China prepara su aterrizaje

mercedes mora REDACCIÓN / LA VOZ

ECONOMÍA

Quiere «fabricar» consumidores dentro de sus fronteras para seguir creciendo

23 mar 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

China pierde fuelle. Y personifica, como ningún otro país, el miedo a la caída en desgracia de los emergentes que se respira desde hace semanas en las mesas de operadores y analistas. En los parqués, la segunda potencia económica del mundo comparte protagonismo estos días con la preocupación por Crimea.

Al gigante amarillo se le han acabado los años de crecimientos de dos dígitos y de auge imparable de las exportaciones. Toca, pues, preparar el terreno para el aterrizaje. Y, en ello andan enfrascados sus dirigentes. La filosofía: hay que cambiar para seguir creciendo. Esto es, reformar en profundidad la economía para hacerla más sostenible, menos dependiente de la inversión extranjera y de las exportaciones y más de la demanda interna. Tanto es así, que el Ejecutivo pretende convertir el consumo en uno de los principales motores de la economía.

Del campo a la ciudad

Pero, para eso, hay que encontrar la manera de que los ciudadanos tengan más ingresos. ¿Cómo? Entre otras cosas, fomentando el traslado de la población rural a las ciudades. Están convencidas las autoridades chinas de que esta es una «vía infalible hacia la modernización», en palabras del primer ministro, Li Kequian. Por no hablar, claro, de que es una estupenda manera de fabricar consumidores. Y, para ello, hay que meter mano al rígido sistema de empadronamiento chino, el famoso hukou, que ata a los habitantes a su lugar de nacimiento y, cuando emigran, los convierte en ciudadanos de segunda, impidiéndoles disfrutar de los mismos derechos sociales que los locales. Con la reforma de ese rígido sistema, los ciudadanos quedarán ligados a su lugar de trabajo y residencia.

Cifras de vértigo

Con esta idea en la cabeza, el Gobierno ha diseñado una estrategia con cifras de vértigo. En China siempre lo son. El plan de los «tres cien millones», lo denominan las autoridades. A saber: concederán la residencia urbana a 100 millones de emigrantes rurales de aquí al 2020, rehabilitarán barrios en los que ahora viven otros 100 millones de personas, y regularán el proceso de urbanización en pueblos, tanto del centro como del oeste del país, en los que habitan cien millones de chinos más.

Capital extranjero

Pero, eso no es todo. Pekín tiene también en mente abrir las puertas de industrias como la banca, el petróleo, la generación eléctrica o los ferrocarriles para permitir la entrada de capital privado en un área hasta ahora reservada al Estado.

La reforma financiera es otro de los grandes asuntos económicos que tiene Li Kequian sobre la mesa. Su piedra angular: la liberalización de los tipos de interés. En China, los bancos no tienen libertad para fijarlos. Es el Gobierno el que lo hace. Y, desde hace años, ha venido estableciendo tasas reales negativas para allegar financiación a raudales a las empresas y engrasar su potencial exportador.

Burbuja inmobiliaria

Pero, esa moneda tiene su cruz: la burbuja inmobiliaria. A falta de remuneraciones atractivas para sus ahorros, las familias chinas se han volcado en la compra de inmuebles. El precio de la vivienda continúa disparado -crece a un ritmo del 20 % anual en las principales ciudades del país- y las medidas adoptadas hasta ahora para propiciar una aterrizaje suave no han surtido efecto. El problema, como todo en China, es descomunal. El año pasado se construyeron en el país 4.860 millones de metros cuadrados, pero solo se vendieron 1.160 millones.

Laboratorio de pruebas

Y en esto de la reforma financiera, no quieren los dirigentes chinos dejar nada al azar. Primero van a probar a ver qué pasa. Su laboratorio de pruebas será la nueva Zona de Libre Comercio de Shanghái. Allí se pondrán en práctica las medidas y, si funcionan, se extenderán al resto del país.

Con todo, y a pesar de la desaceleración que tanto preocupa al resto del mundo, el Gobierno de Li confía en acabar el año con un crecimiento del producto interior bruto del 7,5 %, tan solo dos décimas inferior al registrado en el 2013. Ya nos gustaría en Europa aspirar a esos números. Con la mitad, tiraríamos cohetes. Vaya si lo haríamos.