Hace cinco años que Galicia inició un proceso de fusión de sus antiguas cajas. Fueron momentos durísimos contra el poder establecido en Madrid, que quería que Caixa Galicia se fusionase con la CAM y Caja Madrid para, con las ayudas de Estado, salvar a la entidad de la capital del Reino. Caixanova tenía una alfombra roja para unirse con la caja murciana o la asturiana. Daba igual. Porque tanto al Banco de España, gobernado por Fernández Ordóñez, como al Ministerio de Economía, con Elena Salgado al frente, lo único que les importaba era acabar con el negocio de las cajas. Sin embargo, Galicia ganó una de las batallas de esta guerra y logró mantenerse en el mapa financiero español, donde libra ahora una nueva lucha con la venta de NCG, operación en la que el Banco de España también tiene a sus preferidos y la transparencia brilla por su ausencia. Pero esta es otra historia. Aquella primera batalla entre Caixa Galicia y Caixanova se saldó con vencedores y vencidos, con heridos y muertos. Fue tan cruenta que nunca hubo espacio para los conchabeos. Jamás. Cada una de la decisiones contó con el visto bueno del Banco de España y de sus servicios jurídicos. La fiscalía lo sabe y debe resolver este caso. Ya es hora de que a Galicia le dejen cicatrizar sus heridas.