Corrupción, conflictos de intereses y fraude fiscal en los pasillos de la Comisión Europea
26 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.«Decir que Juncker tiene algo que esconder es francamente ridículo», respondió el pasado viernes, sofocado y tartamudeando el portavoz comunitario, Alexander Winterstein, a la pregunta de por qué el presidente de la Comisión Europea se niega a publicar la carta que envió a la excomisaria Neelie Kroes exigiendo explicaciones. La holandesa, quien ahora trabaja para Uber y Bank of America, aparece como directora de una compañía off-shore (opaca al fisco) con sede en las Bahamas en las mismas fechas en las que estaba al frente de la cartera de Competencia.
Juncker vuelve a aflojar el nudo de su corbata. No es para menos. A él ya le tocó lidiar con el escándalo Luxleaks al aterrizar en el cargo en noviembre del 2014. Centenares de papeles sacaron a la luz los acuerdos secretos que el Gobierno que encabezaba en Luxemburgo ofreció a más de 300 multinacionales durante un decenio para esquivar al gravoso fisco de los países vecinos. El conservador tuvo que lanzar con rapidez un plan de transparencia y lucha contra la evasión fiscal ante el descrédito generalizado.
Pero nada ha podido borrar la mácula de corrupción, indecencia e inmoralidad que se cierne sobre el Ejecutivo comunitario. Bruselas atesora una larga lista de controvertidos affaires. ¿Por qué? «El código de conducta tiene pobres controles y contrapesos. No dispone de un sistema de aplicación coherente y se caracteriza por la opacidad de su funcionamiento. Parece que la Comisión Europea se inclina hacia la protección de los intereses políticos y de las carreras de sus comisarios», según la demoledora conclusión a la que llegó la Eurocámara en el 2014. La suavidad, vaguedad y opacidad de las normas europeas para evitar fraudes y puertas giratorias ha convertido a Bruselas en un paraíso para codiciosos.
Durão Barroso, el pluriempleado
El expresidente de la Comisión (2004-2014) rompe todos los registros. El portugués se erige como líder indiscutible del pluriempleo al ostentar nada menos que 22 puestos de trabajo o asesoramiento diferentes, según el Corporate Europe Observatory (CEO). Pagados y no pagados. «Europa tiene que trabajar más y mejor», exclamó en plena crisis del euro en el 2010. Y él se aplicó el cuento. Lo que no explicó es que 20 meses después de abandonar su despacho del Berlaymont (sede del Ejecutivo comunitario), aterrizaría en El padrino de los bancos, Goldman Sachs. El mismo que falseó durante años las cuentas públicas griegas contribuyendo al estallido de una enorme crisis en la zona euro. Barroso ahora disfruta de un suculento salario de 400.000 euros anuales (como jefe de la Comisión ganaba 293.000). Es obsceno, pero ¿es legal? El código de conducta dice que sí, puesto que han pasado los 18 meses de rigor. Sin embargo, el artículo 245 de los Tratados siembra dudas, al establecer que el expresidente debió proceder «con integridad y discreción».
La codicia hecha tradición
Kroes y Barroso no son los únicos personajes atraídos por las ventajas que reporta un cargo público en la Comisión Europea. La codicia es una tradición en la institución. Si echamos la vista atrás, surgen multitud de casos.
El más reciente, el conflicto de intereses en el que se vio envuelto el comisario español de Energía, Miguel Arias Cañete, quien no notificó al Ejecutivo la posesión y posterior venta de acciones familiares en una empresa petrolera. Sigue en su puesto. Sí tuvo que renunciar el anterior comisario de Salud y Consumidores, el maltés John Dalli, quien se vio forzado a dimitir por tráfico de influencias. La OLAF (oficina antifraude comunitaria) determinó que estaba al tanto de las comisiones que intentó cobrar un allegado suyo a una tabacalera sueca para interceder a su favor en el desarrollo de una directiva.
El excomisario de comercio Karel De Gucht, impulsor del TTIP, también estuvo en el ojo del huracán después de que el Gobierno belga le multase con 900.000 euros por evadir impuestos. La acusación se desestimó por errores de procedimiento. El estigma y su labor en la Comisión no fueron obstáculos para fichar por la teleoperadora Proximus, MeritCapital y Acelor Mittal.
La lista no termina ahí. Hay otros muchos excomisarios que han dado saltos sospechosos al sector privado. Se les exige que las labores «no interfieran con sus anteriores portafolios», pero el control y la vigilancia no son estrictos. Solo así se explica que la excomisaria de Pesca Maria Damanaki ostente ahora el cargo de directora de océanos para la oenegé The Nature Conservancy.
«La Comisión no debió autorizar el fichaje de Viviane Reding por Nyrstar», lamentan desde CEO. La excomisaria de Justicia también podrá trabajar para la minera si se «compromete» a no hacer lobby. Como para fiarse.