El presidente Obama ha descubierto que las herramientas que empleó el año pasado para la creación rápida de puestos de trabajo, la imponente inyección de fondos públicos para estimular la economía y la medidas adoptadas por la Reserva Federal con el mismo fin, y las decisiones de la Reserva Federal, han dejado de ser políticamente asumibles. Y todo tiene una razón: el déficit.
El agujero de las cuentas públicas estadounidenses llegó el año pasado a 1,4 billones de dólares (1,16 billones de euros) y se calcula que cuando acabe este ejercicio habrá trepado hasta los 1,6 billones. El propio presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, lo reconoció gráficamente ayer: «El presupuesto federal está en un camino insostenible». Y los legisladores estadounidenses, tanto republicanos como demócratas, parecen haber dicho «hasta aquí hemos llegado». No es raro, y más en año electoral como este, porque el temor de muchos ciudadanos es que tras un déficit tan alto como el estadounidense llegue inmediatamente una subida de impuestos.
Por eso tampoco es sorprendente que el presidente Obama alabara la decisión de su Gobierno de recortar un 5% los gastos federales. El Ejecutivo les ha pedido a todas las agencias federales, excepto a las que se dedican a la seguridad, que presenten un nuevo presupuesto, en el que deberá ir incluida una reducción del 5%. Y todo ello con la intención de disminuir el galopante déficit del país.
Según la mayoría de los analistas, parece que la Administración estadounidense ha decidido que ese es ahora su objetivo prioritario.