¿Quién duda de cuánto manda Amancio Ortega?

ECONOMÍA

PACO RODRÍGUEZ

Es accesible, aunque la gente se corta por respeto. Vive con normalidad, trabaja con normalidad y, eso sí, se expresa con intencionalidad cuando habla de la compañía

22 oct 2017 . Actualizado a las 16:00 h.

Dicen de él que sabe escuchar y analizar cualquier situación. Los que lo rodean reconocen que manda mucho, pero quizá haya quien dude. Para ellos, vaya esta crónica. Supongamos que un día de las últimas ocho semanas, Amancio Ortega, primer accionista de Inditex, y Pablo Isla, presidente, entran juntos en el Zara del centro comercial Marineda (A Coruña), y lo primero que dicen es un «buenos días», con un gesto amable. Ambos. Lo dicen de tal manera que ni tan siquiera uno de los jóvenes dependientes se da cuenta de quienes eran los dos caballeros pese a que estaba a su lado. Le avisa un compañero. Él los mira de reojo, incrédulo, e instintivamente da un pequeño giro con el que intenta despegarse. Supongamos también que Isla y Ortega empiezan a recorrer el establecimiento. Despacio. Hablando con algunos de los empleados. Sin molestar a los clientes.

Supongamos que ambos van comentando lo que ven. Lo hacen intentando que nadie descifre la conversación. Ni una palabra más alta que otra, ningún gesto altisonante. En ocasiones llevan su mano derecha a la boca para hablar con la certeza de que nadie traduce sus palabras.

Supongamos que, tras hacer el recorrido, se acercan a la encargada y le comentan, por ejemplo: «No nos convence como está dispuesta esta sección». Supongamos que fuera la de complementos, y supongamos también que media hora después de tal apreciación ya estuviera cambiada. Supongamos que no les gusta tal mesa, tal estantería o tal silla de la tienda, y que a los pocos días ya no están allí. Supongamos que salen de la tienda con el gesto tranquilo y despidiéndose de todos los que encontraron en el camino con un «hasta pronto».

Así fue. Porque, volvemos a suponer, Ortega regresa dos semanas después (más o menos) y ya lo esperan en Zara. Ante la visita, el día anterior y esa misma jornada la consigna es: la tienda tiene que estar perfecta. Todo en su sitio. Impecable. Que nadie se despiste ni un momento.

Supongamos que Ortega vuelve a entrar con un «buenos días» y sin enarbolar ningún gesto que delatase su importancia. Uno de los hombres más ricos del mundo recorre, de nuevo, una de las 7.500 tiendas que tiene por el mundo, y lo hace como si fuera el único establecimiento que posee, fijándose en los detalles y demostrando que él es el primero de sus 162.450 empleados en acudir al trabajo todos los días y estar al tanto de lo que ocurre en cada rincón de la compañía.

Supongamos que él tiene la última palabra de cualquier decisión trascendente o simplemente importante que la multinacional deba de tomar. Llegados a este punto quizá debemos dejar de suponer. Porque el día a día de Amancio Ortega es así. Dentro de la empresa nadie tiene dudas de quién es, y si alguien tuviese alguna solo debe dirigirse a él y preguntarle directamente. Es accesible, aunque la gente se corta por respeto. Vive con normalidad, trabaja con normalidad y, eso sí, se expresa con intencionalidad cuando habla de la compañía. No hay más.

sofia.vazquez@lavoz.es