando alguien quiere una, al margen de su ideología, no tiene más remedio que dirigirse al departamento comercial de Mansudae, que ofrece además precios muy competitivos.

Su principal cartera de clientes está en África, donde la mayor parte de los países han venido celebrando el cincuentenario de su independencia en estos últimos años. Como consecuencia, el continente se ha llenado rápidamente de estatuas colosales en bronce, como si lo hubiese invadido por una raza de gigantes. Las hay en Chad, en Benín, en Angola, en Etiopía, en Togo, en Guinea Ecuatorial...

Todos son monumentos contra el colonialismo pero, si uno se fija bien, se encontrará, por ejemplo, con que el rostro del Monumento al Soldado Desconocido de Windhoek (Namibia), de 11 metros de altura, guarda un sospechoso parecido con el del primer presidente del país, Sam Nujoma, que fue quien lo encargó. Robert Mugabe, el dictador de Zimbabue, se hizo dos de estas estatuas para su 90 cumpleaños. El Monumento al Renacimiento Africano, en Senegal, es más alto que la Estatua de la Libertad y que el Cristo de Río de Janeiro. No representa al entonces presidente Wade, pero el diseño es suyo y, alegando las leyes de propiedad intelectual del país -que también dictó él- se reserva el 35 por ciento de los ingresos por turismo en el lugar.

A veces hay quejas. El presidente Wade mandó rehacer los rostros de su monumento porque a los escultores norcoreanos les habían salido muy asiáticos. El dictador Laurent Kabila, en su estatua de casi ocho metros en Kinshasa, parece que lleva uno de los trajes de Kim Jong-un. Pero, en general, los clientes están satisfechos.

Los pocos extranjeros que han podido conocer los talleres de Mansudae por dentro dicen que el lugar es un gigantesco almacén donde se acumulan las esculturas que quedaron sin vender o sin terminar debido a algún brusco cambio político: piernas, brazos y cabezas de Lenin, de Stalin o de Mao, de este o aquel prócer africano o asiático. Como su bronce es valioso, todas esas piezas van a parar al mismo sitio: a la forja central, donde se derriten y se mezclan para hacer una nueva estatua reciclada de varios tiranos para honrar a un nuevo dictador de una ideología u otra.